Tim Green - Ambición

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Thane Coder lleva una existencia que muchos envidiarían: un buen trabajo en la poderosa compañía King Corp, una mujer hermosa, un generoso salario… Un sueño hecho realidad pero que, como él mismo confiesa, no es suficiente. Cuando el dueño de la compañía anuncia que cederá el mando de la empresa a su hijo Scott, Thane decide que el puesto ha de ser suyo al coste que sea. Espoleado por la ambición de su esposa y cómplice, recurre al asesinato, al engaño, a los contactos con criminales… Matar le resulta cada vez más fácil, incluso tanto como engañar al FBI y a la mafia, pero pronto queda claro que Thane ha entrado en una espiral de locura para la que sólo hay un final.

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»Y un día los encontré, escondidos en unos calcetines de mi padre, y salí al patio, a jugar con los otros niños. Me subí al columpio, y todos me miraban y me señalaban porque llevaba esos pendientes, y estaba más orgullosa por ella que por mí, porque donde vivíamos nadie tenía diamantes.

»Deberías haberla oído gritar. Me bajó del columpio y me arrastró hacia casa. "No vuelvas a hacerlo, nunca, nunca, nunca", decía. Apartó la tetera y me puso la mano en el fogón caliente.

Jessica rompió en sollozos. Yo le susurré: no, no, no, y la abracé con fuerza; el dolor se me desplazó del estómago al corazón.

– Es el olor -dijo ella, enterrando la nariz en las costillas, estremeciéndose como un animalillo mojado-. Todavía lo huelo. No vuelvas

Le acaricié la cara durante un rato mientras miraba el reloj de reojo: sabía que faltaba poco para que llegara la hora de bajar. Su respiración se calmó y creí que se había dormido.

Mi mente voló hasta el día que nos conocimos. Pensé en el lugar donde se crió, y en que eso explicaba en parte por qué estaba tan decidida a llegar a la cima. Podría haber tenido a muchos hombres, a alguien que pudiera dárselo todo, pero me escogió a mí.

– No lo he conseguido -dije, tendiéndome en el suelo con la vista puesta en el techo.

– ¿El qué?

– James le ha cedido a Scott la parte de Milo. Por eso estaba tan cabreado antes. Lo siento.

– Mierda -dijo ella, escupiendo la palabra-. Te lo ha vuelto a hacer. Si te va a tratar así, ¿por qué no le das al sindicato lo que quiere? Si James no piensa darte un trozo del pastel, apuesto a que ellos lo harán.

Sólo pude reírme.

– Vaya, te parece divertido -dijo ella-. ¿Por qué no puedes hacer nada? Hablo en serio. Conseguimos la piscina, ¿no?

– Eso es distinto. Sólo fue un pequeño favor. Si haces negocios con esa gente, estás en deuda con ellos. Creo que por eso mataron a Milo. Hablamos de algo serio. Él les proporcionaba información, mantenía el proyecto en marcha. Le colamos el acero y ellos le echaron la culpa a él. Con el sindicato, cometes un error y estás listo.

– ¿Y James no te debe nada? -preguntó ella.

Las comisuras de la boca descendieron y se le formaron arrugas en torno a los ojos. Me quitó la mano de su estómago, desvió la mirada y suspiró.

– Dijo que esta noche anunciaría algo que nos gustará a todos -susurré mientras enredaba un dedo en un mechón de su cabello-. ¿Y si me nombra presidente?

Ella se giró. Me miró a los ojos, con expresión de duda.

– ¿Ha dicho eso?

Me encogí de hombros.

– ¿Qué otra cosa me haría feliz después de haber perdido la parte de Milo?

– Si eso es verdad… -dijo ella.

– Tiene que serlo.

– Comportaría un buen sueldo -añadió, hablando cada vez más deprisa-. Serías socio en todos los proyectos que se organicen, ¿no? Podríamos seguir con la casa. Tendríamos que financiarla, pero podríamos hacerlo. Lo dirigirías todo, y…

– ¿Qué? -pregunté, tras una pausa.

– Esos malditos aviones -dijo ella, mientras me apretaba con fuerza la mano-. Si volvieras a necesitar uno, sólo tendrías que cogerlo.

– No hables de eso -dije, rozándole la cara con los dedos y negando con la cabeza-. No lo estropees.

