Abre la puerta de la casa, saca la 22 y apunta.
– Tranquiiiiiilo -dice Sal-. Estamos bien.
– ¿Estamos?
– Te marchaste de la reserva, Sean -dice Sal-. Tendrías que haber hablado conmigo antes.
– ¿Me habrías dejado marchar?
– Sí, con las debidas precauciones -dice Sal.
– ¿Qué hay del ataque contra los Barrera?
– Ha llovido mucho desde entonces.
– Así que estamos bien -dice Callan sin dejar de apuntar-. Gracias por la información. Ahora lárgate.
– Tengo una oferta de trabajo para ti.
– Paso -dice Callan-. Ya no me dedico a eso.
Estupendo, le dice Scachi, porque esta vez no estamos hablando de quitar vidas. Estamos hablando de salvar una.
Deciden atacar desde el mar.
Art y Sal examinan planos de zona muy detallados y deciden que es la única forma de actuar deprisa. Un barco de pesca subirá desde el sur de noche, y ellos embarcarán en Zodiacs y tomarán tierra en la playa.
Ahora es una cuestión de tiempo y marea.
El mar de Cortés tiene mareas extremas. La marea baja puede retirarse cientos de metros, y esa distancia frustraría por completo el ataque. No pueden cruzar cientos de metros de playa. Incluso de noche, serían detectados y abatidos antes de poder acercarse a las casas.
Por lo tanto, las posibilidades de que el ataque se salde con éxito son escasas. Tiene que ser de noche y con marea alta.
– Tenemos que atacar entre las nueve y las nueve y veinte -dice Sal-. Esta noche.
Demasiado pronto, piensa Art.
O quizá demasiado tarde.
Nora habla de su última visita a San Diego.
Cuenta que fue de compras, lo que compró, dónde se alojó, su comida con Haley, la siesta, el rato que fue a correr, la cena.
– ¿Qué hizo aquella noche?
– Me quedé en la habitación, pedí la cena al servicio de habitaciones, vi la tele.
– ¿Estaba en La Jolla y solo vio la tele? ¿Por qué?
– Porque me apetecía. Estar sola, haraganear, atontarme delante de la caja tonta.
– ¿Qué vio?
Sabe que está descendiendo por una pendiente resbaladiza. Lo sabe, pero no puede remediarlo. Así es la naturaleza de las pendientes resbaladizas, ¿verdad?, piensa. Lo que hice en realidad aquella noche fue ir a la Casa Blanca y reunirme con Keller, pero no puedo decirlo, ¿verdad? Así que…
– No lo sé. No me acuerdo.
– No ha pasado tanto tiempo.
– Tonterías. Una película tonta. Tal vez me quedé dormida.
– ¿PPV? ¿HBO?
No recuerda si el Valencia tiene películas de PPV, HBO o lo que sea. Ni siquiera está segura de haber encendido la tele. Pero si digo que vi una película de pago, eso aparecería en mi cuenta, ¿verdad?, piensa.
– Creo que fue HBO o Showtime, una de esas.
El interrogador intuye que se está acercando a su meta. La mujer es una aficionada. Una mentirosa profesional siempre es vaga en todo. («No me acuerdo. Podría ser esto, podría ser aquello.») Pero esta mujer había explicado con seguridad y detalle todo lo que había hecho. Hasta su descripción de aquella noche, cuando empezó a mostrarse vacilante y evasiva.
Una mentirosa profesional sabe que la clave es conseguir que sus mentiras parezcan la verdad, y no al revés.
Bien, sus verdades parecen verdades, pero ¿y las mentiras?
– Pero ¿no se acuerda de qué película era?
– Estaba zapeando.
– Zapeando.
– Sí.
– ¿Qué cenó?
– Pescado. Suelo tomar pescado.
– Controla su peso.
– Por supuesto.
– Voy a marcharme un rato. En mi ausencia, haga el favor de pensar en la película que vio.
– ¿Puedo dormir?
– Si duerme, no podrá pensar, ¿verdad?
Pero no puedo pensar si no duermo, piensa Nora. Ese es el problema. No se me ocurren más mentiras. Ya ni siquiera estoy segura de lo que pasó y lo que no. ¿Qué película vi? ¿Qué película es esta? ¿Cómo termina?
– Si puede recordar lo que vio aquella noche, la dejaré dormir.
