– No lo creo -contestó, y se fue.
Esa noche dormí en casa de Jimmy Gallagher, éri una cama limpia en una habitación por lo demás vacía, y en mis sueños vi una silueta oscura inclinada sobre Mickey Wallace, susurrando y cortando, en la casa de Hobart Street, y detrás de ellos, como dos películas superpuestas, ambas reproduciendo el mismo escenario desde un ángulo parecido pero en distintos momentos, vi a otro hombre encorvado sobre mi esposa, hablándole en voz baja mientras le hendía el cuchillo, el cuerpo de mi hija muerta en el suelo a su lado, en espera de ser profanado a su vez. Y luego desaparecían y sólo quedaba Wallace en la oscuridad, manando sangre a borbotones de la herida en su garganta, temblándole todo el cuerpo. Moría solo y asustado en un lugar desconocido…
Entonces aparecía una mujer en la puerta de la cocina. Llevaba un vestido de verano, y tenía al lado a una niña, sujeta a la fina tela del vestido de su madre con la mano derecha. Se acercaban a Wallace, y la mujer se arrodillaba junto a él y le acariciaba la cara; la niña lo cogía de la mano, y juntas lo tranquilizaban hasta que se le cerraban los ojos y abandonaba el mundo para siempre.
El cuerpo de la chica había sido envuelto en una lámina de plástico, luego lastrado con una piedra y tirado a un estanque. Lo descubrieron el día en que una vaca resbaló, cayó al agua y se le enredó una pata en la cuerda que ceñía el plástico. Cuando la vaca, una Hereford con cuernos, de considerable valor, fue izada del estanque, el cadáver salió con ella.
Casi tan pronto como fue hallado, los lugareños del pequeño pueblo de Goose Creek, en el sur de Idaho, supieron quién era. Se llamaba Melody McReady, y se desconocía su paradero desde hacía dos años. Su novio, Wade Pearce, había sido interrogado en relación con su desaparición, y aunque al final la policía lo descartó como sospechoso, se suicidó cuando hacía ya un mes que no se sabía nada de Melody, o ésa fue la versión oficial. Se pegó un tiro en la cabeza pese a que, al parecer, no tenía pistola. Aunque, como decía la gente, nunca se sabe hasta dónde puede llevar el dolor…, el dolor o la culpabilidad, ya que, al margen de lo que dijera la policía, había quienes opinaban que Wade Pearce era el responsable de lo que le había ocurrido a Melody McReady, fuera lo que fuese, a pesar de que tales sospechas se debían más a la generalizada antipatía por la familia Pearce que a alguna prueba real de mala conducta, por parte de Wade. Aun así, ni siquiera quienes creían en la inocencia de Wade lo lamentaron demasiado cuando se quitó la vida, porque Wade era un mal bicho, igual que los demás hombres de su familia. Melody McReady había acabado con él porque su propia familia estaba casi igual de tarada. Todo el mundo sabía que aquello terminaría en llanto. Pero no esperaban un derramamiento de sangre, ni que al final saliese de aquellas aguas quietas un cadáver prendido de la pata de una vaca.
Se llevaron a cabo pruebas de ADN de los restos para confirmar la identidad de la joven y encontrar cualquier posible indicio dejado por quien la había matado y echado al estanque del viejo Sidey, aunque los investigadores dudaban que fuera a descubrirse algo de provecho. Había transcurrido demasiado tiempo, y el plástico no envolvía herméticamente el cuerpo, de modo que los peces y los elementos habían ejercido su acción.
