Giorgio Faletti - Yo Mato

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Un locutor de Radio Montecarlo recibe una noche durante su programa una llamada telefónica asombrosa alguien revela que es un asesino El hecho se pasa por alto, como una broma de pésimo gusto, sin embargo, al día siguiente un famoso piloto de formula uno y su novia aparecen en su barco, muertos y horrendamente mutilados Se inicia así una serie de asesinatos, cada uno precedido de una llamada a Radio Montecarlo con una pista musical sobre la próxima victima, cada uno subrayado por un mensaje escrito con sangre en el escenario del crimen, que es al mismo tiempo una firma y una provocación «Yo mato»
Para Frank Ottobre, agente del FBI, y Nicolás Hulot, comisario de la Sürete monegasca, comienza la caza de un escurridizo fantasma que tiene aterrorizada a la opinión publica nunca hubo un asesino en serie en el principado de Monaco Ahora lo hay, y de su búsqueda nadie va a salir indemne Yo mato es un thriller pleno de acción e intriga, con un desarrollo narrativo tan maduro como absorbente Eso ha bastado -y ha sobrado- para situar a su autor entre los nombres mas importantes del genero y a su obra como un autentico fenómeno editorial

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27

Desde el balcón de su piso, en el Pare Saint-Román, Frank vio cómo el coche que lo había llevado a su casa se alejaba por la calle des Giroflées y el bulevar d'Italie. Probablemente los agentes se habían detenido abajo para recibir órdenes de la central antes de marcharse, porque había tenido tiempo de subir, entrar en el piso, abrir la puerta cristalera y salir al balcón. Trató de imaginar sus comentarios sobre todo aquel asunto y sobre él en particular. Hacía tiempo que se había dado cuenta de la actitud general en lo que concernía a su parte en el affaire, como decían allí. Salvo Nicolás y Morelli, los policías monegascos lo consideraban con un cierto y comprensible chovinismo. No le ponían trabas, desde luego, porque en el fondo perseguían un objetivo común, pero sí había cierta desconfianza. Sus antecedentes y la amistad con Hulot eran un salvoconducto suficiente para garantizarle la colaboración de todos, pero no necesariamente su simpatía.

Solo puertas medio abiertas para el primo de América.

Qué más daba; él no estaba allí para hacerse popular, sino para atrapar a un asesino. Un trabajo que podía llevar a cabo perfectamente sin recibir continuas palmadas en la espalda.

Miró el reloj. Las dos y media de la tarde. Se dio cuenta de que tenía hambre. Se dirigió hacia la pequeña cocina. Había pedido a Amélie, la mujer de la limpieza empleada por André Ferrand, que solo comprara lo indispensable. Con lo que encontró en el frigorífico se preparó un bocadillo. Abrió una Heineken, volvió al balcón y se sentó a comer en una tumbona que el propietario del piso había dejado en el balcón. Apoyó su comida en el cristal de la mesa Se quitó la camisa y se quedó bajo el sol con el torso desnudo. Por una vez no miro sus cicatrices, por visibles que fueran. Ahora las cosas habían cambiado. Había otros problemas en que pensar.

Levantó los ojos hacia el cielo sin nubes. Las gaviotas daban vueltas por el aire, observando a los hombres y cazando peces. Eran los únicos puntos blancos en aquel azul casi chillón. El día era espléndido. Desde el comienzo de toda aquella historia, parecía que el tiempo había decidido no preocuparse por las miserias humanas y avanzar hacia el verano por su cuenta. Ninguna nube había ido, ni siquiera por un instante, a tapar el sol. Daba la impresión de que alguien, desde alguna parte, había decidido dejar que fueran los seres humanos quienes administraran la luz y la oscuridad, amos y señores de sus propios eclipses.

Paseó la mirada a lo largo de la costa.

Montecarlo, bajo el sol, era una pequeña y elegante colmena con demasiadas abejas reina. Muchos se comportaban como tales, sin serlo. Fachada, solo fachada. Personas apoyadas en puntales para sostener una elegante fragilidad, como algunos decorados de película. Detrás de la puerta, tan solo la línea lejana del horizonte. Y ese hombre vestido de negro, que con una reverencia burlona iba abriendo una a una todas esas puertas y con una mano enguantada les indicaba el vacío que había detrás.

Terminó el bocadillo y bebió directamente de la pequeña botella el largo sorbo de cerveza que había dejado para el final.

Volvió a mirar el reloj. Las tres de la tarde. Quizá, si no andaba por ahí con algún lío entre manos, pudiera encontrar a Cooper en su despacho, en la gran construcción de piedra que era la sede del FBI, en la calle Nueve, en Washington. Cogió el inalámbrico y marcó el número.

