Debido a que forma una clara y lisa extensión, casi como de hormigón natural, resulta perfecta para los polígonos de pruebas de la base, que están dispuestos formando un gran arco que la atraviesa y se extiende hacia atrás unos quince kilómetros; los polígonos Baker, Charlie y «G» (nunca George, porque significa Campo [8]). Al sur de los polígonos, a lo largo de la orilla del antiguo lago, está la base misma. Originalmente todos los edificios eran barracas prefabricadas, y no son mucho más aparentes en la actualidad, sino sencillos y funcionales edificios, en su mayor parte de una sola planta. De hecho, la parte de la base en la que se trabaja ha cambiado poco con el paso de los años. Por otro lado, la zona residencial, donde se vive, es mucho más pequeña. En un principio albergaba de diez a quince mil personas, pero en la actualidad la población no alcanza la mitad de esa cifra. No obstante, la decadencia es más aparente que real y es mera consecuencia de un tecnicismo. En sus comienzos, China Lake era oficialmente una instalación «temporal» en tiempo de guerra que, en teoría, la Marina hubiese podido cerrar en cualquier momento, de modo que ningún banco estaba dispuesto a conceder hipotecas a personas de la base que quisieran construir en la zona. Pero aquello cambió en 1962, con la ayuda del presidente Kennedy, nada menos; la base fue declarada «permanente» y la mayoría de los civiles escaparon de inmediato a los rigores del alojamiento en la base, aunque tan sólo llegaron a Ridgecrest, la ciudad civil que ha crecido alrededor del perímetro de la base. En la actualidad tiene una población de unas veinte mil personas, con colegios, un hospital y una community college [9] (el mayor orgullo local), y sus pulcras calles se extienden hasta alcanzar casi la autopista. La mayoría de casas son agradables bungalows estilo rancho y no hay signos exteriores de que muchos de sus habitantes sean ingenieros y químicos de primera categoría. De hecho, la única cosa extraña de la ciudad es su nombre, puesto que no hay colinas ni crestas [10]en varios kilómetros a la redonda, pero eso forma parte de la tradición local. En 1940, antes de que llegara la Marina, los noventa y seis habitantes de la zona habían solicitado una estafeta de correos, a la que quisieron poner por nombre Vista de la Sierra, sugerencia que no carecía de fundamento, puesto que desde allí se ve Sierra Nevada, pero el gobierno rechazó la petición aduciendo que California tenía ya bastantes sierras sin necesidad de una más. Por lo tanto, se pidieron alternativas que se clavaron sobre el tablero de noticias del Almacén General de Bentham. Barranco de la Serpiente de Cascabel tuvo algunos adeptos, así como Gilmore, la marca de gasolina que vendía Bentham, pero al final fue un extranjero de paso quien proporcionó el nombre ganador. Años antes había disfrutado de una buena época en un lugar llamado Ridgecrest, en Missouri. En cualquier caso la elección ha funcionado, con sus bungalows y garajes para los coches y las polillas zumbando en abundancia en torno a las luces de los porches. La inspiración evidente de la ciudad son las zonas residenciales; de no haberse llamado Ridgecrest, podría haber sido perfectamente Buena Vista, Maple Heights o Greenwood Glen.
Para Tannis aquél era el paisaje de su historia personal. Había pasado la mayor parte de su vida en el desierto y lo conocía como la palma de su mano. Solía decir que había nacido en Sparks, Nevada, aunque su historial militar mencionaba la otra candidata, Los Ángeles. En realidad, Tannis no podía estar seguro: era hijo ilegítimo. No tenía la menor idea de quién era su padre natural y su madre, a los seis meses de unirse al hombre que le había dado el apellido a Tannis, se largó para siempre. Tannis tendría unos cinco años por aquel entonces, aunque ni siquiera estaba seguro de la fecha de su nacimiento. Si su padre (Tannis lo consideraba como tal) la había sabido alguna vez, la había olvidado, pues aquel tipo de detalles nunca le habían importado demasiado. Era la clase de hombre que estaba siempre en movimiento, mirando hacia delante, nunca hacia atrás. Le gustaban los planes y proyectos, los sueños y los viajes, aunque los suyos no le habían llevado nunca más allá de Oregón hacia el norte, y Panamá hacia el sur. Trabajaba en la construcción y en las vías férreas, vendía casas unifamiliares y camiones Mack, pero siempre pensó en sí mismo como en un buscador de oro. Durante el transcurso de los años había llegado incluso a hacer unos cuantos descubrimientos. El mayor de ellos, cerca de Riddle, Oregón, le permitió llevar a Tannis a Los Ángeles, pero por lo general le llegaban tan sólo para unos pocos meses de juego.
