Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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Las respuestas nunca vienen a gritos de «¡Eureka!». Vas dando tumbos hacia ellas, a menudo en la oscuridad total. Das tumbos por la noche a través de una habitación a oscuras, tropiezas con las cosas que no ves, sigues adelante, te golpeas las piernas, te caes y te levantas, buscando un camino a tientas por las paredes y esperas que tu mano encuentre el interruptor de la luz. Y entonces -para mantenerte dentro de esta pobre pero tristemente acertada analogía- cuando encuentras el interruptor, lo aprietas y la luz baña la habitación, algunas veces la habitación es tal como te la imaginas. Y algunas veces, como ahora, te preguntas si no hubieses estado mejor manteniéndote para siempre tropezando en la oscuridad.

Win por supuesto diría que Myron estaba limitando la analogía. Señalaría que había otras opciones. Podías dejar sin más la habitación. Podías dejar que tus ojos se acostumbrasen a la oscuridad, y si bien nunca verías nada con claridad, estaba bien. Podías incluso apagar la luz después de encenderla. En el caso de Horace y Brenda Slaughter, Win hubiese estado en lo cierto. En el caso de Clu Haid, Myron no estaba tan seguro.

Había encontrado el interruptor. Lo había apretado. Pero la analogía no se aguantaba, y no sólo porque era idiota desde el principio. Todo en la habitación seguía siendo opaco, como si estuviese mirando a través de una cortina de baño. Veía luces y sombras. Podía ver las figuras. Pero para saber exactamente qué había pasado, tendría que apartar la cortina.

Aún podía echarse atrás, dejar la cortina donde estaba o incluso apagar la luz. Pero ése era el problema con la oscuridad y las opciones de Win. En la oscuridad no podías ver cómo crecía la podredumbre. La podredumbre es libre de continuar comiéndoselo todo, sin ser molestada, hasta que se lo traga todo, incluso al hombre acurrucado en el rincón, intentando como loco mantenerse apartado del maldito interruptor.

Así que Myron subió a su coche. Volvió a la granja en el 12 de Claremont Road. Llamó a la puerta, y de nuevo Barbara Cromwell repitió que se fuese.

– Sé por qué Clu Haid vino aquí -le dijo él.

Continuó hablando. Y al final ella le dejó entrar.

Cuando se marchó, Myron llamó de nuevo a Win. Hablaron largo y tendido. Primero sobre el asesinato de Clu Haid. Después del padre de Myron. Ayudó. Pero no mucho. Llamó a Terese y le dijo lo que sabía. Ella le prometió que intentaría comprobar algunos de los hechos con sus fuentes.

– Así que Win estaba en lo cierto -dijo Terese-. Estás relacionado personalmente.

– Sí.

– Yo me culpo cada día -añadió Terese-. Te acostumbras.

De nuevo él quiso preguntar más. De nuevo supo que no era el momento.

Myron hizo dos llamadas más con el móvil. La primera fue al despacho de Hester Crimstein.

– ¿Dónde está? -preguntó Hester.

– Supongo que está en contacto con Bonnie Haid -dijo.

Una pausa. Después:

– Oh, Dios, Myron, ¿qué ha hecho?

– Ellas no se lo están diciendo todo, Hester. De hecho, estoy seguro de que Esperanza apenas si le contó algo.

– ¿Maldita sea, dónde está?

– Estaré en su despacho dentro de tres horas. Que Bonnie esté allí.

Su última llamada fue a Sophie Mayor. Cuando ella respondió, le dijo cuatro palabras:

– He encontrado a Lucy.

37

Myron intentó conducir como Win, pero estaba por encima de sus posibilidades. Aceleró, pero así y todo se encontró con obras en la ruta 95. Siempre encuentras obras en la ruta 95. Es una ley estatal de Connecticut. Escuchó la radio. Hizo llamadas telefónicas. Estaba asustado.

Hester Crimstein era la socia mayoritaria en una gran firma de abogados de Nueva York. La atractiva recepcionista lo estaba esperando. Lo condujo por un pasillo empapelado con lo que parecía papel de caoba hasta una sala de reuniones. Había una mesa rectangular lo bastante grande como para acomodar a veinte personas, blocs y bolígrafos delante de cada silla, sin duda facturables a algún pobre cliente a unos precios astronómicos. Hester Crimstein estaba sentada con Bonnie Haid, de espaldas a la ventana. Hicieron ademán de levantarse cuando él entró.

