Las ratas comenzaron a golpear los costados del Hummer como si fuesen pelotas de golf. Los gusanos perforadores aterrizaban en las ventanillas, moviendo sus fauces sobre los cristales a prueba de balas y dejando profundos arañazos en ellos.
– Será mejor que abra ese grifo -dijo Geoffrey desde el asiento trasero.
– ¡Ésas son grandes noticias, Azul Uno! ¡Grandes noticias! En ese caso, tengo a un montón de científicos que quieren recoger algunos especímenes aquí. ¿Recibido?
Cane permaneció paralizado mientras la criatura comenzó a tocar el techo y el volante con sus cuatro manos mientras sus ojos miraban rápidamente en diferentes direcciones.
– Recibido, Azul Dos -musitó Cane en la radio.
– ¡Venga, Cane, accione el rociador! -dijo Nell.
El sargento, visiblemente aturdido, dejó el micrófono de la radio y abrió el grifo del techo, rociando el Hummer con agua salada sin dejar de apuntar a la criatura. Un momento después, los bichos se retiraron y la criatura señaló excitada un gusano perforador del tamaño de una langosta que había quedado pegado al parabrisas. Las tres alas del gusano se habían extendido fuera de los paneles debajo de su cabeza y estaban aplastadas contra el cristal por la presión superficial del agua. El retorcido artrópodo desprendía alguna especie de sustancia química oleosa por el abdomen, lo que creó un brillo irisado cuando el limpiaparabrisas lo lanzó fuera del cristal.
La criatura sentada en el asiento delantero asintió mirando a Cane e hizo un gesto parecido al de alzar los pulgares en dirección a Andy utilizando los pulgares de las cuatro manos. Luego giró la cabeza sobre su contorsionado torso y le sonrió a Cane, asintiendo varias veces. Su pelo erizado y transparente brillaba con rayas y colores de luz coloreada.
– ¡Azul Uno! ¿Me recibe?
– ¡Respóndales, Cane! -dijo Geoffrey.
El sargento volvió a coger el micrófono de la radio.
– Eh…, bien…, nosotros también… Eh…, podríamos recoger algunos especímenes. Azul Uno, corto.
– ¡Diríjase hacia donde le está indicando! -gritó Andy.
– ¿Qué coño está ocurriendo aquí? -gritó Cane a su vez.
La criatura pareció canturrear mientras sus manos de seis dedos trazaban el contorno del salpicadero, golpeando las palabras en los controles y los indicadores.
– ¡Esto no me gusta nada! -exclamó Cane.
La criatura se apartó ligeramente de él. Luego cogió su muñeca con dos manos y le quitó la pistola de los dedos con las otras dos con tal velocidad y fuerza que el sargento quedó desarmado antes de que pudiera pensar siquiera en apretar el gatillo. Con un ojo protuberante, la criatura miró con curiosidad a través del cañón de la pistola.
– ¡No, Henderl Venga, dame eso, ¿de acuerdo? -dijo Andy-. ¡Muy mal!
La criatura volvió su cabeza hacia él y luego le entregó la pistola, que Andy cogió nerviosamente.
– ¡Oh, Dios mío! -musitó Nell-. ¿Nos entiende?
– ¡Devuélvame la pistola! -gritó Cane mientras la ira encendía la adrenalina en su torrente sanguíneo.
– ¡No se preocupe! -dijo Andy, entregándole el arma.
La criatura profirió un sonido como el de una cítara desde la pequeña cresta sagital en su cabeza mientras acariciaba los píxeles marrones, tostados y verdes del uniforme de camuflaje de Cane. Por un instante, el dibujo pareció proyectarse sobre el pelaje brillante de la criatura.
– ¡Vamos, chicos, tenéis que ver dónde vive!
– ¿Esa cosa… habla nuestro idioma? -preguntó Thatcher con un susurro ronco.
– ¡No, no habla nuestro idioma! -Andy puso los ojos en blanco y sonrió burlonamente al rubicundo científico-. ¡Esto no es un episodio de «Star Trek», colega! Él me salvó la vida, eso es todo lo que sé. Y también salvó a Copey. Y, además, prepara un chile que está para morirse.
– Imposible. -Zero se echó a reír mientras lo registraba todo con su videocámara desde el asiento trasero-. ¡Sir Nigel Holscombe, muérete de envidia, tío!
