John Harwood - El Misterio De Wraxfor Hall

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El Misterio De Wraxfor Hall: краткое содержание, описание и аннотация

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Londres, década de 1880. La joven Constance Langton crece en un entorno familiar marcado por un padre distante y una madre en perpetuo luto por el hijo muerto. Tras acudir a una sesión de espiritismo con trágicas consecuencias, Constance se queda sola y lo único que recibe es una misteriosa herencia: la lúgubre mansión de Wraxford Hall, envuelta en una leyenda maldita.

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– Pero… ¿cómo puedo estar segura de lo que me dice? -insistí, animada por las dudas que mostraba-. ¿Cómo puedo estar segura si no me dice lo que sospecha… o si no me dice a quién piensa usted que me parezco?

Sus ademanes mostraron que aquellas preguntas le habían conmocionado más de lo que yo esperaba, y volvió a abismarse en el fulgor de las llamas.

– Le confieso, señorita Langton -dijo finalmente-, que no sé cómo responderle. Permítame algún tiempo para pensarlo… Le escribiré en el curso de la semana.

E inmediatamente después se marchó.

Mi tío, naturalmente, se quedó asombrado ante aquellas noticias, pero el nombre de Wraxford no significaba nada para él, más allá de vagas asociaciones con algún antiguo crimen o escándalo del que había oído hablar.

El tiempo continuó siendo muy desagradable y las calles permanecían constantemente enlodadas, con aguanieve medio helada.

Mientras, para mí las horas transcurrían lentamente, en un interminable carrusel de especulaciones, hasta que una mañana, cuatro días después de la visita del señor Montague, me llegó un grueso paquete muy bien envuelto por correo certificado. Contenía otro paquete, también sellado; una breve carta y un árbol genealógico de los Wraxford, dibujado con la misma letra, pequeña y meticulosa.

20 de enero de 1899

Estimada señorita Langton:

Me confió usted su secreto, y yo he decidido confiarle el mío. He conservado este paquete desde hace casi veinte años, y no se ha abierto desde entonces. Como usted comprenderá, estoy poniendo mi reputación en sus manos, pero creo que eso ya no debe preocuparme en exceso. Mi salud está muy quebrantada, pronto me retiraré, y si alguien tiene derecho a tener estos papeles, ese alguien es usted. Cuando los haya leído, comprenderá por qué le dije que vendiera la mansión con los ojos cerrados; incéndiela y abrásela hasta los cimientos, y siembre con sal sus tierras si lo desea… ¡pero nunca viva allí!

Sinceramente suyo,

JOHN MONTAGUE

SEGUNDA PARTE

NARRACIÓN DE JOHN MONTAGUE

30 de diciembre de 1870

Finalmente he decidido poner por escrito todo lo que sé de los extraños y terribles acontecimientos acaecidos en Wraxford Hall, con la esperanza de apaciguar mi conciencia, la cual no ha cesado jamás de desazonarme. Es una noche muy apropiada para una decisión semejante, porque hace un frío horrible y el viento ulula por los resquicios de la casa como si no fuera a cesar jamás. Me avergüenza un tanto lo que debo revelar de mi propia historia, pero si deseo que cualquiera pueda comprender por qué actué como lo hice -¿por qué otra cosa iba a embarcarme en esto?-, no debo ocultar nada que tenga alguna relevancia, por muy doloroso que pueda resultar. Confío que mi alma se tranquilizará sabiendo que si el caso se reabre algún día, después de que yo haya muerto, este informe podrá contribuir a desvelar la verdad sobre el misterio de Wraxford Hall.

