– Por nada. Simple curiosidad. Le agradezco la llamada. Lo veré en la sala.
Dejé de lado las discrepancias entre lo que Roulet me había dicho y la versión de Valenzuela para considerarlo después y volví a la sala de comparecencia. Vi a Maggie McFiera sentada en un extremo de la mesa de la acusación. Estaba allí acompañada de otros cinco fiscales. La mesa era larga y en forma de ele, de modo que podía acomodar a una continua rotación de letrados que se iban moviendo para sentarse de cara al juez. Un fiscal asignado a la sala manejaba la mayoría de las comparecencias de rutina y las lecturas de cargos que se llevaban a cabo cada día. No obstante, los casos especiales atraían a pesos pesados de la oficina del fiscal del distrito, situada en la segunda planta del edificio contiguo. Las cámaras de televisión también conseguían ese objetivo.
Al recorrer el recinto reservado a los letrados vi a un hombre preparando una cámara de vídeo en un trípode junto a la mesa del alguacil. Ni en la cámara ni en la ropa del operador había logotipo de cadena de televisión alguna. El hombre era un freelance que se había enterado del caso y que iba a grabar la vista para luego tratar de vender la cinta a alguna de las cadenas locales cuyo director de informativos necesitara una noticia de treinta segundos. Cuando había hablado con el alguacil previamente acerca de la posición de Roulet en la lista, me dijo que el juez ya había autorizado la grabación.
Me acerqué a mi ex mujer desde atrás y me incliné para susurrarle al oído. Estaba mirando fotografías de una carpeta. Lucía un traje azul marino con rayas grises muy finas. Su cabello negro azabache estaba atado atrás con otra cinta gris a juego. Me encantaba que llevara el pelo recogido de esa manera.
– ¿Tú eras la que llevaba el caso Roulet?
Ella levantó la mirada, porque no había reconocido el susurro. Su rostro estaba formando involuntariamente una sonrisa pero ésta se convirtió en ceño cuando vio que era yo. Ella sabía exactamente lo que quería decir al usar el pasado y cerró la carpeta de golpe.
– No me digas eso -dijo.
– Lo siento. Le gustó lo que hice en el caso Hendricks y me llamó.
– Cabrón. Quería este caso, Haller. Es la segunda vez que me lo haces.
– Parece que esta ciudad no es lo bastante grande para los dos -dije en una penosa imitación de James Cagney.
Ella refunfuñó.
– Muy bien -dijo en una rápida rendición-. Me iré pacíficamente después de esta vista. A no ser que te opongas también a eso.
– Podría. ¿Vas a pedir que no haya fianza?
– Exacto. Pero eso no cambiará aunque cambie el fiscal. Es una directriz de la segunda planta.
Asentí con la cabeza. Eso significaba que un supervisor del caso había pedido que la acusación se opusiera a la fianza.
– Está conectado con la comunidad. Y nunca lo han detenido.
Estudié su reacción, porque no había tenido más tiempo de asegurarme de la veracidad de la afirmación de Roulet de que nunca había sido detenido. Resulta sorprendente cuántos clientes mienten acerca de sus relaciones previas con la maquinaria judicial, teniendo en cuenta que es una mentira de patas muy cortas.
Sin embargo, Maggie no dio ninguna muestra de que fuera de otro modo. Quizás era cierto. Quizá tenía un cliente honrado acusado por primera vez.
– No me importa que no haya hecho nada antes -dijo Maggie-. Lo que importa es lo que hizo anoche.
Abrió una carpeta y rápidamente revisó las fotos hasta que vio la que le gustaba y la sacó.
– Esto es lo que hizo anoche tu pilar de la comunidad. Así que no me importa mucho lo que hiciera antes. Simplemente voy a asegurarme de que no lo haga otra vez.
