Pero el que Elias tuviera acceso a esos informes era distinto, pues demostraba que el abogado contaba con un contacto en las altas jerarquías del departamento.
Una de las últimas referencias a Parker que figuraba en el bloc eran las notas de una conversación, al parecer de una llamada que alguien había hecho a Elias a su despacho. Por lo visto, Elias estaba perdiendo a su fuente:
PARKER SE NIEGA
RIESGO DE SER DESCUBIERTO
¿FORZAR EL TEMA?
¿A qué se había negado Parker?, se preguntó Bosch. ¿A entregarle a Elias los expedientes que quería obtener?
¿Temía Parker ser descubierto cuando entregara los expedientes a Elias? Bosch no disponía de datos suficientes para llegar a una conclusión. Tampoco comprendía lo que significaba en ese caso «forzar el tema». No estaba seguro de que esas notas tuvieran algo que ver con el asesinato de Howard Elias. No obstante, se sintió intrigado. Uno de los críticos más implacables y conocidos contra el departamento tenía un topo en el Parker Center. Era importante saber quién era el traidor que tenían en sus filas.
Bosch guardó el último bloc en su maletín, preguntándose si los hallazgos que había hecho a través de las notas, en especial sobre la fuente de Elias, violaban la confidencialidad entre abogado y cliente, como había advertido Janis Langwiser. Después de meditarlo unos instantes, el detective decidió no entrar en la sala de archivos para pedirle una interpretación y continuó registrando el escritorio de Elias.
Bosch se giró en la silla hacia una mesita lateral en la que había un ordenador y una impresora. Los aparatos estaban desconectados. La mesita tenía dos cajones. El superior contenía el teclado del ordenador, y el inferior unos objetos de escritorio y una carpeta. Bosch extrajo la carpeta y la abrió. Dentro había una impresión en color de la fotografía de una mujer semidesnuda. La hoja mostraba dos arrugas que indicaban que había sido doblada. La foto no poseía la calidad de las que publican ciertas revistas para hombres. Había sido tomada por un aficionado y estaba mal iluminada.
La mujer que aparecía en la foto era blanca, con cabello rubio y corto. Tan sólo lucía unas botas de cuero hasta los muslos, con unos tacones de diez centímetros, y un tanga. Posaba con el trasero hacia la cámara, un pie apoyado en una silla y el rostro parcialmente oculto. En la parte inferior de la espalda, en el centro, se veía el tatuaje de una cinta y un lazo. Debajo de la fotografía había una nota escrita a mano:
http://www.girlawhirl.com/gina
Bosch no entendía mucho de ordenadores pero sí lo suficiente para comprender que se trataba de una dirección de Internet.
– Kiz -dijo en voz alta.
Rider era la experta del equipo en ordenadores. Antes de trasladarse a la División de Robos y Homicidios de Hollywood había trabajado en una unidad de fraude en la División del Pacífico, donde había realizado buena parte de su trabajo con ordenadores. Rider entró en la habitación y Bosch le indicó que se acercara.
– ¿Cómo os va en la sala de los archivos?
– De momento aún los estamos clasificando. Langwiser no me deja examinar nada hasta que nos lo autorice el abogado nombrado por el juez. Espero que Chastain traiga muchas cajas, porque tenemos un montón de… ¿Qué es eso? -preguntó Rider al ver la carpeta abierta y la foto de la rubia.
– Estaba en el cajón. Mira. Tiene una dirección.
La detective rodeó el escritorio para examinar la foto de cerca.
– Es una página web.
– Exacto. ¿Cómo podemos echar un vistazo?
– La buscaré aquí mismo.
Bosch se levantó para dejar que Rider se sentara ante el ordenador. El detective se situó detrás de la silla y observó mientras su compañera encendía el aparato.
– Veamos qué proveedor de Internet tenía Elias -dijo Rider-. ¿No has visto ningún membrete?
– ¿Un qué?
– Un membrete. Del papel de cartas. A veces la gente pone ahí su dirección de correo electrónico. Si supiéramos la dirección de correo electrónico de Elias tendríamos mucho ganado.