Para Tannis, adolescente aún, aquella vida no era tan pintoresca como se pueda suponer, parecía pasar la mayoría del tiempo esperando, ignorado, olvidado a medias: «Espera aquí unos minutos, hijo»… Pero nunca enteramente olvidado, porque su padre siempre lo llevaba consigo. Y tenía otro don salvador, la inteligencia, que le permitió descubrir la de su hijo. Después de los cinco años de edad Tannis no perdió nunca a damas con él y tampoco tras su tercera partida de ajedrez. De modo que, siempre que era posible, su padre lo enviaba a la escuela. Finalmente, cuando Tannis tenía catorce años más o menos, lo llevó a Los Ángeles tras su hallazgo en Oregón y lo matriculó en un instituto. Debido a que Tannis carecía por completo de historial académico, lo sometieron a una serie de pruebas para determinar en qué curso debía empezar. La mayoría de las pruebas eran matemáticas, pues supusieron que ésa sería su debilidad. En realidad era todo lo contrario; en cualquier librería de segunda mano los textos de trigonometría son baratos, y Tannis los había leído por puro placer. Así pues, a pesar de que apenas había oído hablar de Shakespeare y le hubiera resultado difícil situar la India en el mapa, empezó a estudiar en el penúltimo curso y pasó al último cuando aún no había finalizado el año escolar. Se graduó el tercero de su clase, luego realizó un examen para una beca que lo llevó al CalTech. Y fue el CalTech quien lo condujo a China Lake.
De hecho, para ser absolutamente precisos, el CalTech lo llevó de vuelta a China Lake, puesto que, como le gustaba contar a la gente, había estado allí antes de que nadie supiera que existía ese lugar, trabajando con su padre, que había realizado una poco entusiasta búsqueda de la Mina Perdida de Gunsight, que según afirmaban algunos se hallaba en Coso Hills. Llegó incluso a encontrar un poco de mercurio y a delimitar su propiedad, que la Marina compró más tarde a Tannis, tras la muerte de su padre. Pero eso fue años más tarde. En el CalTech, desde luego, nunca se le hubiera ocurrido que su historia personal y la más amplia historia del mundo fueran a converger. Sus objetivos eran meramente personales, aunque incluso esta afirmación resulta acaso demasiado precisa, pues su idea del éxito era por completo abstracta. Sus notas, en ese sentido, fueron una buena aproximación. Como estudiante más joven del centro (debió ser al menos uno de los más jóvenes) tuvo que esforzarse para mantenerse a la altura y no dispuso de tiempo para pensar en la guerra que se desarrollaba en Europa. Sin duda apenas oyó hablar del Consejo para la Cooperación en la Defensa, organismo mediante el que CalTech planeaba cómo iba a contribuir dicho instituto al esfuerzo para la guerra. Por otro lado, Tannis conocía de vista a Charles Lauritsen, el jefe del Consejo, ya que Lauritsen era algo parecido a un héroe, por haber sido el hombre que había creado el primer aparato de rayos X de un millón de voltios del mundo. Pero nada sabía del viaje de Lauritsen a Inglaterra en la primavera de 1941, donde le fue mostrada la cordita, un nuevo explosivo británico. Ni tenía la menor idea de una de las peculiares propiedades de aquella sustancia, que podía moldearse, estirarse, hasta convertirse en el propelente ideal para el motor de pequeños cohetes.
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