– ¿Vive ahí? -preguntó Cane.
– Esperen a ver su agujero de hobbit -dijo Andy-. ¡Oh, eh, si vamos a transportarlos fuera de la isla antes de que empiecen a caer los pepinos nucleares, será mejor que busquemos algo para embalar sus cosas!
– ¿Transportarlos? ¿Embalar sus cosas? -dijo Cane.
Andy asintió.
– Podemos utilizar las cajas de los especímenes que tenemos aquí -dijo Nell, mirando a Geoffrey; él asintió y buscó las cajas en el asiento trasero.
Copey ladraba entusiasmado y fue el primero en saltar fuera del Hummer. Allí arriba, cerca del borde de la isla, el aire era considerablemente más fresco, y el sonido de la jungla que se extendía debajo era un ruido agudo y estridente.
Cada uno de los científicos llevaba una caja de aluminio destinada a los especímenes que habían cogido de la parte trasera del Hummer.
Ahora que estaba fuera del vehículo, Cane llevaba su rifle de asalto M-l y no dejaba de examinar con cautela las ramas que se entrecruzaban por encima de su cabeza. Se encontraban muy lejos de la bulliciosa jungla que ocupaba el centro de la isla, pero nadie sabía lo que acechaba en el árbol gigante que se alzaba junto a ellos.
– Andy, ¿estás seguro de que no corremos peligro junto a esta cosa? -preguntó Zero mientras dirigía la cámara de vídeo hacia la espesura que los cubría.
– Sí, estaremos bien si nos mantenemos cerca del árbol.
Un perímetro de sal parecía haber sido excretado en la tierra alrededor del tronco del árbol. Esta medida aparentemente impedía que el omnipresente trébol de Henders atacara la superficie gris cremosa de su tronco, que era amplio como una casa. Unos escalones conducían por encima del perímetro de sal a la manera de los jardines de rocas japoneses.
Aunque al principio les había parecido a todos una araña con seis patas que se extendían cuatro metros, ahora la criatura tenía una apariencia más compacta, con dos patas plegadas hacia atrás como las de una araña, sus brazos medios actuando a modo de patas delanteras, y sus brazos superiores colocados junto a su largo cuello de tal modo que las primeras articulaciones o «codos» parecían hombros puntiagudos de los que colgaban unos brazos sorprendentemente humanos. Las manos en sus seis miembros tenían tres dedos y dos pulgares oponibles. Los científicos y el camarógrafo observaron los detalles de su anatomía con muda admiración al ver cómo se ponía en movimiento sin aparente esfuerzo delante de ellos.
La cola, larga y elástica, de la que había pendido la criatura encima de la cueva ahora estaba enrollada en el interior del vientre. Un brillo de color jugaba sobre su denso pelaje como la aurora boreal. La cabeza tenía forma de cebolla, con un cuerno sagital en la parte superior. Exhibía una frente amplia sobre una boca grande y graciosa, y no había rastros de ninguna nariz. Cuando los miraba, sus grandes ojos ovalados poseían una mirada astuta, felina, moviéndose de forma independiente en direcciones diferentes. Los ojos parpadeaban debajo de sus párpados velludos siempre que se retraían. Unos lóbulos triangulares inclinados se proyectaban a ambos lados del cuerno sagital de la criatura como arcos superciliares sobre los ojos.
La forma de su amplia boca y los labios mostraban una cordialidad como la de un pato, con comisuras sonrientes y un pico animoso en su ancho labio superior. Su expresión transmitía una elegante seguridad que los humanos encontraban desconcertante. La criatura estiró una de sus manos superiores y tocó el cañón del fusil de asalto de Cane con delicada curiosidad.
Cane apartó el fusil con gesto brusco y apuntó a la cabeza de la criatura.
– ¡No! -gritó Nell.
Copepod comenzó a ladrar frenéticamente.
– ¡Tranquilo, amigo! -dijo Zero, bajando la cámara.
– Puedes confiar en él, Hender -le dijo Andy a la criatura.