Bosch no había visto ningún membrete al registrar el escritorio del abogado.
– Espera un momento.
El detective se dirigió a la sala de recepción y le preguntó a Chastain, que estaba sentado detrás de la mesa de la secretaria, si había visto el papel de carta de Elias. Chastain abrió uno de los cajones y señaló una caja en la que había papel de carta. Bosch tomó una hoja. Rider no se había equivocado. En el centro superior de la hoja, debajo del código postal, aparecía impresa la dirección de correo electrónico de Elias:
helias@lavvyerlink.net
Bosch regresó con la hoja al despacho de Elias. Al entrar vio que Rider había cerrado la carpeta en la que estaba la foto de la rubia. Bosch supuso que le turbaba contemplar la foto.
– Ya lo tengo -dijo.
Rider echó un vistazo a la hoja que Bosch dejó sobre la mesa junto al ordenador.
– Perfecto. Ese es el nombre del usuario. Ahora necesitamos su contraseña. Tiene la contraseña del ordenador protegida.
– ¡Mierda!
– Casi todo el mundo elige una contraseña fácil -dijo Rider mientras empezaba a teclear en el ordenador-, para no olvidarla.
Rider dejó de teclear y contempló la pantalla del ordenador. Mientras se movía, el cursor se convirtió en un reloj de arena. En la pantalla apareció un mensaje informando a Rider de que había utilizado una contraseña incorrecta.
– ¿Qué has tecleado?
– Su fecha de nacimiento. Fuiste a hablar con su familia, ¿verdad? ¿Cómo se llama la esposa?
– Millie.
Rider tecleó el nombre y al cabo de unos segundos obtuvo de nuevo el mensaje de rechazo.
– Prueba con el nombre de su hijo -sugirió Bosch-. Se llama Martin.
Rider se detuvo.
– ¿Qué pasa?
– Muchas de esas contraseñas te ofrecen tres oportunidades. Si no lo consigues a la tercera, el sistema se cierra automáticamente.
– ¿Para siempre?
– No. Durante el tiempo que hubiera dispuesto Elias. Entre quince minutos y una hora, o más. Pensemos en esto con…
– V-S-L-A-P-D.
Al volverse, Rider y Bosch vieron a Chastain en la puerta del despacho.
– ¿Qué?
– Esa es la contraseña. V-S-L-A-P-D. Elias versus LAPD, el Departamento de Policía de Los Ángeles.
– ¿Cómo lo sabes?
– La secretaria lo anotó en la parte interna de su cartapacio. Imagino que también utiliza el ordenador.
Bosch observó unos instantes a Chastain.
– ¿Qué hago, Harry? -preguntó Rider.
– Inténtalo -respondió Bosch sin dejar de mirar a Chastain.
Luego se volvió mientras su compañera tecleaba la contraseña en el ordenador. El reloj de arena parpadeó, y en la pantalla aparecieron unos iconos sobre un paisaje formado por un cielo azul y unas nubes blancas.
– ¡Listo! -exclamó Rider.
– Un punto a tu favor -dijo Bosch mirando a Chastain.
Luego clavó los ojos en la pantalla mientras Rider escribía y manejaba el ratón. A Bosch todo aquello le resultaba incomprensible y le recordaba que se había convertido en un fósil.
– Deberías aprender estas cosas, Harry -dijo Rider, como si hubiera adivinado sus pensamientos-. Es más sencillo de lo que parece.
– ¿Por qué voy a molestarme si te tengo a ti? Explícame lo que estás haciendo.
– Echar un vistazo. Tenemos que hablar con Janis sobre esto. Hay muchos nombres de archivos que se corresponden con los casos. No sé si deberíamos abrirlos antes de…
– No te preocupes por eso ahora -le espetó Bosch-. ¿Puedes entrar en Internet?
Rider hizo unos movimientos con el ratón y tecleó el nombre del usuario y la contraseña en unos espacios que aparecían en la pantalla.
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