Tim Green - Ambición

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Thane Coder lleva una existencia que muchos envidiarían: un buen trabajo en la poderosa compañía King Corp, una mujer hermosa, un generoso salario… Un sueño hecho realidad pero que, como él mismo confiesa, no es suficiente. Cuando el dueño de la compañía anuncia que cederá el mando de la empresa a su hijo Scott, Thane decide que el puesto ha de ser suyo al coste que sea. Espoleado por la ambición de su esposa y cómplice, recurre al asesinato, al engaño, a los contactos con criminales… Matar le resulta cada vez más fácil, incluso tanto como engañar al FBI y a la mafia, pero pronto queda claro que Thane ha entrado en una espiral de locura para la que sólo hay un final.

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Disparé una vez. Dos. Tres veces sin parar. El pato se elevó; cayeron unas cuantas plumas, pero aleteó aterrado y consiguió huir y desaparecer por encima del risco arbolado que se alzaba al final del pantano.

– Pues bien -dijo James, tras tomar asiento y posar la mirada en el pantano-, la parte de Milo pasará a Scott.

11

¿ Y c ó mo te sentiste al enterarte? -pregunta el psiquiatra.

¿ La verdad?

– Para eso estoy aqu í .

– En ese momento me entraron ganas de girar el arma del calibre doce, apuntarle a la cara y apretar el gatillo.

– Pero el arma no estaba cargada.

¿ Qu é quiere decir? ¿ C ó mo lo sabe? -pregunto.

– Mi abuelo era cazador -dice é l despu é s de apoltronarse en la silla y cruzar las manos sobre la barriga-. Tres disparos en una cacer í a de patos. Ley federal. Has dicho que disparaste las tres veces.

Me mord í el labio inferior.

– As í que no lo hiciste -dice.

¿ Ha bajado alguna vez a un s ó tano y ha visto algo con el rabillo del ojo?

Asiente.

– Pues quiz á fue algo as í . Algo oscuro que centellea en un á rea de tu cerebro. No significa nada. Est á all í y luego desaparece.

– Pero al final lo hiciste.

É se fue el momento en que m á s me acerqu é a desearlo sin hacerlo, as í que casi no cuenta.

– De acuerdo, digamos que no quer í as hacerlo -dice é l-. ¿ C ó mo llegaste a matarlo?

– Ya se lo he dicho. Fueron las circunstancias. La verdad es que no tuve alternativa.

– Creo que todos tenemos alternativas. S é que no te gusta, pero es a eso a lo que voy. ¿ Quieres enfrentarte a las cosas desde fuera? Tienes que saldar las deudas. Siempre.

¿ Sabe qu é es lo que recuerdo?

¿ Qu é ?

– La maldita expresi ó n que pusieron. Los dos. Como si el hecho de que é l se llevara la parte de Milo fuera una obviedad. Algo totalmente justo.

Oí la respiración de Ben; cuando me giré hacia él, fingía estar interesado en la línea de árboles donde se había refugiado el pato que yo había herido. Me cabreó, porque en lugar de apretar los dientes o jadear, lucía una sonrisa de sabelotodo en la cara. Me entraron ganas de partirle la boca, pero James se dirigía a mí.

– Acabamos de cerrar un trato que hará entrar mucho dinero en los bolsillos de todos y, sin embargo, no pareces contento -dijo James.

Me volví y descubrí que me miraba fijamente. Debería haberle dicho algo en ese momento. Jessica no se habría callado. Pero en una situación como ésa, a pesar de todos los años de entrenamiento, a pesar de haberme partido el culo cuando era jugador de rugby profesional, me convertí en lo que siempre había temido ser. Me convertí en mi padre.

– No -dije-. Claro que lo estoy.

– Bien -dijo James, y echó un vistazo al reloj-. A las cuatro espero una llamada.

Subimos al barco. Russel nos llevó de vuelta, con un cigarrillo apagado colgándole de los labios y sus gruesas manos controlando tanto el perro como el motor. Cuando nos marchamos en el Suburban de Bucky, le vi ahuecar las manos y encender el pitillo. Mientras Bucky nos acompañaba hasta la cabaña, James nos interrogó sobre el plan de obra. Nos sentamos en la parte de atrás: Ben iba entre Scott y yo.