Me encontré con Magnus Wraxford por vez primera en la primavera de 1866 -yo tenía treinta años-, en calidad de abogado de su tío Cornelius, una responsabilidad que yo había heredado de mi padre. Nuestra oficina era un pequeño negocio familiar establecido en la ciudad de Aldeburgh, y yo había seguido la carrera de mi padre como él había seguido la del suyo. Como todos los chicos de esta parte de Suffolk, yo había oído las leyendas que se contaban de Wraxford Hall, la mansión que se encuentra en el corazón del bosque llamado Monks Wood, a unas siete millas al sur de Aldeburgh en línea recta, pero a bastante más distancia por el camino. El viejo Cornelius Wraxford había vivido allí, en absoluta reclusión, durante tanto tiempo que nadie podía recordar desde cuándo, atendido por un grupo de criados al parecer seleccionados en virtud de sus taciturnas cualidades, al tiempo que la mansión se derrumbaba lentamente a su alrededor y las tierras de la propiedad se echaban a perder. Hasta los cazadores furtivos evitaban aquel lugar, sobre todo porque se decía que en los bosques de Monks Wood -como era de suponer- rondaba el fantasma de un monje… De acuerdo con las leyendas locales, aquel que viera la aparición, moriría antes de un mes. Además, se rumoreaba que Cornelius tenía una jauría de perros tan salvajes que podrían despedazar a un hombre. Algunos decían que aquel viejo avaro guardaba un inmenso tesoro de oro y piedras preciosas; otros sostenían que había vendido su alma al diablo a cambio del don de volar, o por una capa para hacerse invisible, o por algún beneficio diabólico semejante. Además estaba el caso de William Brent, el cazador furtivo, que solía jactarse de que podía cazar tan cerca de la mansión como quisiera sin que los perros del viejo se enteraran, hasta que una noche vio un rostro maligno observándolo desde una ventana del piso superior, y murió al cabo de un mes. De pleuresía, admitámoslo, pero aun así… Mi padre se burlaba de todos esos rumores, pero no podía arrojar luz sobre uno que le afectaba personalmente a él: se había encontrado con Cornelius una sola vez, en la oficina, muchos años antes de que yo naciera. Ya por entonces, decía, Cornelius parecía un anciano: pequeño, encogido y receloso. Desde aquel momento en adelante, todos sus negocios se ventilaron mediante cartas.

Cuando me hice mayor supe algo más de la historia de la mansión por boca de mi padre. Había sido construida en tiempos de Enrique VIII, en el antiguo emplazamiento de un monasterio que había dado al bosque el nombre de Monks Wood. Los Wraxford, como muchas otras familias católicas, habían renegado de su religión durante el reinado de la reina Isabel; Wraxford Hall, de hecho, había servido como fortaleza realista durante buena parte de la guerra civil. Se decía que Carlos II se había ocultado en el escondrijo de los curas [15]que había en la mansión mientras Henry Wraxford se enfrentaba a las huestes de Cromwell. Cuando tuvo lugar la restauración, Henry fue recompensado con un título de caballero, pero aquella distinción murió con él, y durante los siguientes cien años aproximadamente la mansión sirvió como retiro estival de varias generaciones de los Wraxford, la mayoría profesores y clérigos que aparentemente no habían hecho nada reseñable.

En la década de 1780, la propiedad pasó a manos de Thomas Wraxford, un hombre de ambiciones desmedidas que se había casado poco antes con una rica heredera. Este hombre comenzó inmediatamente a hacer reformas, a ampliar la casa y los cimientos, con la idea de convertir aquel lugar en un centro de esplendor social, sordo a todos aquellos que le advertían de la lejanía del lugar y de las dificultades que cualquier persona tendría para llegar hasta allí. Gastó en aquel plan una buena parte de la fortuna de su esposa, así como de la suya propia, pero las grandes fiestas que proyectaba jamás se llegaron a celebrar; las invitaciones fueron rechazadas muy cortésmente y las habitaciones exquisitamente amuebladas permanecieron vacías. Y entonces, alrededor de 1795, murió su único hijo, Félix, a la edad de diez años, cuando se cayó desde la galería superior del gran salón.

La esposa de Thomas Wraxford le abandonó poco después del trágico suceso y regresó con su familia. Él vivió en la mansión durante otros treinta años, hasta que una mañana, en la primavera de 1821, su ayuda de cámara le subió el agua caliente a la hora acostumbrada y descubrió que su señor se había ido. Nadie había dormido en la cama y no había signo alguno de pelea o altercado; las puertas que daban al exterior y las ventanas estaban cerradas con pestillo, como siempre; y lo único que se echaba de menos en aquel escenario era el camisón que llevaba el señor cuando el criado lo había visto por última vez la noche anterior. La casa y las tierras fueron batidas a conciencia, pero todo fue en vano: Thomas Wraxford se había esfumado de la faz de la tierra, y jamás se encontró el menor rastro de él.

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