Emma Darcy - Gritos del alma

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¿Quién era ella?
La mujer destacaba entre la multitud, y Jim Neilson, sintiendo una gran atracción sexual, se acercó a ella.
¿Quién era él?
¿Quedaban huellas del joven Jaime, su compañero de juegos en el valle, del niño que había conocido tan bien y amado tanto?
Si ella pudiera llegar hasta el niño vulnerable que existía en el interior del hombre, ¿sería posible que reapareciera el Jaime que recordaba? ¿O todo lo que cabía esperar era una sola noche en los brazos de Jim? Tal vez de esa manera podría olvidar a Jaime de una vez para siempre…

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– Deseabas esta propiedad. La he adquirido para ti. Es toda tuya.

A manera de confirmación de sus palabras le lanzó una breve y seria mirada. Luego condujo su Porsche lejos de la casa que había comprado, dirigiéndose rápidamente al camino de entrada, alejándose de esa tierra que no quería, y del valle que prefería olvidar.

Capítulo 10

LA IMPRESIÓN dejó sumida a Beth en un profundo silencio. Tenía una vaga idea del paisaje que velozmente dejaban atrás, pero su mente estaba demasiado agitada para prestarle atención, como lo había hecho durante el viaje con la tía Em. Jamie, Jim no hablaba. Probablemente esperaba una reacción por parte de ella. El regalo de la propiedad familiar bien merecía una respuesta.

– ¿Por qué? -preguntó ella finalmente.

El se alzó de hombros, sonriendo con ironía.

– Porque me lo puedo permitir.

– No me cabe la menor duda, pero… eso no responde a mi pregunta.

– ¿Y mi respuesta te interesa? -preguntó con una mirada insondable en sus ojos oscuros.

– Sí -contestó ella con vehemencia-. No puedo aceptar un regalo de tanto valor.

– ¿Por qué no?

– Porque no me sentiría bien.

Jim sopesó la respuesta un momento y luego le dirigió una mirada burlona.

– Yo acepté todo lo que tú y tu familia me disteis en el pasado.

Como un fogonazo se le vinieron a la memoria las palabras de la tía Em: «Tal vez Jamie cree estar en deuda contigo».

Ella negó con la cabeza. No estaba bien reducir a términos económicos valores como la bondad, la consideración y la amistad. Ofrecer un talonario de cheques como pago de una supuesta deuda, era como una ofensa a la familia que lo había incluido en el grupo como un miembro más.

– Todo lo que mi familia hizo por ti fue absolutamente desinteresado. No tienes que devolverles nada -declaró con firmeza-. Y tú bien lo sabes -concluyó tristemente.

– Por supuesto que lo sé -convino con tranquilidad-. Ninguno de vosotros podía haber imaginado que yo llegaría a ser alguien en la vida -el tono ligeramente burlón de su voz volvió a sacarla de quicio. La confrontación se tomaba más sutil. Se encerraba en sí mismo, sin permitirle penetrar en su mente. Seguía siendo el Jim Neilson inaccesible de siempre-. Aunque es sorprendente la cantidad de personas que se me han acercado después de haber demostrado fehacientemente que era un sujeto que valía la pena. Gente con la que no había mantenido contacto alguno durante años, que ni siquiera puedo reconocer

– dijo lanzándole una irónica mirada-. Normalmente quieren algo de mí. A veces lo doy, a veces no -concluyó endureciendo la voz-. Pensé que lo sabías.

– No, no lo sabía -contestó casi tragándose las palabras, ruborizada de mortificación.

No tenía idea de que algunos le habían acosado con peticiones, apelando al conocimiento de su pasado menos afortunado.

– De todas las personas que conozco, tú pudiste haberte acercado a mí con toda sinceridad, Beth. No tenías que haber puesto el cebo en el anzuelo.

«¿Poner el cebo en el anzuelo?» Se quedó mirándolo incrédula, al tiempo que sus mejillas se ruborizaban lastimosamente ante la interpretación que él hacía de su conducta. La estaba poniendo a la misma altura de una mujerzuela que, a cambio de sexo, obtiene lo que quiere de un cliente. De alguna manera se acercaba a la verdad. Pero ella no había querido obtener dinero. No por dinero.

– Pero…

Jim rió entre dientes, interrumpiéndola.

– Debo confesarte que me alegro de que lo hicieras. No me habría perdido lo de la noche pasada, ni lo de esta tarde por nada del mundo. Eres un demonio de mujer.

