Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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– Un poli local llamado Hobert me contó lo sucedido. Un amigo periodista lo confirmó.

– Sigo sin ver qué importancia… -señaló Hester.

– Es porque Esperanza no le ha dicho nada -continuó Myron-. Me preguntaba cuánto le había contado. Al parecer muy poco. Es probable que sólo insistiese que a mí me mantuviese apartado de todo esto, ¿correcto?

Hester lo miró con la expresión que utilizaba en los juicios.

– ¿Me está diciendo que Esperanza tiene algo que ver con todo esto?

– No.

– Es usted quien cometió un delito, Myron. Sobornó a dos agentes de policía.

– Hay algo más -dijo Myron.

– ¿De qué habla?

– Incluso aquella noche algo me pareció extraño en aquel incidente. Los tres juntos en un coche. ¿Por qué? A Bonnie no le importaba Billy Lee Palms. Por supuesto, ella salía con Clu y Clu salía con Billy Lee y quizás algunas veces salían en parejas o algo así. ¿Pero por qué estaban los tres en aquel coche tan tarde por la noche?

Hester Crimstein continuó haciendo de abogada.

– ¿Me está diciendo que uno de ellos no estaba en el coche?

– No. Le estoy diciendo que había cuatro personas en el coche, no tres.

– ¿Qué?

Ambos miraron a Bonnie. Ella bajó la cabeza.

– ¿Quién era la cuarta? -preguntó Hester.

– Bonnie y Clu eran una de las parejas. -Myron intentó cruzar la mirada con Bonnie, pero ella mantuvo la cabeza gacha-. Billy Lee Palms y Lucy Mayor eran la otra.

Pareció como si a Hester Crimstein le hubiesen dado un puñetazo en la nariz.

– ¿Lucy Mayor? -repitió-. ¿Cómo, la Lucy Mayor desaparecida?

– Sí.

– Jesús.

Myron continuó observando a Bonnie. Ella acabó por levantar la cabeza.

– Es verdad, ¿no?

– No hable -dijo Hester Crimstein.

– Sí -dijo Bonnie-. Es verdad.

– Pero tú nunca supiste lo que le ocurrió a ella, ¿verdad?

Bonnie titubeó.

– Entonces no.

– ¿Qué te dijo Clu?

– Que tú también le habías pagado -respondió Bonnie-. Como a la policía. Que le pagaste para que guardase silencio.

Myron asintió. Tenía sentido.

– Hay una cosa que no entiendo. Hubo muchísima publicidad sobre Lucy Mayor hace unos años. Tuviste que ver su foto en los periódicos.

– La vi.

– ¿No te recordó nada?

– No. Tienes que recordarlo. Sólo la vi aquella vez. Tú conoces a Billy Lee. Una chica diferente cada noche. Clu y yo estábamos sentados delante. Su pelo también era de otro color. Entonces era rubia. Así que no la reconocí.

– Tampoco Clu.

– Así es.

– Pero al final supiste la verdad.

– Al final -admitió ella.

– Vaya -dijo Hester Crimstein-. No entiendo nada. ¿Qué tiene que ver un viejo accidente de tráfico con el asesinato de Clu?

– Todo -afirmó Myron.

– Es mejor que se explique, Myron. Y ya puestos, ¿por qué Esperanza acabó acusada?

– Fue un error.

– ¿Qué?

– Esperanza no era quien debía cargar con el muerto -respondió Myron-. Era yo.

38

El estadio de los Yankees estaba agazapado en la noche, los hombros agachados como si intentase escapar del resplandor de sus propias luces. Myron aparcó en la zona 14, donde aparcaban los ejecutivos y los jugadores. Sólo había otros tres coches. El guardia nocturno en la entrada de prensa le dijo que lo aguardaban, que los Mayor se reunirían con él en el campo. Myron bajó hasta la grada inferior y saltó el muro cerca de la caja del bateador. Las luces del estadio estaban encendidas, pero allí no había nadie. Estaba solo en el campo y respiró hondo. Incluso en el Bronx nada huele como un diamante de béisbol, el campo de béisbol. Se volvió hacia el banquillo de los visitantes, miró los palcos bajos, encontró los asientos donde él y su hermano se habían sentado hacía tantos años. Curioso poder recordarlo. Caminó hacia el puesto del lanzador, la hierba haciendo un suave susurro, se sentó en la estera de goma y esperó. El hogar de Clu. El único lugar donde siempre se sentía en paz.

