George Pelecanos - El Jardinero Nocturno

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La obra maestra de pelecanos y la que le convirtió un Best-Séller en Estados Unidos.
Cuando el cadáver de un adolescente aparece en un parque público de Washington, el detective Gus Ramone revive con intensidad una investigación en la que participó veinte años atrás. El asesino, a quien los mede víctimas los parques de la ciudad y salió impune. El nuevo crimen reunirá a los tres hombres que participaron en aquel caso y les dará la oportunidad de cerrarlo. Tal vez ahora consigan atrapar al Jardinero Nocturno…

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– Lo sabía -dijo.

– Todavía no sabemos nada -objetó Holiday, mirando a Dunne, que echaba gasolina al Ford.

– Wilson está ahí dentro. Su Buick está aparcado al lado del supermercado.

– Vale, está ahí. Eso no significa que los dos tengan ninguna relación. Lo único que sabemos es que Dunne ha parado a echar gasolina.

– Ya, ¿y qué vamos a hacer, nada?

– No. -Holiday dejó los prismáticos en el asiento del coche, junto a Cook-. Úselos, no aparte la vista del supermercado.

– ¿Adónde vas?

– A pegarme a Dunne. A inventarme la manera de hablar con él. Tendrá la guardia baja, es el mejor momento.

– ¿Y yo me tengo que quedar aquí de brazos cruzados?

– Asegúrese de que Wilson no se va a ningún lado. -Holiday no quería que Cook lo retrasara-. Si sé marcha, sígale.

– ¿Seguimos en contacto por radio?

– Si consigo abordar a Dunne voy a apagar el walkie. No quiero que sepa que estoy trabajando con alguien. Ya le informaré cuando termine.

– Muy bien.

Holiday miró a Cook, que tenía la camisa empapada en sudor.

– ¿Por qué no se quita la chaqueta, sargento?

– Estoy trabajando, jovencito.

– Bueno, bueno, como quiera.

– ¿Doc? -Cook tendió la mano, Holiday se la estrechó-. Gracias.

– No me dé las gracias. -Holiday salió del Marquis y se metió en su Lincoln. Condujo hasta la salida del parking y se quedó esperando.

Dunne había entrado en el supermercado. Unos minutos más tarde salió por la puerta principal hablando por el móvil. Se metió en su Ford y se dirigió a la salida. Holiday aguardó pacientemente y por fin salió tras él por Central Avenue.

Cook apoyó el brazo en la ventana y se llevó los prismáticos a los ojos. Luego se quedó mirando el Buick del parking. Sabía que Holiday no le había dicho la verdad sobre la investigación de Ramone. Lo más seguro era que Ramone hubiera resuelto ya el caso Johnson. Y ahora Holiday andaba siguiendo a Grady Dunne porque le parecía que él, Cook, era un viejo. Demasiado viejo para hacer de policía. Una carga. Pero Cook no pensaba quedarse allí sentado vigilando un coche parado. Reginald Wilson no iba a ir a ninguna parte. Desde luego le faltaba mucho para terminar el turno y volver a su casa. Por eso Cook necesitaba ir a casa de Wilson. Tenía que hacer algo ahora, demostrar a esos jovencitos que todavía no estaba acabado.

Apagó la radio y el móvil. No quería hablar con Holiday ni con nadie más. Ya había tenido tecnología suficiente por un día. Puso en marcha el Marquis y salió del parking.

Holiday seguía a Dunne por Central Avenue, a cuatro coches de distancia. Dunne permaneció en el carril derecho, con el SUV quince kilómetros por encima del límite de velocidad. Seguía hablando por el móvil, concentrado en la conversación. Holiday estaba seguro de que no se daría cuenta de que le seguían hasta que llegara a su punto de destino. Pero ya había decidido que no le permitiría llegar tan lejos.

Aceleró mientras Dunne aminoraba ante un semáforo en rojo. Holiday se puso a su lado, en el carril izquierdo y bajó la ventanilla, dando un breve bocinazo.

Dunne le miró inexpresivo desde su coche.

– ¿Qué pasa?

– Tienes la rueda trasera deshinchada, te lo quería advertir.

Dunne no le agradeció la información. Dijo algo al móvil, colgó y lo dejó en el compartimento a su derecha.

Cuando el semáforo se puso en verde, arrancó para detenerse más adelante en la cuneta, donde habían montado un quiosco de pescado. Holiday aparcó el Town Car detrás de él y apagó la radio y el móvil. Dunne ya había salido para echar un vistazo a la rueda. Holiday se acercó a él, buscando con la mano su cartera. Cuando Dunne vio el gesto, tocó instintivamente la pistola que llevaba a la espalda.