13

Me vestí con la ropa que Jessica me había elegido. Me ayudó a ponerme la chaqueta que cubría la camisa de cuello abierto. Después me puso en la mano un Tylenol con codeína y me dijo que debía dejar la bolsa de hielo. Ella llevaba un traje pantalón un tanto conservador y se recogió el pelo con una cinta violeta. Parecía más joven que nunca. Bajamos al salón cogidos de la mano. Ella dio besos y saludó a todo el mundo. Era una profesional.

– No le des mucha importancia a lo del labio -susurró ella, quitándome una mota de polvo de la chaqueta y apartándome el dedo de la boca-. Ya lo verán.

Todos estaban en el bar: había docenas de personas, charlando, provistos de bebidas. Me fui a un rincón con un whisky doble en la mano y la observé desde allí. La gente se le acercaba, atraída por la calidez de su sonrisa, por la inclinación de su cabeza, por el brillo de sus ojos. Al final, incluso James fue hacia Jessica. Ella le dio un beso en la mejilla y me llamó con la mirada.

– Estamos muy emocionados -le estaba diciendo cuando llegué.

James le sonrió y contestó:

– Yo también lo estoy. Siempre estoy emocionado. Tengo la mejor esposa del mundo, y la mejor familia.

– Y ahora, para colmo, el proyecto va viento en popa -dijo Jessica-. Es increíble.

– Ha sido un duro trabajo -convino James, y apoyó la mano en mi hombro-. Y gran parte del éxito se lo debemos a este hombre. Scott y él son los que tiran de la empresa. Es un genio, ¿lo sabes?

– Eso opino yo -dijo ella, tocándome el otro hombro.

Me miré los zapatos.

– ¡Dios! ¿Qué te ha pasado en el labio? -preguntó James.

Le quité importancia, pero conté la historia y él se rió a mi costa y dijo que eso me enseñaría a no hacer nada con Ben que guardara relación con la caza o la pesca. Después se disculpó y se fue a saludar a Jim Morris, nuestro gerente y uno de los socios más antiguos.

Jessica me apretó el brazo y, en un susurro, dijo:

– Será tuyo.

– Ha dicho que Scott y yo hemos sido los responsables de esto. Scott.

– A Scott le ha dado el dinero. Tiene que darte el cargo. Scott no lo necesita. Sabes que nunca me equivoco en estas cosas.

Bucky carraspeó. Estaba en la puerta; se le veía incómodo enfundado en un abrigo azul. Informó a todos de que la cena se serviría en la bodega.

Las paredes de la bodega eran de piedra. Al estilo antiguo, las grietas entre las piedras grises eran fisuras oscuras, incluso en los techos abovedados. Trajeron a cinco tipos de Italia para hacerlo. El suelo era de tierra batida, sólido, y los estantes de metal que colgaban suspendidos junto a las escaleras eran inamovibles.

Un pequeño fuego ardía en la chimenea, a doce metros por encima del suelo. Candelabros de luz amarillenta situados en la parte alta de las paredes complementaban la gran lámpara de acero que colgaba sobre la mesa larga. A ambos lados de la estancia había tres bodegas con peldaños que llevaban hasta las polvorientas botellas de vino, traídas de todas partes del mundo, algunas de las cuales eran de un valor incalculable.

Detrás de un tapiz flamenco estaba el montacargas por donde se bajaba la cena desde la cocina. Al otro lado de la mesa rústica había una mesa auxiliar, preparada con vino, queso y fruta. El hielo tintineaba en los vasos y las risas de las mujeres sonaban como el repicar de unas campanitas agitadas por el viento. Rodeé el último tramo de las escaleras, por detrás de Jessica.

Ella me cogió de la mano y juntos entramos en la estancia; nos sentamos al extremo opuesto de James, al lado de Ben. Jessica me dio un apretón en el muslo. Los vasos de vino ya estaban llenos y alcé el mío en dirección a Ben. Él me imitó y compartimos un brindis silencioso.

La comida se sirvió enseguida, un plato tras otro precedido de las explicaciones del chef sobre su composición y el vino que lo acompañaba. Paté de hígado de pato con Merlot. Ensalada de endivias y nueces con un Pinot Noir. Trucha a la sal con un Riesling semiseco. Cr è me br û l é e con un vino helado Finger Lakes. No probé ni un bocado del postre, y cuando James empezó a golpear la copa con la cucharilla tuve que tragar con fuerza para impedir que la comida volviera a mi boca.

El silencio se apoderó de la mesa. James carraspeó y dijo:

– Quería que estuvierais todos presentes porque tengo algo que anunciaros.

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