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Charles Sheffield: Las crónicas de McAndrew

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  • Название:
    Las crónicas de McAndrew
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    1991
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-406-1441-1
  • Рейтинг книги:
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Las crónicas de McAndrew: краткое содержание, описание и аннотация

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Como Newton en el siglo XVII o Eintein en el XX, McAndrew es el genio indiscutido de la física del siglo XXII. Los , minúsculos agujeros negros cargados y en rotación, no tienen secretos para quien ha descubierto la forma de usarlos como fuente de energía. Su dominio de la ciencia y un sin par sentido práctico le llevan a inventar los más sorprendentes artilugios como la primera nave interestelar sin efectos de inercia. La pilota su compañera, la capitana Jeanie Roker y juntos explorarán a fondo el sistema solar interior, el Halo de cometas que le rodea y llegarán a viajar a Alfa Centauro, en medio de las más sorprendentes situaciones. Seguir a McAndrew en sus aventuras es adentrarse con gran amenidad en un mundo de brillante especulación y saborear las delicias de la inteligencia.

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—…falla en los escudos —decía el receptor—. Veintisiete supervivientes, y heridos graves. Necesitamos calmantes, ayuda médica, agua, comida, oxígeno y energía.

Un grupo de nuestros guardias comenzó a avanzar hacia las dos figuras de traje espacial que había en las compuertas del Lesotho, mientras el resto permanecía cerca del Ensamble, mirando hacia la otra nave. Inconscientemente, tomé nota del número de guardias que había en cada grupo. El recuento acaparó toda mi atención. Volví a contar. Veinticinco: todos nuestros guardias. Lancé una imprecación y cogí el transmisor.

—Sargento, que la mitad de esos hombres regrese a los escudos del Ensamble. Habla la capitana Roker. Debe acatar esta orden por encima de cualquier otra indicación que haya recibido. Coja el grupo más cercano y…

Fui interrumpida. La pantalla centelleó con tonos de azul y blanco, saturada. Todo el Nivel de Control resonó como una inmensa campana, mientras algo golpeaba con fuerza el escudo exterior. Sabía de qué se trataba: el enorme pulso de una poderosa radiación y partículas de alta energía, que se estrelló contra nosotros en una fracción de microsegundo.

Yifter había estado flotando a unos metros de mí, observando las pantallas. Posó la mano sobre la pared para orientarse mientras el Nivel de Control vibraba violentamente.

—¿Qué ha sido eso?

—Una explosión termonuclear —dije secamente—. De más de cien megatones. En el Lesotho.

Todas las pantallas de ese lado estaban inertes. Activé el sistema de reserva. El Lesotho había desaparecido. Los guardias también se habían volatizado al instante. No quedaba nada de los cables que conectaban las partes del Ensamble, ni de los detectores y sensores que se emplazaban por fuera de los escudos. Las secciones estaban intactas, pero había que calibrar de nuevo por completo los campos de acoplamiento. No llegaríamos a Titán en la fecha prevista.

Volví a mirar a Yifter. Su rostro se veía sereno y pensativo. Parecía estar aguardando, escuchando con ansiedad. ¿Escuchando qué? Si el Lesotho había venido en misión suicida, tripulado por voluntarios que buscaban vengarse de Yifter, no había tenido éxito. No pudieron destruir el Ensamble, ni capturar a Yifter. Pero si el propósito no era vengarse, entonces ¿cuál era?

Repasé mentalmente los acontecimientos. Ahora que la impulsión estaba conectada en el Ensamble, en la popa muerta teníamos un punto ciego y vulnerable. Habíamos puesto toda la atención en el Lesotho. Pero los guardias habían muerto, y el Nivel de Control estaba desprotegido.

Llevaría menos tiempo ir a la popa a echar un vistazo que llamar a Bryson o McAndrew y preguntarles qué podían ver desde las pantallas traseras del Nivel de Control. Dejé solo a Yifter y me lancé de cabeza a las escaleras, maniobra arriesgada si la impulsión volvía a ponerse en marcha, pero estaba segura de que no sucedería.

Me llevó treinta segundos recorrer todo el Nivel de Control. Cuando estaba a mitad de camino, me di cuenta de que había pensado con demasiada lentitud. Escuché el ruido metálico de una compuerta, un grito, y el crujido de un láser de mano contra el metal sólido. Bryson, pálido y con la boca abierta, flotaba contra una pared. Parecía ileso. McAndrew había corrido peor suerte. Estaba a diez metros, acurrucado en posición fetal. Cerca de él vi una familia de cuatro gusanos regordetes y rosados, de cabezas marrón-rojizo, que se revolvían con espasmos musculares. También vi la profunda quemadura en su flanco, en el pecho y en la mano derecha, de la que el láser había seccionado limpiamente los dedos y cauterizado la herida instantáneamente. Al otro lado de la sala, reclinadas contra la pared, había cinco figuras con traje espacial y armas poderosas.

