Nicholas Wilcox - La Sangre De Dios

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Tercera y última entrega de la exitosa trilogía templaria.
Simón Draco, un detective privado de Londres, antiguo mercenario en el Congo, recibe el encargo de viajar a Hamburgo para recoger dos piedras negras que forman parte de un antiguo legado templario. Siguiendo su rastro, Draco descubrirá una trama más compleja de lo que sospechaba, que llega a involucrar a criminales de guerra nazis emboscados en Paraguay, mafiosos sicilianos y monjes ortodoxos. Éstos custodian el arma más potencialmente subversiva para Occidente: la verdadera reliquia de la sangre de Cristo, a partir de la cual un laboratorio de ingeniería genética se propone devolver a Cristo a la vida. En este punto, la intervención de los servicios secretos de diversas potencias, entre ellas el Vaticano e Israel, conducen sin respiro al lector hacia un sorprendente e inesperado final.

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Al salir de Londres, la hora de tráfico más intenso se combinó con la lluvia para entorpecer la marcha de los vehículos. Después de la variante de Oxford, Draco divisó un coche averiado al lado de la carretera. Al lado un muchacho delgado, de frágil apariencia, intentaba detener algún vehículo mientras se calaba hasta los huesos.

Draco aminoró la marcha y se detuvo a su altura.

– ¿Puedo ayudar en algo?

– Sí, por Dios. Creo que el motor ha fallado. Por más gas que le doy no consigo que se ponga en marcha. Una fatalidad, con este tiempo.

– Lo puedo llevar hasta el próximo pueblo, si quiere.

– Se lo agradeceré mucho, si es tan amable. Mañana volveré con una grúa.

Draco se inclinó sobre el asiento y abrió la portezuela.

– Suba, por favor.

El náufrago subió y se presentó:

– Me llamo Arthur Perceval. No sabe cómo le agradezco lo que hace por mí.

– No tiene importancia -respondió Draco-. ¿Adonde se dirige?

– Intentaba llegar a Tesford. Mañana tengo que dar una conferencia en el ayuntamiento.

– ¿Una conferencia? ¿Es usted profesor?

– No, no, nada de eso. Solamente soy programador de ordenadores. Construyo programas de seguridad para empresas. ¿Y usted a qué se dedica?

– Soy detective privado.

El autostopista lo miró con interés. Draco conocía esa mirada. Mucha gente cree que los detectives privados sólo existen en las películas.

– En cierto modo, los dos estamos en el mismo negocio -dijo el informático-: nos ocupamos de la seguridad de los demás. No es por echarme flores, pero un detective privado que sepa de informática puede hacer casi todo el trabajo sin moverse de casa.

Draco se mostró sorprendido.

– ¿Ah, sí?

Perceval asintió.

– Imagínese por un momento que le encargan un informe sobre un determinado ciudadano. Sabiendo manejarse en informática, usted puede acceder a cualquier documento que haya escrito sobre ese ciudadano desde que nació: desde su partida de nacimiento hasta la última compra que ha hecho en un hipermercado; sabrá sus gustos, sus pautas de comportamiento, sus conexiones financieras, el estado de su cuenta corriente, sus movimientos empresariales… todo, absolutamente todo. Incluso sus preferencias sexuales.

– ¿Es posible?

– Sí, las suscripciones a revistas, lo que paga mediante la tarjeta de plástico, quizá alguna casa de masaje… todo.

– ¡Caramba! Es sorprendente.

– Hoy día, el espionaje se hace casi todo por la vía cibernética. Es así de simple. Internet ha acabado con los agentes secretos y con los secretos. En la próxima guerra mundial se luchará con ordenadores.

– Eso suena a ciencia ficción.

El informático sonrió.

– ¿No ha oído usted hablar del pirateo informático? Yo hace unos años me dedicaba a eso, y no era de los peores en mi especialidad. Ahora me he corregido y pongo mis habilidades al servicio de una buena causa, como don Quijote. Un amigo mío llegó a introducirse en la base de datos de la Reserva Federal del Tesoro de Estados Unidos; otro en el sistema de dirección de los satélites de la NASA e incluso en el centro de mando del Misil Nuclear Ruso. Todo eso sin salir de casa. Virtualmente tuvo en sus manos comenzar una nueva guerra mundial, ¿se da cuenta?

Draco lo miró un instante, serio.

– Me doy cuenta y me parece espantoso. ¿No tienen las grandes potencias contramedidas? ¿No pudieron dar con él?

– Lo intentaron. -Perceval volvió a sonreír, divertido-. ¡Vaya que si lo intentaron!, pero él tenía su retirada bien cubierta. Había utilizado una ruta complicada, cambiando de nodos y saltando de la red a las conexiones de satélites y viceversa, no pudieron dar con él. La comunidad ciberpunk lo adora.

