Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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Una corpulenta mujer negra que lleva un top y unos shorts que se le ciñen como un guante está discutiendo con el sargento de guardia ante un escritorio de dentro. Los veo a través del cristal. La voz de ella me llega amortiguada por el grueso muro acrílico. Sin embargo, logra hacerse oír. Insiste en que sólo quería que la llevaran a casa en coche cuando los policías la detuvieron por prostitución. Pronuncia la palabra «trampa» cada dos por tres. Me mira a través del cristal y dice de nuevo la palabra. La repite otro par de veces y luego se la llevan por una puerta que se abre electrónicamente y que conduce al sótano del edificio, donde se encuentran las celdas de detención.

El policía da una patada en el suelo y hace girar su sillón hacia el mostrador de atención al público, frente al cual yo me hallo.

– ¿En qué puedo servirlo?

Yo introduzco una tarjeta de visita por la rendija que hay en el marco metálico que rodea el cristal, y hablo al pequeño micrófono empotrado en los cinco centímetros de acrílico a prueba de balas:

– Represento al señor Jonah Hale. Está detenido. Quisiera hablar con él.

El policía del otro lado coge mi tarjeta, la mira, y luego me mira a mí.

– ¿Tiene usted acreditación?

Saco mi carnet del colegio de abogados y el sargento lo coge. Mi pasaporte al sanctasanctórum. Luego escribe en el libro de registro que tiene ante sí mi nombre, el número de mi acreditación y la fecha.

– Siéntese -me dice.

– Me gustaría ver al señor Hale cuanto antes.

– De acuerdo -dice él-. Siéntese.

Me siento en el duro banco del otro extremo de la sala, miro la hora y comienzo a contar las baldosas del suelo. Es entonces cuando me doy cuenta de que me he puesto los mocasines sin calcetines: blancos tobillos bajo el dobladillo de los pantalones. Mato el tiempo durante unos minutos preguntándome si lograré dormir algo esta noche.

– Señor Madriani.

Cuando alzo la vista, hay un hombre alto y flaco detenido ante mí. Lleva traje y corbata, y tiene el pelo cortado a cepillo.

Su sonrisa es agradable, aunque la expresión del sombrío rostro indica que desea ir al grano.

– Soy el teniente Avery. -Me entrega una tarjeta de visita.

Floyd Avery

Teniente Detective

Divisi ó n Homicidios/Robos

Cojo la tarjeta y me presento.

– Tengo entendido que viene usted a recoger al señor Hale. Él está en la parte de atrás-me dice.

– ¿Se puede marchar ya?

– ¿Qué tal si hablamos un momento? -dice Avery. La tierra de nunca jamás: no está arrestado, pero tampoco se halla exactamente en libertad.

Avery abre camino. En cuanto su mano toca el tirador de la puerta suena el zumbador, activado por el policía que está tras el cristal, y pasamos. Avery me conduce por un corto pasillo, se detiene ante una puerta y la abre.

En el interior, Jonah está sentado frente a una mesa. En cuanto me ve, se pone en pie y su rostro refleja alivio. Lleva un mono color naranja en cuya parte delantera hay unas grandes letras negras, como si mi cliente fuera propiedad de la cárcel del condado.

Cuando entro en la habitación veo a otro individuo en un rincón. Me fijo en que un espejo ocupa el centro de la pared del fondo. Tengo la sensación de que hay otros ojos observándonos. Cristal monorreflexo.

– Éste es el sargento Greely -dice Avery-. Bob, éste es el abogado Madriani.

Le dirijo una inclinación de cabeza. No nos damos la mano. La cordialidad no llega a tanto.

– ¿Se encuentra mi cliente bajo arresto? -pregunto.

– No -dice Avery sin vacilar.

– ¿Se puede saber dónde está su ropa? ¿A qué viene el mono carcelario?

– Su ropa la están examinando en busca de pruebas. -Greely es más directo. El policía agresivo.

Lo miro inquisitivamente.

– Espero que tengan ustedes una orden de registro -digo.

