– ¿Qué es eso en la colina central? -preguntó Stern.
– Una estación transformadora de electricidad. La clave de la misión.
– ¿Tenemos que reventarla? Tengo experiencia.
– No. Queremos que las luces sigan encendidas hasta último momento. Mire. -Con la boquilla de la pipa Smith señaló seis líneas paralelas que conectaban la planta eléctrica con Totenhausen. -Estos son los cables aéreos que llevan energía al campo y la fábrica. Van por la ladera desde la central eléctrica directamente al interior del campo. La distancia es de seiscientos cincuenta metros por una pendiente de veintinueve grados. La noche antes de que ustedes entren en el campo, un grupo comando británico colgará ocho garrafas de gas neurotóxico de la torre más cercana a la central eléctrica. Estarán suspendidas de mecanismos rodados similares a los de un teleférico.
Stern frunció el entrecejo:
– ¿Quiere decir que las garrafas bajan por la pendiente y estallan dentro del campo?
– En líneas generales, es así. Nuestros técnicos han instalado detonadores de presión en el fondo y los costados de cada garrafa bastante parecidos a los de las minas convencionales. Al accionar el detonador, una carga de proyección hace saltar la tapa de la garrafa. El gas almacenado bajo presión sale convertido en una nube mortal que sube todo el campo a ras del suelo. Es tecnología de la Primera Guerra, pero de lo más eficaz.
Stern se tomó unos segundos para visualizar el dispositivo.
– Pero si las garrafas penden del cable eléctrico, ¿no van a chocar contra los postes que sostienen los cables?
– Lo mismo pregunté yo -dijo Smith. Tomó una pluma para ilustrar su explicación. -Es bastante ingenioso. Fíjese, las garrafas están suspendidas de los cables, pero no cuelgan de ellos. El rodado es como un equilibrista de circo que anda en bicicleta sobre la cuerda floja. La rueda corre sobre el cable más alejado de la torre. Ahora, imagine que el ciclista extiende su brazo hacia un costado y en la mano lleva una barra de hierro de ciento veinticinco centímetros suspendida verticalmente. Sujeta a la barra, bajo el nivel del cable, va la garrafa de gas, colocada de manera tal que su centro de gravedad está directamente abajo del cable . ¿Lo ve? Mientras las ruedas corren sobre el cable, la barra que sostiene la garrafa, que se curva hacia arriba y afuera antes de bajar, no choca contra nada. Milagros de la ingeniería, ¿no?
– Ya lo creo. ¿Cuánto pesan las garrafas?
– Sesenta kilos cada una cuando están llenas.
– ¿El cable es capaz de sostener semejante peso?
Smith sonrió como un tahúr con un póquer de ases en la mano.
– ¿Tiene idea de lo que pesa una capa de cinco centímetros de hielo en cien metros de cable? Bastante. En el norte de Alemania los cables están diseñados para sostenerlo. Eso es en épocas normales. La guerra ha provocado una escasez de cobre en todo el mundo. Todo el mundo, incluso los alemanes, tiene que recurrir al acero. Nuestros informes dicen que los cables de conducción en Totenhausen son de acero de montacargas retorcido, uno de los materiales de mayor resistencia a la tensión que existen.
Stern asintió con admiración:
– ¿Qué pasa con la corriente?
– Usan un voltaje bastante alto, pero justamente por eso nos decidimos por este método. Los transformadores eléctricos se funden con frecuencia, por eso las centrales eléctricas importantes tienen un juego auxiliar listo para funcionar al instante. Totenhausen tiene transformadores y también cables auxiliares.
"Bueno, preste atención. Esto no puede salir mal. Totenhausen usa una instalación eléctrica trifásica. Eso significa que se necesitan tres cables electrificados para que funcionen la fábrica y los equipos.