– ¿Tiene un nombre? -preguntó Thatcher.
– Todo está bien, Cane. -Geoffrey habló con más seguridad de la que sentía-. Esta cosa acaba de salvarnos la vida, ¿recuerda?
Cane se sintió acorralado y miró a Thatcher, quien asintió discretamente, indicándole que tuviese paciencia. Cane retrocedió y asintió en su dirección.
Todos miraron asombrados a la brillante criatura cuando ésta subió delicadamente los escalones y luego se volvió hacia ellos y les hizo señas de que lo siguieran. Luego abrió una puerta redonda que resultaba casi imperceptible en el abultado tronco del árbol.
En el interior, engullidos por la pulpa del inmenso árbol, se encontraron con otra sorpresa.
– Es el fuselaje de un bombardero de la segunda guerra mundial -murmuró Zero.
Andy asintió.
– Así es.
Sólo el morro del avión sobresalía del tronco, colgando sobre el acantilado en el extremo más alejado. Vieron cómo se ocultaba el sol sobre el mar a través del retorcido marco de la ventana de la cabina, que parecía haber sido cubierta con un trozo de plástico claro.
– La casa que construyó Hender -anunció Andy.
– ¿Hender? -dijo Nell.
– Así es como lo llamo a él. O a ella. O a ambos.
– Hender no construyó este B-29 -dijo Zero. Tomó varios y amplios planos del lugar.
Con sus cuatro manos, Hender imitó a un avión tratando de alzar el vuelo y luego estrellándose, e hizo un ruido que era una extraña aproximación a una explosión.
– ¿Creéis que él vio cómo se estrellaba el avión? -preguntó Geoffrey.
– Eso debió de ocurrir hace al menos sesenta años.
– Creo que Hender es viejo -dijo Andy-. Realmente viejo.
– No me sorprendería -convino Geoffrey-. ¿Es un animal solitario? ¿Vive solo?
– Sí -dijo Andy.
– ¿Y qué tiene que ver eso con la edad que pudiera tener esta criatura? -preguntó Nell mirando a Geoffrey.
– Te lo explicaré más tarde -dijo él.
– Está bien -dijo ella.
– Es una teoría radical.
– Está bien.
– Muy alejada de una perspectiva no ortodoxa.
Ella sonrió y lo miró con una expresión de aprecio.
Ninguno de los humanos podía apartar la vista ni un momento de la criatura mientras ésta se movía hacia el morro del avión, donde había fijado su hogar. El pelo de su cuerpo emitió suaves fuegos artificiales de color cuando señaló el panel de control de la cabina de los pilotos. Como si fuera una extraña grabadora, dijo:
– «Esto da por terminada la transmisión de la Pacific Ocean Network del 7 de mayo de 1945. ¡Una vez más, es el DÍAAAA-UVEEEEEEEEEE! ¡Victoria en Europa!»
Geoffrey y Nell se miraron estupefactos.
– Debió de oírlo en la radio del avión -sugirió Zero.
– Sí -dijo Andy-. También lo he oído imitar a Bob Hope.
– Pensé que había dicho que no hablaba nuestro idioma -repuso Cane.
– Y no lo habla. Le he enseñado unas pocas palabras. Y repite las cosas que oyó en la radio en aquella época, pero no las entiende.
En el interior de la casa de Hender se estaba bien; el aire tenía un olor ligeramente dulce y picante, parecido al incienso japonés, pensó Nell. Vio que Hender había coleccionado una amplia variedad de botellas de vino, campanas de cristal, flotadores de pesca, un frasco de mantequilla de cacahuete, un frasco de mayonesa, preciosos recipientes de cristal que habían conseguido sobrevivir milagrosamente a su viaje desde la civilización hasta la isla Henders en contenedores de cargueros, baúles de barcos de vapor, cajones de embalaje y naufragios a través de grandes abismos del tiempo y la distancia.
Con sus tres brazos libres, Hender sacudió algunos irascos que contenían criaturas parecidas a insectos, y el brillo de las mismas inundó la estancia con una luz titilante.
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