El hombre conoce el procedimiento. Sometida a suficiente presión, la mente creará una respuesta. En este caso, da igual que sea fantasía o verdad. Solo quiere que se comprometa con una respuesta.
A cambio de dormir, la mente de la mujer «recordará» la información. Incluso podría ser real para ella. Si es así, estupendo. Pero si resulta que es falsa, le habrá proporcionado la grieta a partir de la cual todo lo demás se astillará.
La mujer se desmoronará.
Y entonces sabremos la verdad.
– Está mintiendo -dice el interrogador a Raúl-. Inventa cosas.
– ¿Cómo lo sabe?
– Lenguaje corporal -dice el interrogador-. Respuestas vagas. Si le hago la prueba del polígrafo y la interrogo sobre aquella noche en particular, fallará.
¿Tengo suficiente para convencer a Adán?, se pregunta Raúl. ¿Para poder liquidar a esa puta mentirosa sin desencadenar una guerra civil con mi hermano? Primero, Fabián envía un mensaje a través de su abogado, diciendo que la mujer es el sopl ó n. Ahora, el interrogador está a punto de pillarla mintiendo.
Pero ¿tengo que esperar?
¿A que Rebollo nos dé la respuesta definitiva? Si es que puede.
– ¿Cuánto tiempo tardará en doblegar su voluntad? -pregunta.
El interrogador consulta su reloj.
– Ahora son las cinco -dice-. Las ocho y media, las nueve como máximo.
Ahora las nubes se han puesto de nuestro lado, piensa Art, mientras el pesquero surca las aguas picadas. Escucha el rítmico golpeteo del casco contra las pequeñas olas, que rompen contra la proa. El mal tiempo que había obstaculizado sus operaciones de recogida de datos está trabajando ahora en su favor, les oculta de los vigilantes de la costa, y también de otros barcos, algunos de ellos sin duda con guardias de los Barrera.
Mira a los hombres sentados en silencio en la cubierta. Sus ojos brillan en los rostros ennegrecidos. Fumar está prohibido, pero la mayoría llevan cigarrillos sin encender en los labios, para aplacar el nerviosismo. Otros mastican chicle. Algunos hablan en voz baja, pero casi todos tienen la vista clavada en la niebla gris que tiembla bajo la luz de la luna.
Los hombres llevan chalecos antibalas Kevlar encima de chándales negros, y cada hombre es todo un arsenal, provisto de una Mac-10 o un M-16, una 45 a un lado del cinturón y un cuchillo de hoja plana en el otro. Los chalecos están festoneados de granadas.
De modo que estos son los «recursos externos», piensa Art.
¿De dónde coño los ha sacado Scachi?
Callan lo sabe.
Lleva una semana sentado aquí con los chicos de Niebla Roja, algunos de ellos antiguos compañeros de litera de Las Tangas, a la espera de cumplir la misión.
«Interceptar el suministro de armas a los terroristas en su origen», tal como lo había expresado Scachi.
Tres Zodiacs cubiertas con lonas impermeables están amarradas a la cubierta. Irán ocho hombres por barca y desembarcarán alejadas cincuenta metros entre sí. Los hombres de las dos barcas situadas más al norte se dirigirán hacia la casa principal. La tripulación de la tercera barca tendrá como objetivo la casa pequeña.
Llegar o no llegar, esa es la cuestión, piensa Callan.
Si los Barrera han recibido el soplo, nos encontraremos en mitad de un fuego cruzado procedente de casas de piedra, atrapados en una playa desnuda sin otra protección que la niebla. La playa quedará sembrada de cadáveres.
Pero no se quedarán allí.
Sal lo ha dejado muy claro: no hay que abandonar a nadie. Muertos, vivos o a medias, volverán al barco. Callan echa un vistazo a la pila de bloques de ceniza que hay en la popa. «Lápidas», las había llamado Sal.
Entierro en el mar.
No vamos a abandonar cadáveres en México. Para el mundo exterior, será un golpe llevado a cabo por una banda rival de narcos que se aprovecharon de las dificultades actuales de los Barrera. Si te capturan, y no te dejes capturar, eso es lo que les dirás. Con independencia de lo que te hagan. ¿Una idea mejor? Trágate la pistola. No somos marines, no iremos a rescatarte.
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