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Warren Fahy: Henders

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Warren Fahy Henders

Henders: краткое содержание, описание и аннотация

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla. La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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Eaton miró al capitán con expresión fatigada y sonrió cuando la cubierta estalló en gritos de júbilo.

El capitán esbozó una sonrisa.

– Disponga cuatro botes de desembarco para el aprovisionamiento, señor Eaton. Montemos una escalera y llenemos nuestros barriles.

– Es la Providencia, capitán -exclamó el capellán por encima de la ruidosa respuesta de los hombres-. ¡Ha sido el buen Dios quien nos ha guiado hasta aquí!

Eaton se llevó el catalejo al ojo derecho y vio cómo Frears lanzaba otro pequeño barril desde la grieta hacia el mar. Los hombres que ocupaban la chalupa lo acercaron al costado.

– ¡Está lanzando otro! -gritó Eaton.

La tripulación en cubierta volvió a proferir vítores de alegría. Ahora se movían de un lado a otro y reían mientras los barriles eran izados desde la bodega.

– El Señor nos protege.

El capellán asintió sobre el amplio cojín de grasa que tenía debajo de la barbilla.

El capitán sonrió en dirección al capellán, consciente de que el sacerdote había padecido la conmoción de su vida en esos últimos meses, observando la vida a bordo de un barco de servicio en la marina de su majestad.

Con un rostro pecoso como la Vía Láctea, el capitán Ambrose Spencer Henders parecía un Nelson pelirrojo, el héroe de Trafalgar, para su tripulación.

– Una isla de este tamaño sin rompientes, aves o focas -gruñó.

Observó los desvaídos colores que se arremolinaban en el acantilado de la isla. Algunas bandas de color parecían brillar como si fuesen de oro bajo la última luz del sol poniente. Después de haber sondeado la profundidad alrededor de la isla no habían encontrado ningún lugar donde echar el ancla, y ese solo hecho bastaba para desconcertarlo.

– ¿Qué piensa de esta isla, señor Eaton? -preguntó.

– Es extraña -contestó Eaton bajando el catalejo, pero un breve vistazo a Frears que caía de rodillas en el borde de la grieta lo obligó a llevárselo nuevamente al ojo.

A través de la lente de aumento encontró a Frears arrodillado en la grieta y vio que dejaba caer lo que parecía ser el embudo de cobre que estaba utilizando para llenar los pequeños barriles. El embudo se deslizó de su mano, rebotó contra la pared de piedra y cayó al mar.

De pronto, un fogonazo rojo apareció en la espalda del marinero. Unas fauces rojas parecían abalanzarse desde la penumbra y cerrarse sobre el pecho y la cabeza de Frears desde ambos lados, empujándolo bruscamente hacia atrás.

Unos gritos se oyeron débilmente por encima de las olas, resonando contra el acantilado.

– ¡Capitán!

– ¿Qué ocurre?

– ¡No estoy seguro, señor!

Eaton trató de estabilizar el catalejo mientras la cubierta se sacudía. Entre las olas alcanzó a ver que otro de los tripulantes del bote se cogía del borde de la grieta y trepaba hacia la oscuridad de la fisura de piedra.

– ¡Han enviado a otro hombre a tierra!

El oleaje le impidió de nuevo la visión. Un momento después, otra ola se desplazó por debajo del barco. Mientras la cubierta ascendía, Eaton apenas si pudo captar la imagen del segundo hombre lanzándose al mar desde la grieta.

– ¡Ha saltado al agua, señor, junto al bote!

– ¿Qué demonios está pasando allí, señor Eaton?

El capitán Henders se llevó al ojo un catalejo de guardiamarina.

– Los hombres lo están arrastrando hacia el bote. ¡Están regresando, señor, bastante apresuradamente!

Eaton bajó un poco el catalejo sin dejar de mirar la grieta, dudando ahora de lo que acababa de ver.

– ¿Está Frears a salvo, entonces?