Las torres que sostienen los cables consisten en dos postes de apoyo unidos en lo alto por travesaños. Un cable cargado pasa por los extremos de cada travesaño y un tercero por el centro. Para un sistema trifásico normal es suficiente. Pero Brandt no quiere que falte la corriente en su laboratorio ni por una hora. Junto a cada cable cargado corre un auxiliar. Éstos normalmente no llevan corriente, pero se activan cada vez que en la línea principal se produce un cortocircuito, sea por un relámpago, la caída de un árbol o…
– Un acto de sabotaje -completó Stern.
– Exactamente. Típica eficiencia alemana. Pero en este caso, la eficiencia será su perdición.
– ¿Por qué?
– Porque las garrafas estarán suspendidas de un cable auxiliar. Y allí esperarán a que usted llegue para lanzarlas cuesta abajo.
Stern asintió lentamente:
– ¿Qué pasa si se activan los cables auxiliares?
– Nada. Las garrafas y las barras de suspensión son de metal, pero el mecanismo rodante está debidamente aislado. Es como cuando un pajarito se posa en un cable eléctrico, Stern. Mientras no haga masa contra un poste o una rama, no le pasa nada. Todo el mecanismo es una obra maestra. Barnes Wallis diseñó el acople de la garrafa con el sistema rodante. Es el mismo que diseñó la bomba revientapresas y la bomba armario. Qué joder, es un genio.
Stern agitó la mano, impaciente:
– ¿Cómo echo a rodar las garrafas?
– Eso es lo más fácil de todo. Cuando usted llegue, cada rodante estará trabado por una chaveta de dos patas engrasada. Habrá una soga gruesa de caucho puro sujeta a cada chaveta. Da un tirón y listo. La fuerza de gravedad se encargará del resto.
– Parece fácil. Pero dígame una cosa. ¿Por qué no lo hacen los mismos que instalan las garrafas? Sería mucho más sencillo.
Smith lo miró con altivez:
– Porque son ingleses, muchacho. Creí que lo habías comprendido. Nuestros primos norteamericanos no aprueban la misión, y no puedo correr el riesgo de que sorprendan a los comandos británicos en flagrante delicto . Además, los que se ocuparán de eso saben mucho sobre el combate, pero muy poca química. Para eso necesitamos a McConnell sobre el terreno.
– Pero es norteamericano. ¿Y si lo capturan?
Smith vaciló:
– Ya hablaremos de eso.
Después de mirar al general durante medio minuto, Stern posó su índice sobre el croquis del campo, donde estaban señalados los voltajes del alambrado, las cuadras y sus ocupantes, las perreras, los depósitos de gas, un microcine y otras instalaciones.
– Esta información tan detallada no se puede obtener mediante el reconocimiento aéreo -dijo-. Sobre todo, los datos sobre ese comandante Schörner. Tiene un informante, ¿o me equivoco?
Smith no respondió.
– ¡Aja, un agente dentro del campo! ¿Cómo trasmite la información?
– Cosas del oficio, muchacho. Ustedes los del Haganá no son los únicos que conocen el juego clandestino.
– ¡Dios mío, es el mismo Schörner!
Smith rió:
– Qué bueno si así fuera, ¿no?
Stern volvió la vista al mapa:
– Cuando McConnell y yo entremos en el campo, ¿cómo sabremos si los SS están muertos?
– No lo sabrán hasta ponerse a tiro. Por eso les daremos uniformes alemanes.
Stern palideció:
– ¿Cómo?
– ¿No le atrae la idea, Standartenführer Stern?
– No me lo pondré.
– Como quiera. En serio. Pero atención: la orden sobre comandos firmada por Hitler en 1942 dice que los efectivos capturados durante una incursión comando, uniformados o de paisano, armados o no, serán ejecutados sobre el terreno. El Uniforme de las SS o las SD será su único medio para salir del paso si algo anda mal. Además, como alemán, usted puede hacerse pasar por uno de ellos.
– Lo pensaré -dijo Stern, sombrío-. ¿Cuánto tarda el gas en disiparse?
– No lo sé con certeza. Pero tienen los equipos de McConnell, así que no importa. Podrán entrar sin demora. Eso disminuye las probabilidades de que lleguen refuerzos de las SS antes de terminar la misión.
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