– ¿Y?
– Por lo tanto no está bien.
Win frunció el entrecejo.
– Venga, por favor.
– Los inocentes resultan heridos.
– La policía también hiere a los inocentes.
– No de esa manera. Esperanza sufrió cuando no tenía nada que ver con todo esto. Clu mereció ser castigado, pero lo que le ocurrió a Lucy Mayor fue a todas luces un accidente.
Win se golpeó la barbilla con dos dedos.
– Si dejamos a un lado el argumento sobre la relativa severidad de conducir borracho, al final no fue sólo un accidente. Clu decidió enterrar el cuerpo. El hecho de que no pudiera vivir con la culpa no es excusa.
– No podemos seguir haciendo esto, Win.
– ¿Haciendo qué?
– Rompiendo las reglas.
– Deja que te plantee una pregunta, Myron. -Win continuó golpeándose la barbilla-. Suponte que tú eres Sophie Mayor y Lucy Mayor tu hija. ¿Qué hubieses hecho?
– Quizá lo mismo -admitió Myron-. ¿Eso lo convierte en correcto?
– Depende -dijo Win.
– ¿De?
– Del factor Clu Haid: ¿puedes vivir contigo mismo?
– ¿Se reduce a eso?
– A eso se reduce. ¿Puedes vivir contigo mismo? Sé que puedo.
– ¿Estás cómodo con eso?
– ¿Con qué?
– Con un mundo donde las personas se toman la justicia por su mano -dijo Myron.
– Dios santo, no. Yo no receto este remedio para los demás.
– Sólo para ti.
Win se encogió de hombros.
– Confío en mi juicio. También confío en el tuyo. Pero ahora quieres volver atrás en el tiempo y tomar una ruta alternativa. La vida no es así. Tomas una decisión. Era buena basada en lo que sabías. Algo duro, ¿pero no lo son todas? Podría haber funcionado de otra manera. Clu se podría haber beneficiado de la experiencia, convertirlo en una persona mejor. Lo que quiero decir es que no puedes preocuparte por consecuencias lejanas e imposibles de ver.
– Sólo preocuparme del aquí y el ahora.
– Precisamente.
– Y con lo que puedes vivir.
– Sí.
– Así que la próxima vez -dijo Myron-, debería optar por hacer lo correcto.
Win sacudió la cabeza.
– Confundes lo correcto con lo legal, o aparentemente moral. Pero no es el mundo real. Algunas veces los buenos quebrantan las normas porque saben que es lo mejor.
Myron sonrió.
– Cruzan la línea de falta. Sólo por un segundo. Sólo para hacer el bien. Después vuelven corriendo al territorio legal. Pero cuando lo haces demasiado a menudo, comienzas a borrar la línea.
– Tal vez se supone que hay que pintar la línea -dijo Win.
– Quizás.
– Haciendo balance, tú y yo hacemos el bien.
– Ese equilibrio podría estar mejor si no cruzásemos tanto la línea; incluso si esto significase dejar que unas pocas injusticias continuasen siéndolo.
Win se encogió de hombros.
– Tú decides.
Myron se echó hacia atrás.
– ¿Sabes lo que me preocupa más de toda esta conversación?
– ¿Qué?
– Que no creo que cambie nada. Que creo que probablemente tienes razón.
– Pero no estás seguro -dijo Win.
– No, no estoy seguro.
– Y sigue sin gustarte.
– Con toda claridad, no me gusta -afirmó Myron.
Win asintió.
– Es todo lo que quería oír.
Big Cyndi iba vestida de arriba abajo de naranja. Una camiseta naranja. Pantalones de paracaidista naranjas, como robados del armario de MC Hammer de 1989. El pelo naranja. El esmalte de uñas naranja. La piel -no pregunten cómo- naranja. Parecía una zanahoria mutante adolescente.
– Es el color favorito de Esperanza -le explicó a Myron.
– No, no lo es.
– ¿No lo es?
Myron sacudió la cabeza.
– Es el azul.
Por un momento se imaginó a un Pitufo gigante.
Big Cyndi se lo pensó.
– ¿El naranja es su segundo color favorito?
– Creo que sí.
Satisfecha, Big Cyndi sonrió y colgó un cartel en la recepción que decía: «Bienvenida, Esperanza».
