Barry Eisler - Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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Recorrí, acompañado de esos fantasmas, una serie de callejones más o menos paralelos a Meiji-dori, la arteria principal que enlaza Shibuya y Aoyama. Me había levantado temprano y había salido de la cama sin hacer ruido para que Midori durmiese un poco más, pero la había despertado de todas maneras.

Había llevado el disco a Akihabara, la meca electrónica de Tokio, donde intenté reproducirlo en un PC en una de las enormes y anónimas tiendas de informática. No tuve suerte. Estaba codificado.

Lo cual significaba que necesitaba la ayuda de Harry. El darme cuenta de ello no ponía las cosas más fáciles: dada la descripción de Bulfinch sobre el contenido del disco -pruebas de un asesino o asesinos especializados en causas naturales- sabía que lo que había en el disco podría implicarme.

Llamé a Harry desde un teléfono público de Nogizaka. Parecía aturdido y supuse que estaba durmiendo, pero me di cuenta de que se despertó enseguida en cuanto le mencioné la obra que había en Kokaigijidomae, nuestra señal para una reunión de emergencia inmediata. Empleé nuestro código habitual para decirle que quería que nos reuniésemos en la cafetería Doutor de Imoarai-zaka, en Roppongi. Estaba cerca de su apartamento, por lo que llegaría enseguida.

Cuando llegué allí al cabo de veinte minutos Harry ya estaba esperándome, sentado junto a una mesa en la parte posterior, leyendo el periódico. Tenía el pelo enmarañado a un lado de la cabeza y estaba pálido.

– Siento haberte despertado -dije mientras me sentaba frente a él.

Negó con la cabeza.

– ¿Qué te ha pasado en la cara?

– Eh, deberías ver al otro tipo. Pidamos algo para desayunar.

– Creo que sólo tomaré café.

– ¿No quieres huevos o algo?

– No, sólo un poco de café.

– Parece que has tenido una noche dura -le dije, mientras me imaginaba qué significaría eso para Harry.

Me miró.

– Me estás asustando con tanta cháchara. Sé que no habrías usado el código de no haberse tratado de algo serio.

– Pero de lo contrario no me habrías perdonado que te despertara -repliqué.

Pedimos café y el desayuno y le puse al día de todo lo que había ocurrido desde la última vez que le había visto, empezando por cómo había conocido a Midori, pasando por el ataque frente a su apartamento y luego el mío, el encuentro con Bulfinch, el disco. No le conté lo de la noche anterior. Sólo le dije que utilizábamos un hotel del amor como piso franco.

Al mirarle y notar su preocupación me di cuenta de que confiaba en él. No sólo porque sabía que, desde el punto de vista operativo, no podía hacerme daño, lo cual solía ser el motivo por el que mostraba cierta confianza, sino porque Harry era de fiar. Y porque quería confiar en él.

– Estoy en un aprieto -le dije-. Me vendría bien que me ayudases. Pero… primero necesitarás estar bien informado. Si no te parece bien no tienes más que decirlo.

Se ruborizó levemente, y supe que significaba mucho para él que le pidiera ayuda, que le necesitara.

– Me parece bien -replicó.

Le conté lo de Holtzer y Benny, la aparente relación con la CIA.

– Ojalá me lo hubieras dicho antes -reconoció cuando hube terminado-. Quizá podría haberte ayudado más.

Me encogí de hombros.

– Cuanto menos sepas menos tendré que preocuparme por ti.

Asintió.

– La típica actitud de la CIA.

– Para saberlo hay que haber estado dentro.

– No, no. Recuerda que trabajé para los peces gordos. Los tipos de la CIA son los que convierten la paranoia en una especie de orgullo. De todos modos, ¿por qué querría hacerte daño?

– Tengo cuidado, chico, eso es todo -repliqué-. No es nada personal.

– Me salvaste la vida en Roppongi, ¿te acuerdas? ¿Crees que lo olvidaría?

– Te sorprendería saber lo que la gente es capaz de olvidar.