El heroísmo no tenía sentido. Extendí los brazos a los lados para mostrar que no llevaba armas, y uno de los recién llegados se apartó de la pared y flotó a mi lado, en dirección al frente del Nivel de Control. Fui hasta McAndrew y examiné sus heridas. Parecían graves, pero no fatales. Afortunadamente, las heridas de láser suelen ser muy limpias. Supe que tendríamos problemas con el pulmón si no lo tratábamos rápidamente. El impacto había penetrado en un lóbulo, y cada movimiento respiratorio partía lentamente la membrana de tejido arrugado que había formado el láser. La sangre comenzaba a manar de la herida y a mancharle las ropas.

McAndrew tenía la frente perlada de sudor. A medida que la conmoción de la herida se iba desvaneciendo, el dolor comenzaba a punzarlo. Señalé el cinturón médico de uno de los invasores, quien asintió y me arrojó una ampolla. Apliqué una inyección intravenosa a McAndrew en la vena del codo derecho.

La figura que había pasado a mi lado regresó, seguida de Yifter. El visor del traje espacial, abierto, dejaba ver la cara de una mujer de cabello oscuro y de unos treinta años. Miró la escena con indiferencia, asintió por fin, y se volvió a Yifter.

—Todo bajo control. Pero tendremos que llevarnos una sección del Ensamble. La nave en que veníamos detrás recibió la ola expansiva del Lesotho y no podrá utilizarse para viajar a grandes velocidades.

Yifter movió la cabeza con reprobación.

—Impaciente como de costumbre, Akhtar. Seguro que estabas ansiosa por llegar aquí. Debes aprender a ser paciente si quieres prestarnos el máximo servicio, querida. ¿Dónde ha quedado el grupo principal?

—A unas pocas horas de impulsión de aquí, hacia adentro. Hemos esperado a rescatarte antes de hacer planes para la fase siguiente.

Yifter, tranquilo como siempre, asintió.

—La decisión correcta. Podremos llevarnos una sección sin dificultad. Casi todas contienen sus propias unidades de impulsión, pero algunas son menos eficaces que otras.

Se volvió hacia mí, sonriendo con dulzura.

—Jeanie Roker, ¿cuál es la sección mejor equipada para llevarnos lejos del Ensamble? Como verá, ha llegado el momento de que los abandonemos y nos unamos a nuestros colegas.

Su tranquilidad era peor que mil amenazas. Floté hacia McAndrew, tratando de pensar en alguna forma de retrasar o impedir la fuga de los Lucies. Una patrulla de rescate podría tardar días en llegar. Entretanto, Yifter y sus seguidores podían estar en cualquier sitio.

Vacilé. Yifter esperaba.

—Vamos —dijo por fin—. Estoy seguro de que usted estará tan ansiosa como yo por evitar cualquier otro motivo de irritación contra sus amigos. —Movió la mano ligeramente para señalar a Bryson y McAndrew.

Me encogí de hombros. Todas las secciones contenían sistemas de emergencia vital más que suficientes para un viaje de unas horas. La Sección Dos, donde se habían alojado los guardias, carecía de una unidad de impulsión completa e independiente, pero podía servir para propulsarlos. Pensé que podía retrasar la fuga lo suficiente para que pudiésemos seguirles el rastro.

—La Sección Dos será la más adecuada —dije—. Ha hospedado a los guardias con comodidad. Esos pobres diablos ya no la van a necesitar.

Me detuve. A mi lado, McAndrew se incorporaba penosamente de la posición fetal en que se encontraba. Las drogas comenzaban a actuar. Tosió, y por la sala empezaron a flotar glóbulos rojos. El pulmón necesitaba atención.

—No —dijo débilmente—. La Dos, no, Yifter. La Siete. La Sección Siete…

Se detuvo y volvió a toser, mientras yo lo miraba sorprendida.

—La Siete —dijo por fin. Me miró—. Sin muerte, Jeanie… Sin vector de muerte.

La mujer escuchaba atentamente. Nos contempló con suspicacia.

—¿Qué significa eso?

Yo me quedé con la boca abierta, como Bryson. Intuía lo que McAndrew intentaba decirme, pero no quería revelarlo. Afortunadamente, el mismo Yifter acudió en mi ayuda.

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