Fue una sorpresa, pues, recuperar en el plástico una huella digital que pudiera utilizarse. La enviaron a AFIS, el sistema de identificación de huellas digitales del FBI. A continuación, los inspectores que investigaban el hallazgo del cadáver se sentaron a esperar. AFIS estaba desbordada de trabajo por el sinfín de peticiones remitidas por las distintas fuerzas del orden, y podía tardar semanas o meses en llevar a cabo la verificación, según la urgencia del caso y el nivel de saturación. Finalmente resultó que la huella se analizó al cabo de dos semanas, pero no se encontró correspondencia alguna. Junto con la huella había una fotografía de una marca que se descubrió en una roca cerca del estanque, una fotografía que al final llegó a la Unidad Cinco de la DSN, la División de Seguridad Nacional del FBI, la sección responsable de reunir información para los servicios de inteligencia y llevar a cabo acciones de contraespionaje relacionadas con la seguridad nacional y el terrorismo internacional.
La Unidad Cinco de la DSN no era más que una terminal informática de máxima seguridad con sede en la delegación de Nueva York en Federal Plaza. La reciente asignación a la DSN, y el nuevo título de Unidad Cinco que la acompañaba, eran banderas de conveniencia aprobadas por la Oficina del Consejo General para asegurar que la cooperación de las fuerzas del orden era ágil e incondicional. La Unidad Cinco se ocupaba de todas las averiguaciones, por periféricas que fueran, relacionadas con la investigación de las acciones del asesino conocido como el Viajante, el individuo responsable de las muertes de una serie de hombres y mujeres en los últimos años de la década de 1990, entre ellos Susan y Jennifer Parker, la esposa e hija de Charlie Parker. Con el tiempo, la Unidad Cinco absorbió información anterior sobre el fallecimiento de un hombre llamado Peter Ackerman en Nueva York a finales de los años sesenta, la muerte a tiros de una mujer sin identificar en Gerritsen Beach unos meses después y los homicidios de Pearl River en los que intervino Will Parker, información reunida por un agente especial con rango de subjefe a cargo de la delegación de Nueva York, y después transmitida a uno de sus sucesores. Asimismo, sus archivos contenían todo el material conocido sobre los casos que había llevado Charlie Parker desde que empezó a trabajar como investigador privado.
Otras agencias, incluido el Departamento de Policía de Nueva York, conocían las asignaciones de la Unidad Cinco, pero en último extremo sólo dos personas tenían acceso al material de la unidad: el agente especial a cargo de la delegación neoyorquina, Edgar Ross, y su ayudante, Brad. Fue dicho ayudante quien, veinte minutos después de recibirse en la unidad el primer comunicado, llamó a la puerta de su jefe con cuatro hojas en las manos.
– Esto no va a gustarte -anunció. Ross alzó la vista cuando Brad cerró la puerta.
– Nunca me gusta nada de lo que me dices. Nunca traes buenas noticias. Ni siquiera traes café. ¿Qué tienes?
Brad parecía reacio a entregarle las hojas, como un niño preocupado por presentar una tarea mal hecha a la maestra.
– Una solicitud de huellas digitales a AFIS, extraídas de un cadáver hallado en Idaho. Una chica del pueblo, Melody McReady. Desapareció hace dos años. Encontraron el cadáver en un estanque, envuelto en un plástico. La huella estaba en el plástico.
– ¿Y ha aparecido alguna correspondencia?
– No, pero había algo más: una fotografía. Fue lo que disparó la alarma.
– ¿Por qué?
Brad parecía nervioso. Aunque ya llevaba casi cinco años con su jefe, todo lo relacionado con la Unidad Cinco lo ponía nervioso. Había leído los detalles de algunos de los otros casos adjudicados automáticamente a la unidad. Todos sin excepción le ponían la carne de gallina. También sin excepción todos parecían implicar, directa o indirectamente, al tal Charlie Parker.
– Las huellas no se correspondían con ninguna de la base de datos, pero el símbolo sí. Se ha encontrado en otros dos cadáveres anteriores. La primera vez apareció en el cuerpo de una mujer desconocida sacada del riachuelo de Shell Bank, en Brooklyn, hace más de cuarenta años, después de ser abatida a tiros por un policía. Nunca fue identificada. La segunda vez estaba en el cuerpo de una adolescente asesinada en un coche en Pearl River hará unos veintiséis años. Se llamaba Missy Gaines: era de Jersey y se había escapado de su casa.
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