Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– Necesito unas copias.

– Sáquelas en otra parte.

– Sólo tardará un momentito -dice él.

– ¿Cómo sabe lo que tardaré? La máquina está fría. Mire el letrero. Está cerrado.

Él mira el cartel de cerrado, y el horario comercial, situado junto al cartel.

– Son más de las nueve -dice.

– Dispense. -Suade se vuelve hacia la puerta-. ¿Qué demonios pasa? ¿Es que nadie sabe leer? -Sigue blandiendo el afilado estilete-. Quizá si le meto esto por el culo comprenderá de una vez.

Para cuando ella llega a la puerta, el tipo ya está batiéndose en retirada, mirándola con ojos como platos, tal vez preguntándose si, inadvertidamente, ha ido a llamar a las puertas del infierno.

Suade hace girar la llave en la cerradura. En menos dé una hora, la mujer ha atropellado a un hombre en la calle, y ahora trata de acuchillar a otro. La cautela me aconseja que dé por concluida la entrevista mientras todavía estoy de una pieza.

– No se ponga usted desagradable, señora. Sólo quería unas copias.

– Si no se larga, me pondré mucho más desagradable.

El tipo tiene la vista fija en el aguzado estilete. Para cuando Suade abre la puerta, él está caminando hacia atrás, como el linier de un partido de fútbol.

Suade coge un periódico que está frente a la puerta principal y se lo arroja. Los anuncios por palabras vuelan por el aire.

Él se da media vuelta y echa a correr.

– Váyase al infierno. -El tipo trata de recuperar algo de dignidad mientras huye calle abajo.

– Sí, claro. Un héroe más. -Suade cierra la puerta y se vuelve hacia mí-. Dice usted que el hijo de su cliente está en peligro.

– Sí, eso es lo que creo.

– ¿Es niño o niña? ¿Qué edad tiene?

– Es una niña. Tiene ocho años. Mi principal problema es encontrarla.

– ¿Cómo que encontrarla? ¿Dónde está esa niña?

– No lo sé.

– ¿Quién es la madre?

– La madre tiene problemas.

– ¿Y quién no?

– Tiene antecedentes penales.

– ¿Y es así como usted la representa?

– No exactamente.

– Mire, no tengo tiempo para jugar a las veinte preguntas -dice Suade-. ¿Por qué no va al grano de una vez?

– No represento a la madre -le digo.

Esto la hace fruncir el ceño.

– No me diga que representa al padre.

– No.

Un fugaz instante de alivio.

– Represento al abuelo -añado.

Ella me mira y se echa a reír. Me pregunto si terminará usándome como funda de su estilete.

– Lo sabía. ¿Trae usted una citación? Si la trae, démela y lárguese de una vez.

– Yo no entrego citaciones. Tengo un empleado que lo hace por mí.

– Estupendo. Entonces, lárguese. ¿O prefiere que llame a la policía?

– Eso no será necesario. ¿Qué es lo que teme?

– A usted, no, desde luego. -Suade alarga la mano hacia su bolso. Se lo acerca.

– Estupendo. Sólo quiero hablar. Será más fácil hacerlo aquí que en el juzgado.

– Fácil, ¿para quién? No para mí, desde luego. -La mujer me mira con expresión amenazadora.

– Su hostilidad no está justificada.

Pero la expresión de sus ojos me dice que eso es lo que yo opino.

– Tengo un cliente…

– Lo felicito.

– Lo único que él quiere es encontrar a su nieta.

Ella no dice palabra, y ya ni siquiera me mira. Ha vuelto a ocuparse de su correspondencia.

– Por algún extraño motivo, mi cliente cree que usted puede saber dónde está la pequeña.

Suade es la viva imagen del desprecio. Su expresión dice claramente que si yo tuviera algo contra ella habría llegado con el sheriff y con una orden judicial.

– Y mi cliente cree eso porque la vio a usted en una ocasión. En casa de él. En presencia de su hija y de su nieta. Dijo usted ciertas cosas, y tanto su hija como su nieta desaparecieron poco después de ese encuentro.

– La vida es como un caldero rebosante de coincidencias -dice-. Dígame una cosa: ¿su cliente vio cómo yo me llevaba a la niña?