– No os molestéis -dijo él.

Ambas mujeres se detuvieron.

– ¿De qué va todo esto? -preguntó Hester.

Myron no le hizo caso y miró a Bonnie.

– Casi me lo dijiste, ¿no es así Bonnie? La primera vez que volví. Dijiste que te preguntabas si no le habíamos hecho a Clu un mal favor al ayudarlo. Me preguntaste si haberlo protegido y resguardado, al final lo había conducido a su muerte. Te dije que estabas equivocada. Que la única persona culpable es la persona que le disparó. Pero entonces yo no lo sabía todo, ¿verdad?

– ¿De qué demonios habla? -intervino Hester.

– Quiero contarle una historia -respondió Myron.

– ¿Qué?

– Sólo escuche, Hester. Puede que descubra en qué se ha metido.

Hester cerró la boca. Bonnie guardó silencio.

– Hace doce años -continuó Myron-, Clu Haid y Billy Lee Palms eran jugadores de la liga inferior en un equipo llamado Bisontes de Nueva Inglaterra. Ambos eran jóvenes y osados a la manera que suelen ser los atletas. El mundo era su patio, se creían los amos de todo, ya conoce el cuento de hadas. No la insultaré entrando en detalles.

Las dos mujeres volvieron a sentarse. Myron se sentó al otro lado de la mesa y continuó.

– Un día Clu Haid conducía borracho, bueno, es probable que condujera borracho más de una vez, pero en esta ocasión estrelló el coche contra un árbol. Bonnie -la señaló con la barbilla- resultó herida en el accidente. Sufrió una conmoción grave y pasó varios días en el hospital. Clu resultó ileso. Billy Lee se rompió un dedo. Cuando ocurrió, a Clu le entró el pánico. Una acusación por conducir borracho arruinaría a un joven atleta, incluso hace doce años. Yo acababa de conseguirle varios contratos de publicidad muy rentables. Pasaría a la liga superior en cuestión de meses. Así que hizo lo que la mayoría de los atletas hacen. Buscó a alguien que lo sacase del lío. Su agente. Yo. Fui al lugar corriendo como un loco. Me reuní con el poli que lo había detenido, un tipo llamado Eddie Kobler, y el sheriff de la ciudad, Ron Lemmon.

– No entiendo nada de todo esto -protestó Hester Crimstein.

– Deme un poco de tiempo -dijo Myron-. Los agentes y yo llegamos a un acuerdo. Pasa siempre con los grandes atletas. Asuntos como éste se barren debajo de la alfombra. Todos estuvimos de acuerdo en que Clu era un buen chico. Ningún motivo para destrozar su vida por este pequeño incidente. Era, digamos, un delito sin víctimas; la única persona herida era la propia esposa de Clu. Así que el dinero cambió de manos, y se llegó a un acuerdo. Clu no estaba borracho. Había hecho una maniobra brusca para evitar otro coche y había provocado el accidente. Billy Lee Palms y Bonnie eran testigos. El incidente quedó olvidado.

Hester mostraba una expresión de enfado y curiosidad. El rostro de Bonnie perdía color con rapidez.

– Ya han pasado doce años -dijo Myron-. Y el incidente es como una de esas maldiciones de la momia. El conductor borracho, Clu, es asesinado. Su mejor amigo y pasajero, Billy Lee Palms, muere de un disparo; no lo voy a llamar asesinato porque el que disparó me salvó la vida. El sheriff al que soborné ha muerto de cáncer de próstata. Nada de particular en ello, o quizá se lo llevó antes que la momia. En cuanto a Eddie Kobler, el otro agente, lo detuvieron el año pasado por aceptar sobornos de una red de narcotraficantes. Fue arrestado y llegó a un arreglo. Su esposa lo dejó. Sus hijos no le hablan. Vive solo con una botella en Wyoming.

– ¿Cómo se ha enterado de lo de ese tipo, Kobler? -preguntó Hester Crimstein.

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