La foto era un primer plano de 20 x 25 cm del rostro de una mujer. La hinchazón en torno al ojo derecho era tan amplia que éste permanecía firmemente cerrado. La nariz estaba rota y el tabique nasal desviado. De cada ventanilla asomaba gasa empapada en sangre. Se apreciaba una profunda incisión sobre la ceja derecha que había sido cerrada con nueve puntos de sutura. El labio inferior estaba partido y presentaba una hinchazón del tamaño de una canica. Lo peor de la foto era el ojo que no estaba afectado. La mujer miraba a la cámara con miedo, dolor y humillación expresados en ese único ojo lloroso.
– Si lo hizo él -dije, porque era lo que se esperaba que dijera.
– Sí-dijo Maggie-. Claro, si lo hizo. Sólo lo detuvieron en su casa manchado con sangre de la chica, pero tienes razón, es una cuestión válida.
– Me encanta que seas sarcástica. ¿Tienes aquí el informe de la detención? Me gustaría tener una copia.
– Puedes pedírsela al que herede el caso. No hay favores, Haller. Esta vez no.
Esperé, aguardando más pullas, más indignación, quizás otro disparo, pero no dijo nada más. Decidí que intentar sacarle más información del caso era una causa perdida. Cambié de asunto.
– Bueno -pregunté-. ¿Cómo está?
– Está muerta de miedo y dolorida. ¿Cómo iba a estar?
Me miró y yo vi el inmediato reconocimiento y luego la censura en sus ojos.
– Ni siquiera estabas preguntando por la víctima, ¿no?
No respondí. No quería mentirle.
– Tu hija está bien -dijo de manera mecánica-. Le gustan las cosas que le mandas, pero preferiría que aparecieras un poco más a menudo.
Eso no era un disparo de advertencia. Era un impacto directo y merecido. Daba la sensación de que yo siempre estaba sumergido en los casos, incluso durante los fines de semana. En mi interior sabía que necesitaba perseguir a mi hija por el patio más a menudo. El tiempo de hacerlo se estaba escapando.
– Lo haré -dije-. Empezaré ahora mismo. ¿Qué te parece este fin de semana?
– Bien. ¿Quieres que se lo diga esta noche?
– Eh, quizás espera hasta mañana para que lo sepa seguro.
Me dedicó uno de esos gestos de asentimiento de quien tiene poca fe. Ya habíamos pasado por eso antes.
– Genial. Dímelo mañana.
Esta vez no me hizo gracia el sarcasmo.
– ¿Qué necesita? -pregunté, tratando torpemente de volver a ser simplemente ecuánime.
– Acabo de decirte lo que necesita. Que formes parte de su vida un poco más.
– Vale, te prometo que lo haré.
Mi ex mujer no respondió.
– Lo digo en serio, Maggie. Te llamaré mañana.
Ella levantó la mirada y estaba lista para dispararme con dos cañones. Ya lo había hecho antes. Decirme que yo era todo cháchara y nada de acción en lo que a la paternidad respectaba. Pero me salvó el inicio de la sesión.
El juez salió de su despacho y subió los escalones para ocupar su lugar. El alguacil llamó al orden en la sala. Sin decir ni una palabra más a Maggie, dejé la mesa de la acusación y volví a uno de los asientos cercanos a la barandilla que separaba el recinto reservado a los letrados de la galería del público.
El juez preguntó a su alguacil si había alguna cuestión a discutir antes de que entraran a los acusados. No había ninguna, así que el magistrado ordenó la entrada del primer grupo. Igual que en el tribunal de Lancaster, había una gran zona de detención para los acusados bajo custodia. Me levanté y me acerqué a la abertura en el cristal. Cuando vi que Roulet entraba, le hice una seña.
– Va a ser el primero -le dije-. Le he pedido al juez que empezara por usted como un favor. Voy a intentar sacarle de aquí.
No era verdad. No le había pedido nada al juez, y aunque lo hubiera hecho, el juez no me habría concedido semejante favor. Roulet iba a ser el primero por la presencia de los medios en la sala. Era una práctica generalizada tratar primero los casos con repercusión en los medios. No sólo era una cortesía al cámara que supuestamente tenía que acudir a otros trabajos, sino que también reducía la tensión en la sala al permitir que abogados, acusados e incluso el juez actuaran sin una cámara de televisión encima.
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