Tendrían que haberlo enterrado aquí, pensó Myron. Debajo del puesto del lanzador.

Miró los miles de asientos, vacíos como los ojos aplastados de un muerto, el estadio vacío, un cuerpo sin alma. Las líneas del campo estaban sucias de barro, casi de color tierra. Mañana las pintarían de nuevo antes del partido.

Las personas decían que el béisbol es una metáfora de la vida. Myron no creía en ello, pero al mirar las líneas, se lo preguntó. La línea entre el bien y el mal no es diferente a la línea de falta en un diamante de béisbol. A menudo está hecha de algo tan débil como la cal. Tiende a borrarse con el tiempo. Necesita que la pinten una y otra vez. Y si muchos jugadores la pisan, la línea se vuelve sucia y borrosa hasta el punto en que lo bueno es malo y lo malo es bueno, donde el bien y el mal se vuelven inconfundibles el uno del otro.

La voz de Jared Mayor rompió el silencio.

– Dijo que encontró a mi hermana.

Myron se giró hacia el banquillo.

– Mentí -respondió.

Jared subió las escaleras de cemento. Sophie lo siguió. Myron se levantó. Jared comenzó a decir algo más, pero su madre apoyó una mano en su brazo. Continuaron caminando como si fuesen entrenadores dispuestos a hablar con el lanzador suplente.

– Su hermana está muerta -dijo Myron-. Ustedes lo saben.

Continuaron caminando.

– Se mató en un accidente provocado por un conductor borracho -añadió Myron-. Murió en el impacto.

– Quizá -dijo Sophie.

Myron la miró desconcertado.

– ¿Quizá?

– Tal vez murió en el impacto, tal vez no -manifestó Sophie-. Clu Haid y Billy Lee Palms no eran médicos. Eran unos estúpidos, borrachos, gilipollas. Lucy quizá sólo estaba herida. Quizás estaba con vida. Un doctor quizás hubiese podido salvarla.

Myron asintió.

– Supongo que es posible.

– Continúe -dijo Sophie-. Quiero oír lo que tenga que decir.

– Fuese cual fuese el estado real de su hija, Clu y Billy Lee creyeron que estaba muerta. Clu estaba aterrado. La acusación por conducir ebrio ya era grave, pero en este caso se trataba de un homicidio de tráfico. De eso no te escapas, por muy lejos que lances las pelotas. Él y Billy Lee tuvieron miedo. No sé los detalles. Sawyer Wells nos los puede explicar. Yo creo que ocultaron el cuerpo. Era una carretera tranquila, pero no había tiempo para enterrar a Lucy antes de que llegasen la policía y la ambulancia. Así que lo más probable es que la escondiesen entre los arbustos. Y cuando todo se calmó, volvieron y la enterraron. Como dije, no conozco los detalles. No creo que tengan una importancia especial. Lo importante es que Clu y Billy Lee se deshicieron del cuerpo.

Jared se acercó para mirarlo a la cara.

– No puede probar nada de eso.

Myron no le hizo caso, mantuvo la mirada en la madre de Jared.

– Pasan los años. Lucy se ha ido. Pero no en la mente de Clu Haid y Billy Lee Palms. Quizá me paso de análisis. Quizás estoy siendo demasiado blando con ellos. Pero creo que lo que hicieron aquella noche definió el resto de sus vidas. Sus tendencias autodestructivas. Las drogas…

– Está siendo demasiado blando -señaló Sophie.

Myron esperó.

– No les atribuya el mérito de tener conciencia -manifestó la mujer-. Eran pura escoria.

– Puede que tenga razón. No debería analizar. Y supongo que no le importa. Puede que Clu y Billy Lee hayan creado su propio infierno, pero no se acercaban en nada a la agonía que vivía su familia. Usted habló del terrible tormento de no saber la verdad, cómo vivía usted cada día. Con Lucy muerta y enterrada de esa manera, el tormento sólo continuaba.

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