Pero no la sacó. Se quedó esperando con los pies separados. Era delgado y unos cinco centímetros más alto que Holiday. Llevaba el pelo rubio cortado a cepillo y tenía unos ojos azules muy claros.

– Eh -saludó Holiday, con la cartera abierta en la mano-. No hay problema. Sólo quería enseñarte mi identificación.

– ¿Por qué?

– Déjame explicar…

– A la rueda no le pasa nada. ¿Por qué me has dicho que estaba deshinchada?

– Me llamo Dan Holiday. -Le enseñó el carnet de conducir, asegurándose de que la vieja tarjeta de la policía se viera bien-. Policía retirado. Tú también eres poli, ¿no?

Dunne miró al hombre de origen hispano que trabajaba en el quiosco y que en ese momento servía a un cliente a través del mostrador. Luego se volvió de nuevo hacia Holiday.

– ¿Qué quieres?

– Oglethorpe Street, Northeast. El jardín comunitario. Yo estaba allí después de medianoche, en la madrugada del miércoles. Te vi en tu coche patrulla. Llevabas a alguien detrás.

Dunne lo reconoció entonces.

– ¿Y?

– Supongo que ya sabes que esa mañana se encontró en el jardín el cadáver de un chico.

– ¿Qué has hecho, seguirme hasta aquí?

– Justo, te he seguido.

Dunne estiró los labios en algo parecido a una sonrisa.

– El chófer borracho que estaba durmiendo la mona. Me acuerdo.

– Y yo me acuerdo de ti.

– ¿Qué es esto, chantaje? Porque antes de darte un puto duro voy a mis superiores a contarles que estuve allí.

– No quiero dinero.

– Entonces, ¿qué coño te pasa?

– Han matado a un chico. Busco respuestas.

– ¿Tú qué eres, uno de esos pringados que se pasa el día escuchando la radio de la policía?

– ¿Sabías lo del chico cuando estabas de patrulla esa noche?

Dunne negó con la cabeza.

– No, me enteré al día siguiente.

– ¿Y por qué no fuiste a declarar?

– ¿Para qué?

– Porque eres policía.

– Te lo acabo de decir. En aquel momento yo no sabía nada, así que no tenía ninguna información pertinente al caso.

– Si me viste allí aparcado y pensaste que estaba borracho, ¿por qué no te paraste a echar un vistazo?

– Estaba ocupado.

– ¿Qué hacías en una calle sin salida con un pasajero en el coche?

– Pero ¿tú quién coño eres?

– Un ciudadano preocupado.

– Que te den por culo. -¿Qué hacías en esa calle?

– Correrme en la boca de una puta, ¿contento?

– Tú no eres policía -le espetó Holiday asqueado.

Dunne se echó a reír y dio un paso hacia él. Holiday detectó el triste y familiar olor del caramelo de menta por encima del vodka.

– ¿Algo más? -preguntó Dunne.

– ¿Conoces a Reginald Wilson?

Holiday le miró a los ojos. No leyó nada en ellos, ninguna chispa de reconocimiento.

– ¿A quién?

– El tipo que trabaja en la gasolinera donde acabas de parar. ¿No lo conoces?

– Oye, gilipollas, no tengo ni zorra idea de qué hablas. Entré en una gasolinera cualquiera a echar gasolina.

– ¿Cómo era el empleado?

– Pues un negro, supongo. ¿Quién si no trabaja en esos sitios? Ni siquiera le miré la cara.

Holiday le creyó y notó que se quedaba sin energía.

– Te van a llamar para interrogarte sobre lo de Oglethorpe -advirtió.

– ¿Y?

– Ya nos veremos.

Dunne le dio con el dedo en el pecho.

– Ya me estás viendo ahora.

Holiday no contestó.

Dunne sonrió con los dientes apretados.

– ¿Me quieres poner a prueba?

Holiday mantuvo las manos en los costados.

– Ya me lo imaginaba -dijo Dunne.

Volvió a meterse en el Ford y se marchó. Holiday se quedó mirando las luces traseras hasta que se desvanecieron de su vista. Luego se encaminó a su propio vehículo para volver a la gasolinera.

Dunne era una manzana podrida, pero no estaba involucrado en el caso de Asa Johnson y no conocía a Reginald Wilson.

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