Barry Eisler - Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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– El jefe quiere verle.

Entonces comprendí que la llamada procedía de la Agencia, que el jefe era Holtzer. Esperé para ver si Lincoln añadía algo, pero no lo hizo.

– Debe de estar bromeando -dije.

– No. Se ha producido un error y quiere explicaciones. Indique el lugar y la hora.

– De eso nada.

– Tiene que oír lo que quiere decirle. Las cosas no son lo que parecen.

Miré hacia Kinokuniya al tiempo que sopesaba los riesgos y las posibles ventajas.

– Tendrá que verme de inmediato -dije.

– Imposible. Está reunido. No estará libre antes de la noche, como muy pronto.

– Como si le están haciendo una operación a corazón abierto, me da igual. Dígaselo, Abraham. Si quiere verme, le esperaré en Shinjuku dentro de veinte minutos. Si llega un minuto tarde me habré largado.

Se produjo una larga pausa.

– ¿En qué parte de Shinjuku? -preguntó.

– Dígale que vaya directamente al letrero de Studio Alta desde la salida este de la estación de Shinjuku del JR. Y dígale que si lleva algo más aparte de los pantalones, los zapatos y una camiseta de manga corta, no me verá el pelo, ¿entendido? -Quería que a Holtzer le costase ocultar un arma que pudiera desenfundar rápidamente, si es que ése era su plan.

– Entendido.

– Exactamente veinte minutos -dije antes de colgar.

Cabían dos posibilidades: Una, quizá Holtzer quisiera decirme algo justificado, aunque lo dudaba. Dos, se trataba de un intento por recuperarme para acabar el trabajito que habían fastidiado frente a mi apartamento. En todo caso, era una buena oportunidad para que averiguase más detalles. Desde luego, no contaba con que Holtzer fuera sincero conmigo, pero leería entre líneas sus mentiras.

Suponía que habría cámaras. Le mantendría en movimiento, pero seguiría existiendo el riesgo. «Qué coño -pensé-, saben dónde vivo, los muy cabrones seguramente ya tendrán un álbum de fotos. Me queda poco anonimato que proteger.»

Regresé a Shinjuku-dori y me dirigí hacia la fachada del edificio de Studio Alta, donde había varios taxis esperando pasajeros. Me acerqué a uno de los conductores, un tipo joven con aspecto de estar dispuesto a pasar por alto una situación extraña si el precio valía la pena, y le dije que quería que recogiese a un pasajero que vendría por la salida este dentro de unos quince o veinte minutos, un gaijin con una camiseta.

– Pregúntele si es un ladrón -le expliqué en japonés al tiempo que le entregaba un billete de diez mil yenes-. Si responde que sí, quiero que le lleve hasta Shinjuku-dori, luego gire a la izquierda en Meiji-dori, después a la izquierda de nuevo en Yasukuni-dori. Espéreme en el lado norte de Yasukuni-dori, frente al Banco Daiwa. Llegaré allí después que usted. -Saqué otro billete de diez mil yenes y lo partí en dos. Le di una mitad y le dije que tendría la otra cuando me recogiera. Inclinó la cabeza dando a entender que aceptaba.

– ¿Tiene una tarjeta? -le pregunté.

Hai -replicó y, acto seguido, extrajo una tarjeta de visita del bolsillo de la camisa.

La cogí y le di las gracias, luego me encaminé hacia la zona posterior del edificio Studio Alta, donde tomé las escaleras hasta la quinta planta. Desde allí se veía bien la salida este. Consulté la hora: faltaban catorce minutos. Anoté una dirección en Ikebukuro en el reverso de la tarjeta y me la guardé en el bolsillo superior de la chaqueta.

Holtzer llegó un minuto antes. Le vi emerger de la salida este y caminar lentamente hacia el letrero de Studio Alta. Incluso desde lejos reconocí los labios carnosos, la nariz prominente. Durante unos instantes más que placenteros, recordé habérsela roto. Seguía teniendo pelo, aunque era cano y no el rubio que recordaba. A juzgar por el porte y la complexión, se mantenía en forma. Parecía tener frío con la camiseta de manga corta. Qué pena.

Vi que el taxista se le acercaba y le decía algo. Holtzer asintió y luego le siguió hasta el taxi, mientras miraba a izquierda y a derecha. Observó el taxi con recelo antes de entrar, y luego partieron hacia Shinjuku-dori.

