—¿Sí? ¿Has olvidado decirme algo?
—¿Olvidar? ¡No me he olvidado de nada! ¡Lo recuerdo todo! ¡Todo! —me gritaba una voz familiar al otro extremo de la línea.
Me quedé helado, después tragué un nudo en la garganta y dije:
—Er…
—¿Por qué me acusas de olvidarme de cosas? ¿De qué me acusas de haberme olvidado? ¿De qué? ¡No me he olvidado de nada! —Eric resolló y escupió.
—Eric, ¡lo siento! ¡Creí que eras otra persona!
—¡Soy yo! —me gritó—. ¡No soy otra persona! ¡Soy yo! ¡Yo!
—¡Creí que eras Jamie! —exclamé quejándome, cerrando los ojos.
—¿Ese enano? ¡Qué cabrón eres!
—Lo siento, yo… —Entonces me detuve y pensé en lo que había dicho—, ¿Por qué le llamas «ese enano», y con ese tono? Es mi amigo. No tiene la culpa de ser tan bajito —le dije.
—¿Ah, sí? —fue su respuesta—. ¿Y tú cómo lo sabes?
—¿A qué te refieres con eso de que cómo lo sé? ¡No es culpa suya haber nacido así! —le contesté enfadándome cada vez más.
—Solo cuentas con su palabra para demostrarlo.
—¿Que solo cuento con su palabra para qué? —le dije.
—¡Para afirmar que es un enano! —soltó Eric.
—¿Cómo? —le grité, sin poder dar crédito a mis oídos—. Puedo ver con mis dos ojos que es un enano, ¡imbécil!
—¡Eso es lo que él quiere que tú creas! ¡Quizá se trata realmente de un extraterrestre! ¡Quizá el resto de los suyos son hasta más pequeños que él! ¿Cómo sabes tú que no se trata de un extraterrestre gigante que viene de una raza de extraterrestres diminutos? ¿Eh?
—¡No seas imbécil! —le grité por el teléfono, agarrándolo con fuerza con mi mano quemada.
—Bueno, ¡después no me vengas con que no te avisé! —me gritó Eric.
—¡No te preocupes! —le contesté gritándole a mi vez.
—Bueno, pasando a otro tema, —dijo Eric con una voz repentinamente tranquila que me hizo pensar que quizá alguien se había metido en la línea con una interferencia, y que me dejó aún más perplejo cuando continuó con un tono de conversación absolutamente normal preguntándome—: ¿cómo estás?
—¿Eh? —dije, confundido—. Ah… bien. Bien. ¿Cómo estás tú?
—Bueno, no me puedo quejar. A punto de llegar.
—¿Cómo? ¿Aquí?
—No. Allí. Joder, no es posible que la línea se oiga tan mal a esta distancia, ¿puede ser?
—¿A qué distancia? ¿Eh? ¿Que si puede ser? Pues no tengo ni idea. —Me llevé la otra mano a la frente con la sensación de que estaba perdiendo completamente el hilo de la conversación.
—Digo que ya casi estoy allí —me explicó Eric con voz cansina y un suspiro de tranquilidad—. No que casi estoy aquí. Aquí ya estoy. ¿Desde dónde te iba a llamar sino desde aquí?
—Pero, ¿dónde es «aquí»? —le dije.
—¿Me vas a venir otra vez con que no sabes donde estás? —exclamó Eric con incredulidad. Yo cerré los ojos y suspiré desalentado. Él continuó—: Y encima me acusas de olvidarme de cosas. Ja!
—¡Mira, loco de mierda! —comencé a gritar al plástico verde mientras lo asía con todas mis fuerzas y me provocaba punzadas de dolor en el brazo derecho que hicieron que se me contorsionara la cara—. ¡Me estoy hartando de que me llames y te pongas deliberadamente a decirme tonterías! ¡Deja ya esos jueguitos! —Resollé en busca de aire—. ¡Ya sabes de sobra a lo que me refiero cuando te pregunto dónde es «aquí»! ¡Quiero decir que dónde coño estas! Yo sé perfectamente donde estoy y tú lo sabes igual de bien. Así que deja ya de liarme con eso, ¿de acuerdo?
—Humm. De acuerdo, Frank —dijo Eric corno si hubiera perdido interés en el tema—. Perdona si te he estado tocando las pelotas con eso.
