Barry Eisler - Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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Midori se volvió hacia mí.

– Eso fue cuando se lo diagnosticaron.

– ¿Perdón? -dijo Bulfinch.

– Cáncer de pulmón. Acababa de averiguar que le quedaba poco tiempo de vida -explicó Midori.

Bulfinch asintió, con expresión comprensiva.

– Entiendo. No lo sabía. Lo siento.

Midori inclinó la cabeza brevemente para aceptar la condolencia.

– Siga, por favor.

– Durante el transcurso del siguiente mes mantuve varias reuniones clandestinas con su padre, durante las cuales me informó con todo lujo de detalles sobre la corrupción del Ministerio de la Construcción y su papel como intermediario entre el Partido Liberal Democrático y la yakuza . Esas reuniones me ofrecieron información inestimable sobre la naturaleza y el grado de corrupción en la sociedad japonesa. Pero necesitaba corroboración al respecto.

– ¿Qué clase de corroboración? -inquirí-. ¿Es que acaso no podía publicarlo y atribuirlo a «una fuente importante del Ministerio de la Construcción»?

– Normalmente, sí -replicó Bulfinch-, pero me enfrentaba a dos problemas en este caso. Primero, el cargo de Kawamura en el Ministerio implicaba que era el único que podía acceder a la información que me ofrecía. Publicarla era sinónimo de incluir su nombre.

– ¿Y el segundo problema? -inquirió Midori.

– El impacto -respondió Bulfinch-. Ya hemos publicado media docena de revelaciones sobre la clase de corrupción en la que Kawamura estaba implicado. La prensa japonesa se niega en redondo a publicarlas. ¿Por qué? Porque los políticos y los burócratas aprueban e interpretan leyes que crean o destruyen sociedades anónimas nacionales. Y las sociedades anónimas suponen más de la mitad de los ingresos por publicidad de los medios. Así que si, por ejemplo, un periódico publica un artículo que ofende a un político, el político llama a sus contactos de las sociedades anónimas más importantes, las cuales retiran la publicidad del periódico y la trasladan a una publicación rival, por lo que el periódico se hunde. ¿Entiende? Si le pide a un periodista que investigue una historia que se salga de los clubes de noticias kisha patrocinados por el Gobierno, le cierran el periódico. Si les sigue el juego seguirá recibiendo dinero, legal e ilegal. Aquí nadie se arriesga; todo el mundo trata la verdad como si fuera una enfermedad contagiosa. Por Dios, la prensa de Japón es la más dócil del planeta.

– ¿Pero con pruebas…? -pregunté.

– Unas pruebas concretas cambiarían todo. Los periódicos se verían obligados a cubrir la historia o, de lo contrario, pondrían de manifiesto que sólo son herramientas del Gobierno. Descubrir y sacar a la luz a los cerebros corruptos debilitaría al Gobierno y envalentonaría a la prensa. Podríamos comenzar un círculo virtuoso que conduciría a un cambio en la política japonesa que no se ha visto en el país desde la Revolución Meiji.

– Creo que exagera el afán de los medios de comunicación nacionales -comentó Midori.

Bulfinch negó con la cabeza.

– En absoluto. Los conozco bien. Son buenos periodistas, quieren publicar. Pero también son realistas.

– La prueba -dije-. ¿Cuál era?

Bulfinch me miró por encima de las gafas de montura ligera.

– No lo sé exactamente. Sólo que es una prueba concreta. Irrefutable.

– Quizá el disco debería acabar en manos del Keisatsucho, no de la prensa -manifestó Midori, refiriéndose a la agencia de investigación de Tatsu.

– Tu padre no habría durado ni un día si le hubiera pasado esa información a los del FBI -comenté para ahorrarle el problema a Bulfinch.

– Exacto -dijo Bulfinch-. Su padre no fue la primera persona que trató de denunciar la corrupción. ¿Le suena Tadayo Honma?

«Ah, sí, Honma-san. Una historia triste», pensé.

