Se produjo un silencio que hizo que se sintiera incómodo. Había algo en aquella mujer que le gustaba, aunque no sintiera un gran interés en su causa.
– Creo que ha tomado una sabia decisión -dijo Bosch-. Me refiero a hacerse cargo del caso. Supongo que lo habrá hablado con la viuda, ¿no?
– Sí. Pero no le he contado mi historia con Howard. No me ha parecido justo destrozar los buenos recuerdos que tuviera de él. La pobre lo ha pasado muy mal.
– Muy noble por su parte.
– Detective…
– ¿Qué?
– Nada. A veces no le comprendo.
– Ni yo mismo me comprendo.
Otro silencio.
– Tengo los expedientes aquí, en la caja. He terminado el informe sobre la investigación. Se lo entregaré todo mañana. Pero no sé cuándo, porque estaré con la patrulla hasta que las cosas se calmen en South Side.
– De acuerdo.
– ¿Va a hacerse cargo también del bufete de Elias? ¿Quiere que le lleve las cosas allí?
– Sí. Ese es el plan. Muchas gracias.
Bosch asintió, aunque Entrenkin no podía ver su gesto.
– Le agradezco su ayuda -dijo el detective-. No sé si Irving le habrá dicho algo, pero la pista que condujo a Sheehan salió de los expedientes. Un caso antiguo. Supongo que habrá oído hablar de él.
– En realidad… no. Pero me alegro de haberle sido útil, detective Bosch. Me sorprende lo de Sheehan. Fue compañero suyo, ¿no?
– Así es.
– ¿Le parece a usted lógico que Sheehan matara a Howard y que luego se suicidara? ¿Y a la mujer del funicular?
– Si me lo hubiera preguntado ayer habría contestado rotundamente que no. Pero hoy no soy capaz de comprenderme a mí mismo, y menos aún a los demás. Cuando los policías no podemos explicar algo decimos «los hechos son los hechos». Dejémoslo así.
Bosch se repantigó en la cama y fijó la vista en el techo, con el teléfono todavía en la mano.
– Pero es posible que exista otra interpretación de los hechos, ¿no? -preguntó Entrenkin tras un breve silencio, con voz pausada y precisa. Era abogada y sabía elegir las palabras.
– ¿Adonde quiere ir a parar, inspectora?
– Llámeme Carla.
– ¿A qué se refiere, Carla? ¿Qué es lo que me pregunta?
– Comprenda que ahora mi papel es muy distinto. Estoy condicionada por la ética que rige la relación abogado-cliente. Michael Harris es ahora mi cliente en una querella contra el jefe de usted y varios colegas suyos. Debo ser prudente…
– ¿Existe alguna prueba que demuestre la inocencia de Sheehan? ¿Algo que usted no me haya contado?
Bosch se incorporó, con los ojos muy abiertos pero sin contemplar ningún objeto determinado. En su mente bullían un sinfín de conjeturas mientras trataba de recordar algún detalle que se le hubiera pasado por alto. Entrenkin no había querido entregarle el expediente en el que figuraba la estrategia que iba a utilizar Elias en el caso Harris. Sin duda contenía algo importante.
– No puedo responder a su…
– El expediente de la estrategia -le interrumpió Bosch-. Hay algo en él que desmiente la teoría de que Sheehan es el asesino. Es…
Bosch se detuvo. Lo que Entrenkin insinuaba -o lo que él había creído adivinar en sus palabras- no tenía sentido. La pistola reglamentaria de Sheehan había sido identificada por balística como el arma utilizada en los asesinatos de Angels Flight. Las tres balas que habían sido extraídas del cadáver de Howard Elias habían sido comparadas con los tres proyectiles disparados con el arma de Sheehan, y concordaban. Fin del caso. Los hechos son los hechos.