Myron se fue a su despacho. Hizo algunas llamadas, trabajó un poco, permaneció atento al ascensor.
Por fin la campanilla. La campanilla del ascensor sonó a las diez de la mañana. Se abrieron las puertas. Myron permaneció en su lugar. Oyó el grito de alegría de Big Cyndi, los pisos de abajo seguramente se evacuaron al oír el sonido. Sintió las vibraciones cuando Big Cyndi se levantó de un salto. Myron se levantó y continuó esperando. Oyó llantos, suspiros y palabras de consuelo.
Dos minutos más tarde Esperanza entró en el despacho de Myron. No llamó. Como siempre.
Su abrazo fue un poco torpe. Myron se echó hacia atrás, se metió las manos en los bolsillos.
– Bienvenida.
Esperanza intentó sonreír.
– Gracias.
Silencio.
– Tú sabías que estaba involucrado desde el principio, ¿no?
Esperanza no dijo nada.
– Es la parte que nunca pude resolver -dijo Myron.
– Myron, no…
– Tú eres mi mejor amiga -continuó él-. Sabes que haría cualquier cosa por ti. Ni aunque me fuese la vida en ello no conseguía entender por qué no querías hablar conmigo. No tenía sentido. Al principio creí que estabas furiosa conmigo por haberme largado. Pero eso no es propio de ti. Después pensé que tenías una aventura con Clu y no querías que lo supiese. Pero eso no podía ser. Entonces pensé que era porque tenías una aventura con Bonnie…
– Demostrando muy poco juicio -señaló Esperanza.
– Sí. Pero no estoy en posición para darte una reprimenda. Y tú no hubieses tenido miedo de decírmelo. Sobre todo con tanto en juego. Así que continué preguntándome. ¿Por qué no querías hablar conmigo? Win pensó que la única explicación era que tú habías matado a Clu.
– Ese Win -dijo Esperanza-. Siempre la alegría de la huerta.
– Pero tampoco valía. Seguiría estando a tu lado. Tú lo sabías. Sólo hay una razón por la que no quisieras decirme la verdad…
Esperanza suspiró.
– Necesito una ducha.
– Me estabas protegiendo.
– No te hagas el tierno conmigo, ¿vale? Detesto cuando lo haces.
– Bonnie te contó lo del accidente de coche. Lo de que soborné a los polis.
– Charlas de almohada -dijo Esperanza y se encogió de hombros.
– Y una vez que te detuvieron, le hiciste jurar que mantendría la boca cerrada. No porque estuvieses con ella. Sino por mí. Sabías que si alguna vez se hacía público lo de los sobornos, me vería en la ruina. Había cometido un delito grave. Me echarían del colegio de abogados o algo peor. Sabías que si alguna vez lo descubría, no podrías impedirme que hablase con el fiscal, porque eso hubiese bastado para sacarte de la cárcel.
Esperanza apoyó las manos en los muslos.
– ¿Estás intentando decirme algo, Myron?
– Gracias -dijo él.
– No tienes nada que agradecerme. Estabas demasiado alicaído después de lo de Brenda. Tenía miedo de que hicieses algo estúpido. Tienes ese hábito.
Él la abrazó de nuevo. Ella le devolvió el abrazo. Esta vez no había nada de embarazoso. Cuando acabaron de abrazarse, él dio un paso atrás.
– Gracias.
– Deja de decirlo.
– Eres mi mejor amiga.
– También lo hice por mi bien, Myron. Por la empresa. Mi empresa.
– Lo sé.
– ¿Todavía nos queda algún cliente? -preguntó ella.
– Unos cuantos.
– Quizás entonces lo mejor será ponernos al teléfono.
– Quizá -dijo él-. Te quiero, Esperanza.
– Cállate antes de que vomite.
– Y tú me quieres.
– Si comienzas a cantar Barney, te mataré. Ya he estado en la cárcel. No me da miedo estar encerrada otra vez.
Big Cyndi asomó la cabeza. Sonreía. Con la piel naranja, parecía la más terrorífica calabaza de Halloween. -Marty Towey en la línea dos. -Yo lo cogeré -dijo Esperanza. -Y tengo a Enos Cabral en la línea tres. -Mío -dijo Myron.
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