– Lo que vio o dejó de ver es una cuestión para los tribunales. Yo esperaba que pudiéramos evitar acudir a ellos.

– Sí, supongo que sí; pero, por lo que a mí respecta, me encanta acudir a los tribunales. La pompa y la ceremonia. Las mentiras. Las pruebas basadas en el perjurio. Los abogados hablando hasta por los codos. Es curioso que siempre puedan encontrar una excusa para lo que sus clientes hicieron o dejaron de hacer. ¿Necesito decirle cuántas veces he pasado por los juzgados sólo en el último año?

Como yo no respondo, ella sigue:

– Han sido tantas que he perdido la cuenta. Y, vaya las veces que vaya, la cosa siempre termina igual. Es como una película que uno ha visto muchas veces, y que siempre termina mal. Una no deja de esperar que en alguna ocasión el final sea feliz. Pero no. El final siempre es desdichado. Por eso hago lo que hago. Si ellos supieran lo que hacen, si les importase, no les concederían la custodia a padres que someten a malos tratos a sus hijos y a sus esposas.

– Como quiera -digo-. Pero el asunto va a resultar muy desagradable. Mi cliente es un hombre acomodado. Le sobra el dinero. Y, si usted se niega a colaborar, está dispuesto a convertir su vida en un infierno.

– Así que convertirá mi vida en un infierno… -Los ojos de Suade refulgen como dos tizones ardientes-. Dígale a su cliente que ya he hecho el viaje de ida y vuelta al infierno, y tengo quemaduras para demostrarlo. Créame, él no podría encontrar el infierno ni con un mapa y una linterna, y ni siquiera si tuviese al mismísimo diablo como guía. Pero adviértale que, como trate de joderme, yo tendré muchísimo gusto en enseñarle el camino.

«Entonces sí que tendría al mismísimo diablo como guía», pienso.

– Ahora ya puede usted largarse -dice-. Y tenga cuidado, no vaya a ser que al salir la puerta le pegue en el culo. -Alarga la mano hacia su bolso y hunde la mano en su interior.

– ¿Me está usted amenazando?

– ¿Es ésa la sensación que doy?

– No lo sé.

De pronto, la curiosidad puede más que ella.

– Aún no me ha dicho el nombre de su cliente.

– Su nieta se llama Amanda.

– Eso no me aclara nada. -Como si no recordase los nombres de los niños a los que esconde. Ellos son simples accidentes en la guerra existente entre Zolanda y la justicia norteamericana.

– Mi cliente es Jonah Hale.

El rostro se le ilumina.

– El de la lotería. ¿Por qué no lo ha dicho antes? -La mano abandona el interior del bolso. Éste se encuentra bajo el mostrador. De pronto, Suade es toda sonrisas. El hecho de que mis palabras le hayan producido tanto placer me alarma. Ella continúa-: Precisamente estaba preparando algo para él. Espero que le guste la publicidad.

Yo no pico.

Ella se acuclilla tras el mostrador. Me pregunto si habrá vuelto a introducir la mano en el bolso. Me viene a la cabeza la imagen de mí mismo saliendo por la puerta y recibiendo un tiro en el culo. Pero no: Suade está hablando para sí, toda jovialidad, trajinando con cajas y papeles bajo el mostrador.

– ¿Dónde lo puse? Lo acababa de terminar -dice-. Mierda. Vaya, aquí está. -Emerge de nuevo ante mí. Entre las manos tiene una caja llena de papeles-. Esto lo escribí ayer mismo. Iba a esperar a mañana para darle la sorpresa a Hale. Pero ya que usted ha venido, ¿para qué aguardar? -Me tiende un par de hojas sujetas con una grapa.

En la parte alta del papel, letras de dos dedos de ancho anuncian «comunicado de prensa», para que todo el mundo sepa de qué se trata. En el pie de imprenta, el nombre de Zolanda Suade y su número de teléfono.

V í ctimas Fugitivas, una organizaci ó n de autoayuda para las madres maltratadas y sus hijos, anunci ó hoy que va a presentar acusaciones de abusos deshonestos y violaci ó n contra el hombre que gan ó uno de los mayores premios de la historia de la loter í a estatal.

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