– Envíales a todos una señal sonora de advertencia -pidió Linda. Se inclinó sobre la pantalla, estudiando la imagen mientras Jennifer se alejaba tambaleándose de la pared junto al inodoro portátil-. Esto es realmente magnífico -añadió Linda con admiración.
Michael no estaba mirando a Jennifer. Se concentraba, en cambio, en la curva de la espalda de Linda. Pasó un dedo a lo largo de la columna, desde el trasero hasta la parte superior de la espina dorsal, para luego rodear los hombros, echándole el pelo a un lado y besándole la nuca. Linda casi ronroneó cuando le recordó:
– No te olvides de los clientes, que pagan…
– Tal vez puedan esperar unos segundos -replicó él. Luego le pasó la lengua por la oreja.
Linda dejó escapar una risita tonta y se movió para sentarse con las piernas cruzadas sobre la cama. Cogió el ordenador y con gesto teatral se lo puso entre las piernas, ocultando así su sexo. Luego se inclinó ligeramente sobre la tapa, haciendo bailar sus pechos descubiertos por encima de la pantalla.
– Aquí -dijo con una gran sonrisa-. Tal vez si hago esto… prestarás más atención a nuestro trabajo.
Michael asintió con la cabeza y se rió.
– De ninguna manera -replicó.
Tocó una serie de teclas, que enviaron un ligero ruido electrónico a todos los abonados de whatcomesnext.com. El aviso -había una selección de las canciones, sonidos y alertas que los abonados podían elegir descargarse- indicaba que la Número 4 estaba despierta y haciendo algo. Michael supuso que había una gran cantidad de conexiones a la Número 4; algunas personas estarían observando sin quitarle ojo, minuto a minuto. Otras podrían querer señales para saber cuándo debían prestar atención. Quería complacer a los interesados de todo tipo. Muchas personas habían aprovechado el servicio adicional que ofrecía, por el que la señal de advertencia era enviada a su número de teléfono móvil privado.
– Listo -aseguró con una gran sonrisa-. Ya lo saben todos. ¿Ahora recibo una recompensa?
– Luego -respondió Linda-. Tenemos que ver qué hace ella ahora. -Michael hizo un gesto como si estuviera a punto de empezar a llorar, y Linda se rió otra vez-. No tardará mucho -lo consoló.
Michael regresó a la pantalla y miró a Jennifer durante unos momentos.
– ¿Crees que lo encontrará? -preguntó Michael.
– Lo he puesto donde pueda alcanzarlo, si sobrepasa el límite.
– Supongo que depende de qué clase de exploradora sea -comentó Michael, y Linda asintió con la cabeza.
– Detesto cuando simplemente se quedan sentadas -dijo Linda-. La Número 3 me sacaba de mis casillas todo el tiempo…
Michael no respondió a esto. Sabía muy bien cuánto se había enfadado Linda con algunos de los comportamientos de la Número 3, lo que había llevado a cambios inesperados en el desarrollo del espectáculo.
– Voy a girar la cámara de arriba para asegurarnos de que todos puedan ver que está ahí.
Linda asintió con la cabeza.
– Pero gira lentamente… porque no se darán cuenta al principio. Lo puse así para que no sea fácil darse cuenta de lo que ocurre a menos que uno se esfuerce mucho en verlo. Pero entonces, cuando lo descubran… -No necesitó terminar lo que estaba diciendo.
Michael se tumbó y suspiró.
– Debo ir a la otra habitación. A jugar con los ángulos de la cámara.
Linda dejó el ordenador portátil a un lado. Fue el turno de ella de estirar la mano y pasarle a él las uñas por el pecho. Luego se inclinó hacia delante y le besó el muslo.
– Trabaja primero, juega después -le recomendó.
– Eres insaciable -respondió él-. Lo cual me gusta.
Linda se puso las manos encima de su cabeza, y se echó provocativamente hacia atrás. Él se inclinó hacia delante y la besó.
– Tentador -confirmó él.
– Pero primero el trabajo -insistió ella, cerrando lentamente las piernas hasta juntarlas.