El sargento no dejada de apuntar a la criatura, que producía unos ruidos musicales mientras investigaba todo lo que la rodeaba sin dejar de mirar a Cane con un ojo inmóvil con tres rayas.
– Este animal -Thatcher habló con un tono de urgencia lento y calmo- es más peligroso que cualquier otra cosa en esta isla.
Geoffrey, que ahora comenzaba a sacudirse la conmoción que le había producido haber escapado por los pelos de la cueva, observó a la criatura, que acariciaba la cabeza del perro.
– Hace poco decía que sería una atrocidad destruir la vida en esta isla, Thatcher. ¿Ha cambiado de idea?
– Esto es diferente.
El Hummer se meció suavemente cuando un poderoso seísmo sacudió la isla.
– Vamos, salgamos de aquí -dijo Zero-. ¡No deberíamos permanecer mucho tiempo en el mismo lugar!
La criatura se llevó las cuatro manos a la cabeza y sus ojos se replegaron debajo de unos párpados velludos.
– Muchachos, ¿habéis notado eso? -La voz del conductor de Azi Tres crujió en la radio.
– Sí, ha sido muy fuerte -contestó el conductor de Azul Dos-. ¡Vaya! ¡Mirad eso!
Un trozo de pared de roca en la parte meridional de la isla se derrumbó, dejando un colmillo de cielo azul en el borde.
– Podríamos tener menos tiempo del que pensábamos -dijo el conductor de Azul Dos.
– Seguid con la misión hasta que nos ordenen regresar a la base -dijo Azul Tres.
– Recibido -dijo Cane-. Cambio y corto.
Luego se volvió hacia los demás.
– ¡No estoy seguro de lo que hacemos viajando con una de las cosas que se supone que debemos eliminar de esta isla con una bomba nuclear, joder!
– ¿Qué? -Andy miró a Nell con expresión de asombro.
– El presidente dio la orden de esterilizar la isla, Andy -le explicó ella.
– Genial -repuso él-. Pero ¿qué pasa con la gente?
El sargento Cane transpiraba profusamente.
– ¿Llama a eso… una persona? -Miró con cautela a la criatura que le estaba examinando-. ¿Está seguro de que no habla nuestro idioma? Quiero decir, ¡lo oímos hablar cuando estaba en la cueva, joder!
Andy miró el uniforme de Cane con suspicacia.
– ¿De modo que es él quien está a cargo ahora? ¿Es usted el tipo de las bombas nucleares, comandante G.I. Joe? ¿Qué más me he perdido?
– Está bien, Andy -dijo Nell-. El presidente también nos pidió que comprobáramos si en la isla había alguna forma de vida que pudiera salvarse.
Geoffrey la miró sorprendido por sus palabras.
– ¿Has cambiado de parecer, Nell? -preguntó.
Ella lo miró mientras las lágrimas le humedecían los ojos.
– Esto es diferente…
– ¡Vamos! -gritó Zero-. ¡Tenemos que echar un vistazo! ¡Esto es asombroso! ¡Vaya a donde él le diga! ¡Vamos! ¡Vamos!
– ¡Tenemos que descubrir qué es lo que tenemos aquí y luego informar al presidente cuanto antes, sargento! -dijo Nell-. ¿De acuerdo?
Cane apretó los dientes. Las manos de la criatura lo comprobaban todo a su alrededor, incluido su casco. Cane cerró los ojos y respiró profundamente.
– De acuerdo. Pero he recibido órdenes estrictas de no permitir que ninguna especie no autorizada abandone la isla con vida.
– ¿Eso nos incluye a nosotros? -quiso saber Andy, visiblemente irritado-. ¿Piensa volarnos en pedazos a nosotros también, comandante Gilipollas?
– No me presione, señor.
– Sí, no lo presiones, Andy -convino Nell.
Geoffrey asintió.
– Tratemos de llevarnos todos bien -dijo.
Cane retrocedió lentamente con el Hummer y luego aceleró para subir por la pendiente.
– ¡Wheeeeee! -exclamó la criatura.
19.03 horas
Los mattracks del Hummer rodaron hasta detenerse junto a un árbol parecido a un baobab en el borde norte de la isla. Aproximadamente una docena de esos árboles gigantes colgaban del borde de la misma. Desde la distancia parecían hongos venenosos con amplias sombrillas de follaje verde y denso.
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