Midori negó con la cabeza.

– Cuando el Banco de Crédito Nipón quebró en 1998 -prosiguió Bulfinch-, hubo problemas con al menos treinta y seis mil millones de dólares, y seguramente muchos más, de su cartera de préstamos por valor de ciento treinta y tres mil millones de dólares. Se relacionaron esos préstamos incobrables con los bajos fondos, incluso con pagos ilegales a Corea del Norte. Para arreglar el desaguisado, un consorcio contrató a Tadayo Honma, el antiguo y respetado director del Banco de Japón. Honma-san se convirtió en presidente del BCN a comienzos de septiembre y comenzó a repasar los libros de contabilidad del banco para intentar sacar a la luz el verdadero alcance de las deudas y entender dónde y por qué se habían producido.

»Honma duró dos semanas. Lo encontraron ahorcado en una habitación de hotel de Osaka, con notas dirigidas a la familia, la empresa y otros allegados. Incineraron el cuerpo de inmediato, sin autopsia, y la policía de Osaka dictaminó que se trataba de un suicidio sin tan siquiera realizar una investigación al respecto.

»Y lo de Honma no fue un caso aislado. Su muerte fue el séptimo "suicidio" entre japoneses importantes que investigaban irregularidades financieras o que debían prestar declaración sobre las irregularidades habidas desde 1997, cuando comenzó a saberse la relevancia de los préstamos incobrables que afectaban a bancos como el Crédito Nipón. También hubo un miembro del parlamento que se disponía a hablar sobre actividades para recaudación de fondos irregulares, otro director del Banco de Japón que supervisaba pequeñas instituciones financieras, un investigador de la Agencia de Supervisión Financiera y el director del Departamento de Instituciones Financieras Pequeñas y Medianas del Ministerio de Economía. En ninguno de los siete casos se realizó una investigación por homicidio. Los que mandan en este país no lo permiten.

Pensé en Tatsu y en sus teorías de la conspiración, impasible detrás de mis gafas.

– Se rumorea que hay un equipo especial entre la yakuza -comentó Bulfinch al tiempo que se quitaba las gafas y limpiaba los cristales con la camisa-, especialistas en «causas naturales», que van a ver a las víctimas por la noche a la habitación del hotel, les obligan a firmar testamentos a punta de pistola, les inyectan sedantes y luego les estrangulan de tal modo que parece que la víctima se ha suicidado ahorcándose.

– ¿Ha encontrado algo que demuestre que los rumores son ciertos? -pregunté.

– Todavía no. Pero cuando el río suena… agua lleva.

Sostuvo las gafas en alto, las observó con atención y volvió a ponérselas.

– Le diré algo más. Aunque los problemas de los bancos sean terribles, la cosa está peor en el Ministerio de la Construcción. Construcción es el mayor empleador del país, y lleva arroz a una de cada seis mesas en Japón. Es con diferencia la industria que más contribuye al PLD. Si se quiere arrancar de cuajo la corrupción del país, habría que comenzar por Construcción. Su padre fue un hombre valiente, Midori.

– Lo sé -replicó.

Me pregunté si seguiría pensando que el infarto había sido por causas naturales. Comenzaba a hacer calor en el edificio.

– Ya le he contado lo que sé -dijo Bulfinch-. Ahora es su turno.

Le miré de hito en hito desde detrás de las gafas.

– ¿Se le ocurre por qué motivo Kawamura acudió al encuentro sin el disco?

Bulfinch reflexionó antes de responder.

– No.

– Esa mañana iba a realizarse la transferencia, ¿no?

– Sí. Como he dicho, ya nos habíamos reunido en varias ocasiones. Kawamura cumpliría con lo prometido esa mañana.

– Quizá no pudo acceder al disco o descargar lo que pensaba descargar y por eso iría con las manos vacías.

– No. El día anterior me dijo por teléfono que ya lo tenía. Sólo faltaba entregarlo.

Se me ocurrió algo. Me volví hacia Midori.

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