Cooper respondió al tercer timbrazo, como de costumbre.

– Cooper Danton.

– Hola, Coop, soy Frank otra vez.

– Hola, viejo. ¿Estás bronceándote al sol de la Costa Azul?

– Más bien me estoy olvidando del sol de la Costa Azul. Nuestro amigo me hace vivir de noche, Cooper. Estoy blanco como la nieve.

– Ya. ¿Novedades de tu investigación?

– Oscuridad total. Las pocas bombillas que teníamos se están fundiendo una a una. Y como si no bastara con el hijo puta ese, llega el general Parker con su matón para complicar las cosas. Ya sé que te estoy dando la lata, pero ¿ya has averiguado algo sobre el general y su esbirro?

– Sí, muchas cosas; espero que no te asuste trabajar duro. Te estaba mandando un mensaje de correo electrónico con un archivo adjunto, pero te me has adelantado por unos segundos.

– Envíamelo de todos modos, pero anticípame algo por teléfono, mientras tanto.

– Vale. Resumo: General Parker, Nathan James, nacido en Montpellier, Vermont, en 1937. De familia no riquísima, pero sí de clase media alta, muy acomodada. A los diecisiete años se fue de casa y falsificó sus documentos para poder ingresar en el ejército. El primero de su curso en la academia militar. Brillante oficial, de carrera rapidísima. Implicado en el asunto de Cuba de 1963. Condecorado en Vietnam. Brillantes operaciones en Nicaragua y en Panamá. Donde quiera que hubiera que mostrar los músculos, pegar y usar el cerebro, ahí estaba él. Pronto pasó a formar parte del Estado Mayor del ejército. Mente estratégica oculta de Tormenta del Desierto y de la guerra de Kosovo. El presidente ha cambiado un par de veces pero él sigue en su puesto, lo que significa que sabe muy bien lo que hace. Y también ahora, con este asunto de Afganistán, su opinión pesa. Tiene dinero, apoyo, poder y credibilidad. Un tío que puede mearse en la cama y afirmar que ha sudado mucho. Es un tío duro. Muy duro, Frank.

Cooper hizo una pausa para tomar aliento y darle tiempo para asimilar los datos.

– ¿Y del otro qué me dices?

– ¿Quién? ¿El capitán Ryan Mosse?

Frank volvió a notar la punta del cuchillo de Mosse en la nariz' y se la frotó para disipar la sensación.

– Exacto. ¿Has averiguado algo?

– ¡Vaya que sí! Capitán Mosse, Ryan Wilbur, nacido el 2 de marzo de 1963 en Austin, Texas. De él hay mucho menos. Y mucho más al mismo tiempo.

– ¿Qué quieres decir?

– A partir de cierto momento, Mosse se convirtió en la sombra de Parker. Donde está uno está el otro. Mosse daría su vida por el general.

– ¿Por algún motivo en particular, o solo porque siente fascinación por Parker?

– La fidelidad de Mosse está ligada a los motivos por los que Parker fue condecorado en Vietnam. Entre otras cosas, cruzó las líneas de los Charlies con un soldado herido a la espalda, y le salvó el pellejo.

– Y ahora me dirás su nombre.

– Pues sí. Ese soldado era el sargento Willy Mosse, el padre de Ryan.

– Perfecto.

– Desde entonces los dos se hicieron amigos. O, mejor dicho, Mosse padre se convirtió en una especie de súbdito de Nathan Parker. El general, por su parte, se ocupó del hijo del sargento, lo ayudó a ingresar en la academia militar, lo recomendó, e incluso lo protegió en algunos casos.

– ¿Por ejemplo?

– Para ser breve, Frank, este Mosse es una especie de psicópata; tiene una pronunciada tendencia a la violencia gratuita y a meterse en problemas. En la academia casi mató a golpes a un compañero de curso, y un tiempo después, en Arizona, acuchilló a un saldado, por un asunto de mujeres, durante una fiesta en honor al ejército. En la guerra del Golfo, procesaron a un sargento porque lo amenazó con un M-16 para intentar frenarlo durante uno de sus raptos de violencia en un enfrentamiento con un grupo de prisioneros desarmados.

– Menudo pájaro…

– De lo peor. Con las plumas llenas de mierda. En todas esas ocasiones, las cosas se han tapado. A que no adivinas gracias a quién.

– Al general Nathan Parker, imagino.

– Adivinaste. Por eso te digo que tengas cuidado, Frank. Esos dos juntos son Satanás y su horcajo. Mosse es el brazo armado de Parker. Y no creo que tenga demasiados escrúpulos para usarlo.

– Tampoco yo lo creo, Coop. Gracias por todo. Espero tu correo. Hasta pronto.

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