– Así que es eso lo que piensas -murmuró, enferma ante la opinión que tenía de ella. Era tan horriblemente equivocada y retorcida. Por respeto a sí misma tenía que poner las cosas en su lugar-. Déjame aclararte algo, Jim Neilson. Tú crees que yo he jugado contigo con el fin de sacarte dinero para financiar la compra de la granja.

Los ojos del hombre brillaban al mirarla.

– Deja de seguir tomándome por un tonto, Beth. He de admitir que la forma en que lo hiciste fue una magnífica manipulación. Psicológicamente brillante. Esta mañana me hiciste viajar hasta el valle cargado de culpa.

– Aunque ya habías sacado estas conclusiones antes de llegar a la granja -objetó Beth, recordando su mirada burlona al preguntarle: «¿Y tú en qué te has convertido?».

– Eso lo sé hacer muy bien. Sé sumar todos los factores que componen las tendencias del mercado y utilizar la pauta resultante como un trampolín para saltar más lejos que todos los demás al prever dónde se encuentran las ganancias.

– ¿Nunca te equivocas?

– Generalmente no; y nunca cometo una equivocación grave.

– Ya veo -dijo disimulando su agitación con un tono tranquilo y prosaico-. ¿Y dónde están tus ganancias en este negocio? En otras palabras, tú me regalas la propiedad. ¿Y qué obtienes a cambio? ¿Sentirte libre de culpa? -terminó, aguijoneándolo.

El tardó en responder. Luego una sonrisa jugueteó en sus labios.

– Tú me excitas como ninguna mujer lo ha hecho jamás. Y el sentimiento es mutuo. ¿No es cierto, Beth?

Imposible negarlo, aunque temblaba de ira.

– Prefiero no hablar de eso.

Fijó su atención en la carretera, permitiendo que su silencio sembrara la duda en él. Si es que alguna vez dudaba de algo. Quería lanzarle todo su desprecio a la cara, atacarle con uñas y dientes, pero ya había dado mucha rienda suelta a sus emociones. No era el momento adecuado. Había llegado la hora de mantener un control rígido, una fría dignidad, una firme resolución.

Habían salido del valle. El cartel que señalaba el acceso a la autopista aparecía frente a ellos. Tenía que jugar sus cartas correctamente para lograr deshacerse de Jim Neilson. Primero tenía que sacarse la espina y luego curar la herida.

– La atracción sigue viva entre nosotros. Es posible que con el tiempo se extinga. ¿Quién lo sabe? Como yo lo veo, podemos seguir disfrutando juntos hasta cuando dure.

¡Estaba comprando el tiempo! Con un esfuerzo Beth logró sonreír con ironía.

– Esa es la ganancia, ¿no es cierto? Compraste la granja para mantenerme como tu compañera sexual.

– Digamos que se puede llegar a la granja más fácilmente desde Sidney que desde Melbourne.

– ¿Un nidito de amor? -se burló ella.

– No del todo, con tu padre allí. ¿Sería muy duro para ti ir a Sidney? Seguro que puedes inventarte un recado ocasional.

Desde luego que Jim Neilson no quería ir al valle. Se lo imaginó sentado en su palco, tendiéndole el sueño de su padre en un plato y a la vez poniendo las condiciones. Jim Neilson no iba a bajar de la montaña. Quería que ascendiera hasta la cima, hasta que se cansara de ella.

Llegaron a la autopista y el Porsche se adentró raudo por el carril de máxima velocidad. Como era normal en él. No le atraía la lentitud.

– Supongo que debo sentirme halagada de que hayas pagado tanto por mí -comentó divertida-. Es agradable saber cuánto valgo.

– No te estoy comprando. Simplemente quise satisfacer tu deseo.

– Estoy muy satisfecha -dijo. Todo el misterio se había clarificado al saber lo que había en la mente de Jim Neilson. Con una sonrisa jugueteando en los labios,se quedó mirando fijamente los muslos del hombre-. Aunque pienso que te subestimas.

Sintió que él sopesaba el comentario, que lo miraba desde todos los ángulos, que lo analizaba con su cerebro matemático.

– ¿Te alojas en casa de tu tía en Sidney?

Detrás de la pregunta había una mente calculando.

– No. Estoy en el hotel Ramada, en Ryde -contestó de manera casual.

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