El hecho era incontrovertible, pero algo decía a Bosch que Sheehan no había cometido aquellos asesinatos. Sheehan no habría dudado en bailar sobre la tumba de Elias, pero no le habría llevado a ella. Existía cierta diferencia. Y la intuición de Bosch -aunque la había dejado de lado en vista de las pruebas- le decía que Frankie Sheehan, al margen de lo que le hubiera hecho a Michael Harris, era un buen hombre incapaz de cometer aquellos asesinatos. Había matado, sí, pero no era un asesino.
– Mire -dijo Bosch-, ignoro lo que usted sabe o cree saber, pero tiene que ayudarme. No puedo…
– Está ahí, detective. Busque en los expedientes y lo encontrará. Yo me abstuve de entregarle algo que no podía revelar. Pero una parte de ello está en los expedientes públicos. No afirmo que su ex compañero sea inocente. Sólo digo que esos expedientes contienen un dato que ustedes debieron haber tenido en cuenta. Y no lo hicieron.
– ¿No va a decirme nada más?
– Es cuanto puedo decirle… Incluso le he contado demasiado.
Bosch guardó un breve silencio. No sabía si enojarse con ella por no decirle claramente lo que sabía, o alegrarse de que le hubiera proporcionado una pista.
– De acuerdo -dijo Bosch-. Si está ahí lo encontraré.
Bosch tardó casi dos horas en revisar los expedientes del caso del Black Warrior. Muchos de ellos ya los había examinado con anterioridad, pero el resto habían sido revisados por Edgar y Rider u otros detectives a quienes Irving había asignado el caso de Angels Flight hacía menos de setenta y dos horas. Bosch examinó cada expediente como si fuera la primera vez que lo hacía, en busca del dato que se le había pasado por alto, el detalle clave que le obligaría a revisar su interpretación de los hechos y que cambiaría la situación.
Ése era el problema de asignar varios equipos de investigadores a un caso. No había un solo par de ojos que revisara todas las pruebas, todas las pistas y todos los documentos.
El conjunto se distribuía por equipos. Aunque hubiera un detective a cargo de la investigación, no todos los datos eran analizados por él. Y eso era precisamente lo que Bosch debía hacer en ese momento.
Por fin dio con lo que estaba buscando -y lo que Carla Entrenkin había apuntado- en el expediente de los recibos de los mandatos judiciales, los cuales fueron enviados a la oficina de Howard Elias después de que la persona en cuestión hubiera recibido la orden de comparecer para declarar o como testigo en el juicio. El expediente contenía un gran número de esos formularios clasificados por orden cronológico.
La primera mitad del montón eran mandatos judiciales de hacía unos meses.
El resto eran citaciones judiciales para declarar en el juicio del caso Harris. Los destinatarios de dichas citaciones judiciales eran policías y otros testigos.
Bosch recordó que Edgar había revisado ese expediente y había hallado los mandatos judiciales concernientes a las facturas del taller de lavado. El hallazgo debió de impresionarle hasta el extremo de que no reparó en otros documentos. Mientras Bosch examinaba el expediente se fijó en una orden judicial dirigida al detective John Chastain, de la División de Asuntos Internos. Eso le chocó, porque Chastain no le había dicho que estuviera involucrado en la querella presentada por Elias. Chastain había dirigido la investigación interna de las declaraciones de Michael Harris, la cual había demostrado que los detectives de Robos y Homicidios no habían cometido delito alguno, por lo que el hecho de que tuviera que declarar en el juicio no tenía nada de extraño. Era lógico que se tuviera que presentar como testigo en defensa de los detectives acusados de malos tratos por Michael Harris. Lo sorprendente era que Chastain no hubiera dicho que había sido llamado a declarar en favor de los detectives. De haberse sabido ese dato, Chastain no habría sido asignado al equipo encargado de investigar los asesinatos de Angels Flight, del mismo modo que los detectives de Robos y Homicidios habían sido retirados del caso. Existía un evidente conflicto de intereses y Chastain tendría que explicar los motivos de su silencio. Bosch se sintió aún más interesado al ver que Chastain había recibido la citación judicial el martes, la víspera del asesinato de Elias. Pero su curiosidad dio paso a la sospecha cuando leyó la nota que escribió al pie del documento la persona que se lo entregó.
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