– No lo creo, capitán -contestó Eaton.

– ¿Qué es lo que ocurre?

El teniente meneó la cabeza.

El capitán Henders vio que ahora los hombres del bote remaban velozmente de regreso al barco. El hombre que había saltado al mar desde la grieta estaba apoyado contra el espejo de popa, aparentemente afectado por alguna clase de ataque mientras sus compañeros luchaban por dominarlo.

– Dígame qué fue lo que vio, señor Eaton -le ordenó.

– No lo sé, señor.

El capitán bajó el catalejo y dirigió una dura mirada a su primer oficial.

Los hombres de la chalupa gritaban mientras se acercaban al Retribution.

El capitán se volvió hacia el capellán.

– ¿Qué me dice usted, señor Dunn?

Desde la grieta en la pared del acantilado llegó un aullido que subía y bajaba, parecido al de un lobo o una ballena, y los sonrosados mofletes del señor Dunn se tornaron cenicientos mientras esa voz atroz se convertía en lo que sonaba como el tartajeo de algún bebé gigante. Luego chilló una cascada de notas penetrantes como si de un órgano de vapor loto se tratara.

Los hombres miraron el acantilado sumidos en un azorado silencio.

El señor Grafton gritó desde la barca.

– ¡Capitán Henders!

– ¿Qué ocurre, hombre?

– ¡El mismísimo demonio!

El capitán miró a su primer oficial, que no era un hombre dado a supersticiones.

Eaton asintió con expresión sombría.

– Sí, señor.

La voz que surgía de la grieta en el acantilado se astilló mientras más voces aterradoras se unían a ella formando un coro de absoluta demencia.

– Deberíamos abandonar este lugar, capitán -dijo el señor Dunn-. Es evidente que nadie estaba destinado a encontrarlo. ¿Por qué otra razón, si no, lo habría puesto aquí el Señor, tan lejos de todo?

El capitán Henders miró distraídamente al capellán y luego dijo:

– ¡Señor Graves, icen la chalupa y desplieguen las velas, rumbo este! -Luego se volvió hacia todos sus oficiales-. Sitúen la isla en el mapa pero no hagan mención del agua o de lo que hemos encontrado hoy aquí. Que Dios prohíba que demos a ninguna alma un motivo para buscar este lugar.

El horrendo chillido que salía de la grieta en la isla no dejaba de oírse.

– ¡Sí, capitán! -respondieron al unísono los oficiales, con los rostros cenicientos.

Cuando los hombres bajaron del bote, el capitán Henders preguntó:

– Señor Grafton, ¿qué ha sido del señor Frears?

– ¡Ha sido devorado por monstruos, señor!

El capitán Henders palideció bajo sus pecas.

– ¡Maestro artillero, disparen una andanada completa contra esa grieta, doble descarga, proyectil y metralla, por favor! ¡Cuando esté preparado, señor!

El maestro artillero le respondió desde el combés del barco.

– ¡A la orden, señor!

El Retribution disparó una andanada contra la grieta del acantilado como si de una lanza de fuego y humo se tratara al tiempo que viraba.


21.02 horas


El capitán Henders mojó el extremo de una pluma de milano en un tintero de porcelana que tenía en su escritorio y miró la página en blanco de su cuaderno de bitácora. La lámpara de aceite oscilaba como un péndulo, moviendo la sombra de la pluma a través del papel mientras hacía una pausa y sopesaba lo que debía escribir.

EN LA ACTUALIDAD

22 DE AGOSTO

14.10 horas

El Trident cortaba las aguas profundas con su proa monocasco y dejaba tres estelas con su popa de trimarán. Tenía todo el aspecto de una elegante nave espacial que dejara tras de sí el humo blanco de tres cohetes mientras atravesaba un universo azul. Las nubes de tormenta que lo habían obligado a navegar en dirección sur durante tres semanas se habían esfumado de la noche a la mañana. El mar reflejaba una cúpula inmaculada de ardiente cielo azul.

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