– Y una mierda -repliqué-. Si está corrupta, se puede eliminar. Sin miramientos.
– Rain-san -contestó, con cierto tono de impaciencia-. ¿Ha pensado en lo que surgiría de las cenizas?
– ¿Qué quiere decir?
– Póngase en el lugar de Yamaoto. El Plan A es usar la amenaza del disco para controlar el PLD desde la sombra. El Plan B es hacer estallar el disco -hacerlo público- para destruir al PLD y llevar a Convicción al poder.
– Porque la cinta únicamente implica al PLD -deduje, ahora que empezaba a comprender.
– Por supuesto. En comparación, Convicción parece un modelo de corrección. Yamaoto tendría que salir de la sombra, pero por fin contaría con una plataforma con la que desplazar el país a la derecha. De hecho, creo que eso es lo que espera a largo plazo.
– ¿Por qué dice eso?
– Hay indicios. Algunos personajes públicos han ensalzado declaraciones imperiales de antes de la guerra sobre la educación, la noción de la «divinidad» del pueblo japonés y otras cuestiones. Hay políticos de partidos mayoritarios que hacen públicas sus visitas a santuarios como el Yasukuni, donde hay soldados de la Segunda Guerra Mundial enterrados, a pesar de la repercusión económica de esas visitas en el extranjero. Creo que Yamaoto orquesta esas visitas desde la sombra.
– No sabía que fuera usted tan liberal en esas cosas, Tatsu.
– Soy pragmático. Me importa poco hacia dónde se mueve el país, siempre que el movimiento no suponga un control por parte de Yamaoto.
Reflexioné unos instantes.
– Después de lo que le ha pasado a Bulfinch y a Holtzer, Yamaoto creerá que el disco no se ha destruido, que lo tiene usted. Ya iba a por usted. La cosa no hará más que empeorar.
– No soy tan fácil de pillar, como sabe.
– Está arriesgando mucho.
– Juego mis bazas.
– Supongo que sabe lo que hace -dije, despreocupándome.
Me miró impasible.
– Hay otra razón por la que debo tener cuidado con el contenido del disco. Le implica a usted.
No pude evitar sonreír.
– ¿De verdad? -pregunté, imitando su pose de paleto.
– Me he pasado mucho tiempo buscando al asesino, Rain-san. Se han producido muchas muertes convenientes por «causas naturales». Siempre supe que existía, aunque todos los demás creyeran que perseguía a un fantasma. Y ahora que lo he encontrado, me doy cuenta de que es usted.
– ¿Y qué va a hacer al respecto?
– Eso lo tiene que decidir usted.
– ¿Lo cual quiere decir…?
– Tal como le he dicho, he eliminado todas las pruebas de sus actividades, incluso de su existencia, de la base de datos del Keisatsucho.
– Pero aún queda el disco. ¿Es su manera de decirme que me tendrá controlado?
Negó con la cabeza y por un momento vi en su rostro la decepción por mi falta de sutileza tan americana.
– No me interesa controlarle. Yo no trataría así a un amigo. Es más, conociendo su carácter y su habilidad, reconozco que sería inútil intentar ejercer ese control, y quizá fuera hasta peligroso.
Asombroso. El tipo me había encerrado, no haría público el disco tal como había dado a entender, había enviado a Midori a Estados Unidos y le había dicho que yo estaba muerto y, aun así, me sentía avergonzado de haberlo insultado.
– Por lo tanto, es usted libre de volver a su vida en la sombra -prosiguió-. Pero debo preguntarle algo, Rain-san: ¿De verdad es ésta la vida que desea?
No contesté.
– Si me lo permite, le diré que nunca le había visto tan… completo como en Vietnam. Y creo que sé por qué. Porque en el fondo es un samurái. En Vietnam creía haber encontrado a su maestro, una causa más importante que usted mismo.
Lo que decía me tocó la moral.
– No era el mismo cuando nos volvimos a encontrar en Japón tras la guerra. Su maestro le debió defraudar terriblemente para que se convirtiera en un ronin .