– Yo no. De todos modos, ¿se te ha ocurrido pensar lo mucho que confío en ti al permitir que compartas esa información conmigo y me conviertas en un blanco potencial y vulnerable? Sé que eres cuidadoso y sé de lo que eres capaz.

– No estoy seguro de entenderte del todo -dije.

Me miró largamente antes de replicar:

– He guardado tus secretos durante mucho tiempo. Seguiré guardándolos. ¿De acuerdo?

«Nunca subestimes a Harry», pensé mientras asentía.

– ¿De acuerdo? -repitió.

– Sí -dije, ya que no me quedaba otra alternativa-. Bien, basta de decirnos cuánto nos queremos. A por el problema. Empecemos por Holtzer.

– Cuéntame cómo le conociste.

– No después de haber comido.

– ¿Tan chungo es?

Me encogí de hombros.

– Le conocí en Vietnam. Entonces trabajaba en la Agencia, adscrito al GOE, el Grupo de Operaciones Especiales de la CIA y los militares. Tiene huevos, eso lo reconozco. No tenía miedo de ir al campo de batalla, a diferencia de otros contables con los que trabajé allí. Me gustó eso de él cuando le conocí, pero incluso entonces me di cuenta de que era un arribista. La primera vez que tuvimos un encontronazo fue después de una operación del ERVN -Ejército de la República de Vietnam, el ejército del sur- en la Región Militar Tres. El ERVN había bombardeado con morteros una supuesta base del Vietcong en Tay Ninh, y para ello se había basado en una información procedente de una fuente que Holtzer se había camelado. Así que tuvimos que realizar el recuento de víctimas para verificar la información que se nos había proporcionado.

»El ERVN había bombardeado a base de bien el lugar, por lo que costaba identificar los cadáveres… había fragmentos por todas partes. Pero no había armas. Le dije a Holtzer que no me parecía que allí hubiera actividad del Vietcong. Entonces me dijo que de qué estaba hablando, que aquello era Tay Ninh y que todos eran del Vietcong. Le respondí que no había armas, que su fuente le había tomado el pelo, que había sido un error. Me dijo que de error nada de nada, que al menos había dos docenas de enemigos muertos. Pero es que contaba cada extremidad desmembrada como si fuera un cuerpo entero.

»De vuelta a la base redactó el informe y me pidió que lo verificara. Le dije que se fuera a tomar por culo. Había un par de oficiales cerca, pero no lo suficiente como para oírnos. Nos acaloramos y acabé noqueándole y dejándolo inconsciente. Los oficiales lo vieron, que era lo que Holtzer había querido, aunque creo que no había contado con la rinoplastia que necesitó después. Normalmente algo así no habría llamado la atención, pero en aquel entonces existía cierta susceptibilidad sobre la manera en que cooperaban en el campo la CIA y las Fuerzas Especiales, y Holtzer conocía bien la burocracia. Hizo ver que yo no quería verificar el informe porque tenía problemas personales con él. Me pregunto cuántas operaciones subsiguientes del S & D se basaron en información procedente de aquella fuente de los cojones.

Sorbí el café.

– Después de ese incidente me causó muchos problemas. Es la clase de tipo que sabe en qué orejas debe susurrar y a mí ese juego nunca se me ha dado bien. Cuando regresé de la guerra había una especie de nubarrón que me seguía a todas partes y supe que siempre tenía que ver con él, aunque no logré atraparle con las manos en la masa.

– Nunca me has contado qué te pasó en EEUU después de la guerra -comentó Harry al cabo de unos instantes-. ¿Por eso te marchaste?

– En parte. -El laconismo de la respuesta implicaba que no quería hablar de eso, y Harry lo comprendió.

– ¿Qué me dices de Benny?

– Lo único que sé es que tenía contactos con el PLD, un recadero, pero se le confiaban recados importantes. Y, al parecer, también era un topo para la CIA.

La palabra «topo» me dejó un mal sabor de boca. Sigue siendo uno de los sobrenombres más repugnantes que conozco.

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