– ¿Usaba algún nick especial?

Snake: la serpiente.

– ¿Y qué ha sido de la Serpiente?

– Ahora se ha retirado de todo eso, digamos que está hibernando, pero sigue siendo una leyenda. En realidad, no pretendía delinquir. Lo que hizo fue alertar a las autoridades sobre los fallos de su sistema y el método con el que podían mejorarlo.

Mientras Perceval exponía las maravillas de la informática, una idea se abrió paso en el cerebro de Draco. Unos kilómetros más adelante, ya casi llegando a su destino, dijo:

– Tengo un caso difícil que quizá podría facilitarse si tuviera un buen consejero informático. ¿Estaría dispuesto a ayudarme? Le remuneraré debidamente, por supuesto.

– Lo haré con mucho gusto -dijo Perceval-. Ha sido usted un buen samaritano conmigo y estoy en deuda.

– En ese caso, permítame que lo invite a mi casa. Podrá dormir en la habitación de invitados. Pero antes será mejor que cenemos algo. Lo invito.

Fueron a cenar a Cagney's. Al verlo entrar, Ana la portuguesa se echó en sus brazos, llorando.

– Querido, estaba preocupada por ti. Lo de Joyce ha sido terrible. No sabes cómo lo siento.

– Lo sé, Ana, lo sé y te lo agradezco.

– ¿Tiene la policía alguna pista sobre el asesino?

– No lo sé. Está investigando. Ya veremos.

– Esta mañana te llamaron de la agencia -dijo Tonino, el cocinero-. Creo que tienen un trabajo para ti.

– Me temo que tendrán que pasar sin mí. Ahora estoy con otro caso más importante.

Se sentaron a una mesa apartada y pidieron tallarines y cerveza. Durante la comida, Draco puso en antecedentes al informático.

– Lo único que sé es que se trata de una mafia rusa cuya cabeza visible es un gángster llamado el Amo. Uno de sus hombres en el Reino Unido, un tal Vasili Danko, fue asesinado hace unos días y la mafia inculpa a un cliente mío.

– ¿Qué es lo que te interesa saber?

– Dos cosas: quiénes son los responsables en el Reino Unido y quién es el cliente que quiere hacerse con las piedras templarias, pero me temo que sólo tengo media docena de nombres.

– Será suficiente para empezar -dijo Perceval acometiendo la pasta con apetito-. Eso espero.

17

Tres días después, Draco recibió una llamada en el móvil.

– Soy Perceval, ¿dónde podemos vernos?

– ¿Conoces el pub Aurore en Regent Street?

– Lo buscaré. Estaré allí mañana a las diez.

– Muy bien. Te invitaré a desayunar.

– ¿Sólo a desayunar? Me temo que tendrás que invitarme también a almorzar y a cenar. Prepárate porque hay cuerda para rato.

Perceval había averiguado muchas cosas. Vasili Danko había estado cobrando diversas cantidades de una compañía médica suiza en cuya nómina de pagos figuraba como jefe de jardinería con otros treinta jardineros a sus órdenes.

– Lo más interesante es el jardín de la empresa -observó Perceval.

Tecleó rápidamente en su ordenador y en la pantalla aparecieron diversas vistas del edificio, a las afueras de Berna, donde sólo había una extensión de césped y un jardín japonés con media docena de piedras clavadas en arena volcánica.

– Hay más datos interesantes: a estos rusos les paga una compañía de engranajes de Lyon, que a su vez era filial de otra compañía financiera radicada en las islas Caimán. Aquí me tropecé con bastantes dificultades, porque es complicado identificar las redes financieras de las sociedades holding. Está todo tan bien urdido que no ha sido fácil penetrar en los diversos niveles de seguridad: son como redes superpuestas, cada una con su peculiar diseño de agujeros, pero ninguna totalmente opaca. El hacker invasor, o sea yo, puede atravesar la primera sin novedad y quedarse prendido en la segunda, o pasar la segunda y la tercera y quedarse prendido en la cuarta. Hace falta paciencia y olfato. Lo básico es interrogar el programa que hay detrás, ver el tapiz no por el lado de las figuras, sino por su reverso, así se descubren los puntos débiles. En fin, he usado el lenguaje informático de base para reprogramar las órdenes de la contraseña, y tras componer mi propio programa par, le he ordenado a la aplicación que dirige el sistema de la contraseña lo que tiene que hacer… y el programa se ha revelado como una fotografía en la cubeta entregando su secreto, así he atravesado las defensas, he burlado el localizador automático Cerbero que se activó en cuanto pasé esa segunda fase, he abierto los ficheros y he dado finalmente con la verdad: la mafia rusa recibió el encargo de las piedras de un financiero brasileño. Aquí tienes sus datos completos.

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