No había dado tiempo a la gente de Holtzer para disponer de un coche u otros dispositivos de vigilancia móviles en la zona, por lo que si alguien le seguía tendría que ingeniárselas lo mejor posible, seguramente apresurándose a buscar un taxi. Observé la zona durante cuatro minutos y no aprecié ninguna actividad inusual. De momento todo marchaba sobre ruedas.

Di la vuelta, regresé a las escaleras y las bajé de tres en tres hasta llegar a la primera planta. Luego atajé por Yasukuni-dori hasta el Banco Daiwa, y llegué justo cuando el taxi aparcaba. Me dirigí hacia el lado del pasajero sin dejar de mirar las manos de Holtzer. La puerta automática se abrió y Holtzer se inclinó hacia mí.

– John… -comenzó a decir con su habitual tono tranquilizador.

– Las manos, Holtzer -le interrumpí-. Enséñame las manos. Las palmas hacia arriba. -No creía que intentaría dispararme, pero tampoco pensaba darle la oportunidad de hacerlo.

– Debería pedirte lo mismo.

– Pídemelo. -Vaciló un instante, luego se reclinó y alzó las manos-. Ahora entrelaza los dedos y ponte las manos en la nuca. Después vuélvete y mira por la ventanilla del conductor.

– Oh, venga ya, Rain… -comenzó a decir.

– Hazlo o me largo. -Me fulminó con la mirada durante unos instantes y luego me obedeció.

Me senté junto a él y entregué al conductor la tarjeta de visita con la dirección en Ikebukuro, tras lo cual le pedí que nos llevara allí. Daba igual dónde nos condujera, pero no quería decir nada en voz alta. Luego sujeté los dedos entrelazados de Holtzer con la mano izquierda y con la derecha le cacheé. Al poco, me separé de él, contento de que no fuera armado. Pero eso no era lo único que me preocupaba.

– Espero que estés satisfecho -dijo-. ¿Te importaría decirme adónde vamos?

Sabía que me lo preguntaría.

– ¿Llevas un micro oculto, Holtzer? -pregunté mirándole a los ojos. No respondió. ¿Dónde lo llevaría?, me dije. No había notado nada debajo de la camiseta-. Quítate el cinturón -ordené.

– Y una mierda, Rain. Te estás propasando.

– Quítatelo, Holtzer. No pienso seguirte el juego. Creo que la mejor manera de resolver mis problemas sería romperte el cuello aquí mismo.

– Adelante, inténtalo.

Sayonara , capullo. -Me incliné hacia el conductor-. Tomatte kudasai . -Deténgase.

– Vale, vale, tú ganas -dijo al tiempo que alzaba las manos en señal de rendición-. Hay un micro en el cinturón. No es más que por precaución. Después del desgraciado accidente de Benny.

¿Me estaba diciendo que no me preocupara, que lo de Benny ni siquiera importaba?

Iya, sumimasen -le dije al conductor-. Itte kudasai . -Lo siento. Siga.

– Me alegra saber que todavía sientes la misma gran estima por los tuyos -le dije a Holtzer-. Dame el cinturón.

– Benny no era de los míos -replicó al tiempo que negaba con la cabeza por mi cerrilidad-. Nos estaba jodiendo del mismo modo que intentó joderte a ti. -Se quitó el cinturón y me lo dio. Lo sostuve en alto. Sí, había un micro minúsculo debajo de la hebilla.

– ¿Dónde está la pila?

– La hebilla hace de pila. Hidruro de níquel.

Asentí, impresionado.

– Un trabajo de primera. -Bajé la ventanilla y lancé el cinturón a la calle.

Intentó atraparlo demasiado tarde.

– Maldita sea, Rain, no tenías por qué hacerlo. Bastaba con apagarlo.

– Enséñame los zapatos.

– No si piensas tirarlos por la ventana.

– Lo haré si ocultan un micro. Quítatelos. -Me los dio. Eran mocasines negros; piel suave y suelas de goma. No cabría un micro. El interior estaba cálido y húmedo por el sudor, lo que indicaba que los llevaba puestos hacía rato, y se apreciaban las marcas de los dedos del pie. Era obvio que los del laboratorio no prepararían algo así para una ocasión especial. Se los devolví.

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