—Bueno… —comencé a gritar de nuevo, pero me controlé un poco y me calmé, respirando hondo—. Bueno… solo…solo te pido que no me hagas eso. Simplemente quería saber dónde estás.
—Sí, no te preocupes, Frank; lo entiendo —dijo Eric con un tono monótono—. Pero la cuestión es que no puedo decirte dónde estoy porque alguien podría oírlo. Estoy seguro de que lo comprendes, ¿no?
—De acuerdo. De acuerdo —dije yo—. Pero no estás en un teléfono público, ¿verdad?
—Bueno, por supuesto que no estoy en un teléfono público —me dijo con un cierto retintín en la voz; a continuación percibí cómo corregía el tono—. Sí, tienes razón. Estoy en la casa de alguien. Bueno, a decir verdad es una casa de campo.
—¿Cómo? —le dije—. ¿Quién? ¿De quién?
—No tengo ni idea —me replicó con un tono en el que casi se podía advertir cómo se encogía de hombros—. Supongo que lo puedo averiguar si de verdad te interesa. ¿De verdad que quieres saberlo?
—¿Cómo? No. Sí. Quiero decir, no. ¿Y qué importa? Pero dónde… quiero decir, cómo… bueno, ¿de quién…?
—Mira, Frank —me dijo Eric con tono cansino—, es una casita de campo para las vacaciones o un retiro de fin de semana o algo así, ¿vale? No sé de quién es; pero, como tú mismo señalas agudamente, no importa, ¿de acuerdo?
—¿Me estás diciendo que te has metido en casa de alguien? —le dije.
—Sí, ¿y qué? De hecho, ni siquiera he tenido que forzar la puerta. Encontré la llave de la puerta trasera, en el canalillo del desagüe. ¿Qué hay de malo? Es una casita preciosa.
—¿No tienes miedo de que te encuentren?
—No mucho. Aquí estoy, en el salón de la casa contemplando el camino de entrada y se puede divisar la carretera hasta muy lejos. Sin problemas. Tengo comida y hay un baño y un teléfono y un congelador; joder, si hasta cabría un alsaciano ahí dentro, y una cama y de todo. De lujo.
—¡Un alsaciano! —exclamé con un alarido.
—Bueno, pues sí, si tuviera uno. No lo tengo, pero si tuviera uno me cabría perfectamente ahí. En este caso…
—No —le interrumpí cerrando los ojos de nuevo y levantando la mano como si él estuviera dentro de la casa conmigo—. No me lo digas.
—Muy bien. Bueno, solo pensé en llamarte para decirte que estoy bien y para ver cómo estás.
—Estoy bien. ¿Estás seguro de que tú también estás bien?
—Sí; estoy mejor que nunca. Me siento sensacional. Creo que es por mi dieta; todo…
—¡Escúchame! —le interrumpí desesperadamente sintiendo cómo se me iban abriendo los ojos mientras pensaba lo que le iba a preguntar—. No habrás sentido nada especial esta mañana, ¿verdad? ¿Al amanecer? ¿Algo diferente? Quiero decir, ¿alguna cosa? ¿No sentiste nada… eh… nada en tu interior? ¿Sentiste algo?
—¿Qué estás farfullando ahora? —dijo Eric levemente enfadado.
—¿Sentiste algo esta mañana, muy temprano?
—¿A qué diablos te refieres con lo de «sentiste algo»?
—Quiero decir que si experimentaste algo; cualquier mínima cosa, esta mañana alrededor del amanecer.
—Bueno —dijo Eric lentamente y con tono mesurado—. Es curioso que lo menciones porque…
—¿Sí? ¿Sí? —dije yo emocionado, apretando el auricular tan cerca de la boca que me golpeé los dientes contra el aparato.
—Nada de nada. Esta mañana ha sido una de las pocas en las que puedo afirmar honestamente que no he experimentado nada —me informó Eric cortésmente—. Estaba dormido.
—¡Pero si me habías dicho que no dormías! —le dije furioso.
—Por Dios, Frank, nadie es perfecto. —Y pude oír como se ponía a reír.
—Pero… —comencé a decirle. Cerré la boca y rechiné los dientes. Una vez más, cerré los ojos.
—Bueno, Frank, tío —dijo él—, para serte sincero, esto se está poniendo muy aburrido. A lo mejor te vuelvo a llamar pero, de todos modos, nos vemos pronto. Chao.
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