Un ronin es literalmente alguien que flota entre las olas, una persona que vaga sin rumbo. Un samurái sin maestro. Tatsu esperó a que replicara, pero no lo hice.
– ¿Me equivoco? -preguntó al final.
– No -admití, recordando al Loco Genial.
– Usted es samurái, Rain-san. Pero un samurái no puede serlo sin un maestro. El maestro es el yin para el yang del samurái. Uno no puede existir sin el otro.
– ¿Qué está intentando decirme, Tatsu?
– Mi lucha contra la peste que asuela Japón está lejos de haber terminado. La adquisición del disco me proporciona un arma importante para la batalla. Pero no basta. Le necesito a mi lado.
– No lo entiende, Tatsu. No se puede pillar uno los dedos con un maestro y encontrar otro así como así. Las cicatrices son demasiado profundas.
– ¿Qué alternativa tiene?
– La alternativa es ser mi propio maestro. Como hasta ahora.
Agitó la mano en señal de que aquello le parecía una tontería.
– Eso no es posible para el ser humano. Igual que no es posible la reproducción mediante la masturbación.
La crudeza de sus palabras, tan rara en él, me sorprendió y me reí.
– No sé, Tatsu. No sé si puedo confiar en usted. Usted es un cabrón manipulador. Mire lo que ha estado haciendo mientras me tenía encarcelado.
– El hecho de que sea manipulador y que pueda usted confiar en mí son dos cuestiones diferentes -dijo, con la facilidad para analizar las cosas por separado que le otorgaba su origen japonés.
– Me lo pensaré -le dije.
– Eso es todo lo que le pido.
– Ahora déjeme salir de aquí.
Señaló la puerta.
– Es libre de irse desde el momento en que he entrado por ahí.
Le dediqué una media sonrisa.
– Ojalá me lo hubiera dicho antes. Habríamos discutido todo esto tomándonos un café.
Me tomé mi tiempo antes de volver a ver a Tatsu. Antes tenía que ocuparme de unas cuantas cosas.
De Harry, para empezar. Se había colado en los archivos del Keisatsucho el mismo día que le tendí una emboscada a Holtzer en Yokosuka, de modo que sabía que había sido arrestado y «detenido». Unos días más tarde, me dijo, habían borrado toda referencia sobre mí de los archivos.
– Cuando vi que se habían borrado aquellos archivos -me confesó- pensé que te habían eliminado. Creí que estabas muerto.
– Eso es lo que se espera que crea la gente -dije.
– ¿Por qué?
– Quieren que les ayude en algunos asuntos.
– ¿Por eso te dejaron libre?
– No dan nada de forma desinteresada, Harry. Ya lo sabes.
Le conté lo de Midori.
– Quizá sea lo mejor -opinó.
Yo sabía que él tenía la mayoría de las piezas del rompecabezas. Pero ¿de qué servía que alguno de los dos lo reconociera?
– ¿Qué vas a hacer ahora? -me preguntó.
– Aún no lo he pensado.
– Si alguna vez necesitas un buen pirata, ya sabes dónde encontrarme.
– No sé, Harry. Tuviste muchos problemas con aquella codificación musical o lo que fuera. El Keisatsucho lo consiguió sin ningún problema.
– ¡Oye, esos tipos tienen acceso a las supercomputadoras de las universidades japonesas! -farfulló, hasta que se percató de mi mueca burlona-. Muy gracioso.
– Estaremos en contacto -le dije-. Pero antes voy a tomarme unos días de vacaciones.
Viajé en avión hasta Washington D.C., donde según Tatsu habían enviado a Holtzer. La tramitación de su «jubilación» llevaría unos cuantos días y mientras tanto estaría por la zona de Langley.
Pensé que quizá le encontraría llamando a todos los hoteles que figuraban en las Páginas Amarillas del área metropolitana de Virginia. Fui buscando en círculos concéntricos a partir de Langley, pero no encontré a nadie llamado William Holtzer entre los clientes de ningún hotel. Probablemente se hubiera registrado con un nombre falso, y habría pagado en metálico y no con tarjeta de crédito, por temor a que lo pudiera buscar.
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