– Si te soy sincero, James -dije-, esos tipos del sindicato me preocupan un poco. Estaba pensando en contratar seguridad. Para la obra. Quizá también para nosotros.

– Sólo son palabras -dijo James, moviendo la mano como si quisiera apartarlas. Se inclinó hacia la ventanilla del lado del conductor y señaló los árboles muertos que surgían del agua-. Esa gente del sindicato son como abejas. Si no los molestas, te dejan en paz. Milo debió de meter la mano donde no debía. Buck, me gustan esas cajas de madera para patos. Añadamos alguna más.

– Pero alguien nos sacó de la carretera -dijo Ben.

James se volvió y le miró, sonriendo.

– ¿No pudo ser alguna vieja? ¿O algún chaval colocado?

– Creemos que fueron los hombres de Johnny G -aseguró Ben.

Scott miró a Ben dubitativo.

– ¿Los han pillado? -preguntó.

Ben negó con la cabeza.

– ¿Cómo sabes que era Johnny G? -preguntó James.

– Era un Suburban negro -respondió Ben-. Aparecieron en medio de la tormenta y fueron por nosotros.

James asintió, devolvió la atención a las curvas de la carretera que tenían delante y dijo:

– Si me asustara cada vez que uno de ésos me mira raro, todavía estaría excavando sótanos.

– Quizá baste con unos cuantos tipos para vigilar la obra -propuse.

– Llama a la policía -dijo James-. Lo haremos así. Senté un precedente con esa gente hace tiempo. No hacemos tratos con ellos y no huimos asustados.

– El FBI ha estado vigilando a Johnny G -informó Ben.

– Bien -replicó James-. Impliquémoslos.

– Ya están implicados -dijo Ben-. Quieren nuestra ayuda.

Bucky detuvo el Suburban delante de la cabaña.

– De acuerdo -consintió James y se apeó de un salto-. Adelante. Os veré a la hora de cenar, chicos.

Scott y Bucky también bajaron. Los tres entraron en la cabaña.

– ¿Te apetece ir a pescar un rato antes de que anochezca? -pregunté.

Me había llegado el turno de sonreír.

– Joder -dijo Ben, mirando hacia la puerta de la cabaña y negando con la cabeza.

– Ese hombre acaba de robar veinte millones de dólares delante de nuestras narices; ¿crees que va a contratar guardaespaldas? -pregunté.

Cogimos los aperos, una barca y nos fuimos al agua. Pasado el puente, tras el recodo, había una zona donde unos árboles muertos, blanquecinos y rotos, surgían del agua negra. A los róbalos les encantaba ese sitio y en cuanto detuve el motor, até el señuelo y lancé el sedal.

Ben se levantó y fijó su propio anzuelo. Lo alzó y lanzó el señuelo con fuerza hacia el agua, entre los árboles muertos.

– Ten cuidado con eso -dije, con un escalofrío.

Un rey pescador chilló y el croar de una rana cercana intensificó el silencio. Zumbó una langosta y una ligera brisa agitó el agua. Ben tiró del señuelo sin parar hasta que éste chocó contra la barca.

– Tienes que sacudirlo unas cuantas veces -le dije, y le hice una demostración con unos cuantos movimientos de muñeca- Luego lo dejas quieto. Como si estuviera herido. Si lo haces así lo morderán.

– Tampoco veo que pesques nada -dijo él, enarcando las rubias cejas y volviendo a lanzar el sedal.

En esta ocasión, el movimiento del brazo provocó un zumbido. Vi un resplandor brillante y sentí una descarga dolorosa entre el labio y el cerebro. El rostro de Ben palideció y sus labios dibujaron una O gigante, mientras se dirigía hacia mí. Sentí el frío metal del segundo anzuelo chocar contra el plástico del señuelo cuando ambos me rozaron la barbilla.

– Hostia, Thane, lo siento. Mierda.

Solté el remo y palpé el anzuelo que se había quedado prendido de mi labio inferior.

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