– No la necesitamos para registrar las prendas que llevaba puestas -dice Greely.

– ¿Ah, no? Si las registran en busca de armas o de drogas de contrabando, es posible que no la necesiten -respondo-.

Pero si están utilizando un aspirador con las ropas en busca de cabellos o fibras, en mi opinión, sí la necesitan.

– Su cliente nos dio permiso -acude Avery al rescate de su compañero.

Hasta este momento, no le he prestado demasiada atención a Jonah, que sigue en pie tras la mesa, con las manos apoyadas en el borde de ésta.

– ¿Estás bien? -le pregunto.

– Muy bien.

– ¿Le han tomado declaración?

– Oficialmente, no -responde Greely.

– ¿Qué significa eso?

– Que no hemos tomado nota de nada de lo que ha dicho -dice Avery.

Me vuelvo de nuevo hacia Jonah.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Él se mira la muñeca sin acordarse de que le han quitado el reloj. Se encoge de hombros.

– No estoy seguro.

– ¿También están registrando su reloj?

– Le devolveremos sus objetos personales antes de que se marche -dice Greely.

– Pues vayan preparándolos, porque, a no ser que mi cliente esté arrestado, nos vamos ahora mismo.

– ¿A qué viene tanta prisa? -pregunta Greely-. Sólo tratamos de obtener cierta información.

– ¿Le leyeron a mi cliente sus derechos?

– No nos pareció necesario hacerlo -dice Avery-. No le hemos hecho ninguna pregunta.

– Y supongo que a continuación van a decirme que no lo consideran sospechoso de nada, ¿no?

Avery no contesta, pero su expresión dice que sí.

Jonah sonríe.

– Les dejé que se llevaran mis ropas. Dijeron que me convenía hacerlo. No vi nada malo en ello.

– ¿Por qué le convenía? -le pregunto a Avery. Entrego a Jonah la bolsa de supermercado. En el interior hay un chándal de algodón tamaño grande, una talla que le sirve a todo el mundo; lo cogí del fondo de mi armario.

– Estamos investigando la muerte de Zolanda Suade. No irá a decirme que no sabía usted nada…

Meneo la cabeza, como si no entendiera. Es lo máximo que puedo hacer, dadas las circunstancias.

– Si tienen pruebas contra mi cliente, les ruego que me digan cuáles son.

– Lo único que deseamos es descartar al señor Hale como posible sospechoso y pasar a ocuparnos de otros -dice Avery-. Si él quiere cooperar, desde luego.

– Parece que ya ha cooperado.

– Nos gustaría hacerle algunas preguntas.

– Sí, supongo que sí. Pero no esta noche. -No tengo ni idea de lo que habrá dicho Jonah, ni de dónde ha estado esta noche.

– Encontramos a su cliente en el Strand -dice Avery-. Sentado en la playa, mirando al mar.

El lugar se halla a un tiro de piedra del escenario del crimen. Avery me deja que asimile la información, para ver cómo reacciono. Yo no reacciono de ninguna manera.

– Hacía buena noche -le digo-. Quizá le apeteciese contemplar las estrellas.

– Su coche estaba aparcado en zona prohibida -dice Greely-. Parte de él estaba en la carretera. Tuvo suerte de que nadie chocara con él. En esa zona, el tráfico va muy rápido.

– Estoy seguro de que mi cliente agradece su ayuda. ¿Dónde está su coche?

– El sheriff ordenó que lo llevaran al depósito municipal. Quizá desee usted hablar un rato a solas con su cliente -dice Avery-. Tal vez él quiera efectuar una declaración formal.

– Si hablo con mi cliente, no será aquí. -Miro al cristal monorreflexo y me pregunto si al otro lado habrá algún lector de labios.

– Parece como si su cliente tuviera algo que ocultar, abogado. -Sin duda a Greely le gustaría extenderse sobre ese tema.

Avery se lo impide.

– Bob -dice.

– Bueno, no tendría por qué negarse a que le hiciéramos la prueba de la parafina. -Greely discute esto con Avery, como si la cuestión sólo los afectara a ellos dos.

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