Se rió. Ambos se arrastraron fuera de la cama y se dirigieron descalzos escaleras abajo hacia el comedor, como niños en la mañana de Navidad. Allí era donde Michael había instalado el estudio principal. Al igual que en las otras habitaciones de la granja alquilada, había pocos muebles. Lo que dominaba aquel espacio era una mesa larga con tres grandes monitores de ordenador. Los cables serpenteaban por el suelo y desaparecían a través de agujeros perforados en las paredes. Había sistemas de altavoces y diversas palancas, junto con teclados, una consola de edición y una placa de sonido. Al otro lado de la ventana había una antena convexa portátil. La habitación tenía el aspecto de una operación militar o de un decorado de cine: mucho equipo costoso, cada cosa con su función específica, todas manejadas cómodamente desde un par de sillones de oficina negros ubicados delante del ordenador principal.
La habitación estaba fresca y Linda cogió del pasillo para cubrir su desnudez un par de abrigos L. L. Bean, iguales, de piel artificial. Se puso uno y echó el otro sobre los hombros de Michael mientras éste se inclinaba sobre la pantalla. Miró fuera, hacia la noche, más allá de la ventana. No se podía ver nada, salvo un oscuro aislamiento, que era, por lo menos en parte, la razón por la que habían alquilado esa granja en particular.
– ¿Crees que la Número 4 sabe siquiera qué hora es? -preguntó ella.
– No. -Michael pensó, y luego añadió-: ¿Eso quiere decir que tenemos que asegurarnos de ayudarla? Tú sabes…
Linda lo interrumpió:
– Dándole un desayuno por la mañana o algo que sea evidentemente la cena por la noche. Hay que mezclar las comidas todo el tiempo…, hay que darle tres tazones de cereales y después unas hamburguesas. Eso ayudará a mantenerla desorientada.
– Desorientada…, eso es bueno -confirmó Michael. Sonrió. Hablar de las maneras en que la Número 4 podía ser manipulada no era solamente una parte del juego que él disfrutaba, sino que también excitaba a Linda, lo que hacía que sus propias relaciones sexuales fueran más desenfrenadas y fogosas. El sexo era una de las maneras en que medían la duración de cada Serie. Cuando sus propias pasiones empezaban a apaciguarse, ése era el momento en que él sabía que había que terminar con todo.
Cogió una palanca marcada con una cinta blanca que decía: «Cámara 3» y la movió ligeramente. En la pantalla de uno de los monitores, el ángulo cambió, revelando un objeto colocado cerca de la cama, al otro lado del inodoro. Movió la palanca hacia delante, para verlo más de cerca.
Linda estaba a su lado, trabajando rápidamente en un teclado. Sus uñas hacían ruido. En el monitor principal, el que mostraba lo que estaban viendo los abonados, apareció lo que Linda escribía en letras rojas superpuestas a la imagen de Jennifer, que se movía cautelosamente, con las manos extendidas.
«Hay algo que la Número 4 debe encontrar. ¿Qué es?».
Michael dirigió la cámara 3 a un pequeño y deforme montoncito sobre el suelo de cemento. Estaba justo al borde de donde llegaba la cadena. Linda continuó en el teclado:
«¿Debe la Número 4 conservarlo?».
Michael se rió.
– Sigue, sigue -susurró.
«¿Debemos quitárselo?».
Linda escribía furiosamente en el teclado.
– Pregúntales ahora -sugirió Michael. Un cuadrado apareció en la pantalla cuando Linda golpeó ciertas teclas.
La palabra «Conservar» aparecía en un cuadrado donde se podía marcar una respuesta.
«No conservar» estaba acompañada por otro cuadrado igual.
Linda escribió una pregunta más: «¿Ayudará a la Nú mero 4 o le hará daño?», luego se retiró a un lado.
Un contador electrónico estaba sumando números en una pantalla diferente.
– Parecen estar divididos -observó ella, mientras los números crecían en varias columnas y las respuestas llenaban la fila de comentarios-. No saben si la va a ayudar o a hacer daño. -Linda sonrió otra vez-. Sabía que era una buena idea -se congratuló-. Son muchos los que están votando. Supongo que están más que fascinados.
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