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Harlan Coben: El último detalle

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Harlan Coben El último detalle

El último detalle: краткое содержание, описание и аннотация

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso. En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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– ¿Alguna idea? -preguntó Win.

– Hablará conmigo -afirmó Myron-. Cuenta con ello.

– Ahora mismo acabo de llamarla.

– ¿Y?

– No ha cogido el teléfono.

– ¿Has probado con Big Cyndi?

– Ahora se aloja con Esperanza.

Ninguna sorpresa.

– ¿Qué día es hoy? -preguntó Myron.

– Martes.

– Big Cyndi todavía es gorila en el Leather-N-Lust. Podría estar allí.

– ¿De día?

Myron se encogió de hombros.

– Las desviaciones sexuales no tienen horas.

– A Dios gracias -dijo Win.

Guardaron silencio, el barco se mecía suavemente.

Win miró hacia el sol con los ojos entrecerrados.

– Hermoso, ¿no?

Myron asintió.

– Debes estar harto del sol después de todo este tiempo.

– Mucho -asintió Myron.

– Vamos bajo cubierta. Creo que disfrutarás.

3

Win había cargado una montaña de vídeos en el yate. Miraron los viejos episodios de Batman (aquellos con Julie Newmar como Cat Woman, y Lesley Gore como Pussycat ¡doble miau!), La extraña pareja (Óscar y Félix en Pasapalabra), un episodio de En los límites de la realidad («Servir al hombre») y uno más actual, Seinfeld (Jerry y Elaine visitan a los padres de Jerry en Florida). Olvídense del estofado. Ésta era comida para el espíritu. Pero ante la posibilidad de que no fuese lo bastante sustanciosa, también había Doritos, ganchitos de queso, más Yoo-Hoo e incluso una pizza recalentada de Calabria's Pizzería en Livingston Avenue.

Win. Podía ser un sociópata, pero vaya tío.

El efecto de todo el conjunto estaba más allá de lo terapéutico, el tiempo pasada en el mar y más tarde en el aire era como una cámara hiperbárica emocional, una oportunidad para que el alma de Myron se recuperase de los dolores del síndrome de descompresión, para volver a la súbita reaparición en el mundo real.

Los dos amigos apenas si hablaron, excepto para suspirar por Julie Newmar como Cat Woman (cada vez que ella aparecía en pantalla con su ajustado traje de gata negro, Win decía: «miauuefecto»). Ambos tenían cinco o seis años cuando emitieron la serie por primera vez, pero algo en Julie Newmar como Cat Woman destrozaba completamente cualquier noción freudiana de latencia. Por qué, ninguno de los dos lo podía decir. Quizá su villanía. O algo más primitivo. Esperanza sin duda tendría una opinión interesante. Intentó no pensar en ella -un trabajo inútil y agotador cuando no podía hacer nada al respecto-, pero la última vez que había hecho algo así había sido en Filadelfia con Win y Esperanza. La echaba de menos. Mirar los vídeos no era lo mismo sin sus comentarios.

El yate atracó y se dirigieron al avión privado.

– La salvaremos -afirmó Win-. Después de todo, somos los buenos.

– Dudoso.

– Ten fe, amigo mío.

– No, me refiero a que seamos los buenos.

– Tendrías que saberlo.

– Ya no -dijo Myron.

Win puso aquella cara con la barbilla sobresaliente, aquella que había venido a bordo del Mayflower.

– Esta crisis moral tuya -comentó- te favorece muy poco.

Una rubia espectacular de voz ronca como sacada de un viejo número de cabaret los recibió desde la cabina del avión de la compañía Lock-Horne. Les sirvió bebidas entre risitas y mohines. Win le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.

– Curioso -dijo Myron.

– ¿Qué es curioso?

– Siempre contratas azafatas espectaculares.

Win frunció el entrecejo.

– Por favor. Prefiere que la llamen asistenta de vuelo.

– Perdona mi torpe insensibilidad.

– Intenta ser un poco más tolerante -dijo Win-: adivina cómo se llama.

– ¿Tawny?

– Cerca. Candi. Con i latina. Y no le pone el punto. Le dibuja un corazón encima.

Win podía ser más cerdo, pero resultaba difícil imaginar cómo.

Myron se sentó. La voz del piloto sonó en el sistema de megafonía. Se dirigió a ellos por el nombre, y después despegó. Un avión privado. Un yate. Algunas veces era agradable tener amigos ricos.

Cuando llegaron a la altitud de crucero, Win abrió lo que parecía una caja de puros y sacó un móvil.

– Llama a tus padres -dijo.

Myron permaneció callado por un momento. Le invadió una nueva oleada de culpa, que le coloreó las mejillas. Asintió, cogió el móvil, marcó el número. Sujetó el móvil con demasiado fuerza.

Atendió su madre.

– Mamá… -dijo Myron.

Su madre comenzó a llorar. Consiguió llamar a su padre, que cogió el supletorio en la planta baja.

– Papá…

Y entonces él también comenzó a llorar. Llanto estereofónico. Myron se apartó el teléfono del oído por un momento.

– Estaba en el Caribe -explicó-, no en Beirut.

Una explosión de risas por parte de ambos. Después más llantos. Myron observó a Win. Éste permaneció impasible. Myron puso los ojos en blanco, pero por supuesto también estaba complacido. Quéjense todo lo que quieran, ¿a quién no le gusta que le quieran de esta manera?

Sus padres comenzaron una charla insensata; insensata a posta, sospechó Myron. Aunque podían ser unos plastas, sus padres tenían la maravillosa capacidad de saber cuándo no debían preguntar. Consiguió explicar dónde había estado. Escucharon en silencio. Después su madre preguntó:

– ¿De dónde nos llamas ahora?

– Desde el avión de Win.

Ahora exclamaciones en estéreo.

– ¿Qué?

– La compañía de Win tiene un avión privado. Te acabo de decir que él me recogió…

– ¿Estás llamando desde su teléfono?

– Sí.

– ¿Tienes idea de lo que cuesta?

– Mamá…

Pero la charla sin sentido se acabó deprisa. Cuando Myron colgó unos segundos después, se echó hacia atrás. La culpa reapareció como una ducha helada.

Sus padres ya no eran jóvenes. No lo había pensado antes de largarse. No había pensado en un montón de cosas.

– No tendría que haberles hecho esto -dijo Myron-, y tampoco a ti.

Win se removió en el asiento; un lenguaje corporal que en su caso era todo un detalle. Candi apareció de nuevo. Bajó una pantalla y apretó un interruptor, apareció una película de Woody Allen. Laúltima noche de Boris Grushenko. Ambrosía para la mente. La vieron sin hablar. Cuando acabó, Candi le preguntó a Myron si quería darse una ducha antes de aterrizar.

– ¿Perdón? -dijo Myron.

Candi soltó una risita, lo llamó tontorrón y se alejó.

– ¿Una ducha?

– Hay una en la parte de atrás -dijo Win-. También me tomé la libertad de traerte una muda.

– Eres un buen amigo.

– Lo soy, tontorrón.

Myron se duchó y se vistió, y después todos se abrocharon los cinturones de seguridad para la aproximación. El avión descendió sin demora, con un aterrizaje tan perfecto que podría haber sido coreografiado por los Temptations. Una limusina los aguardaba en la pista. Cuando descendieron del avión, el aire parecía extraño y desconocido, como si hubiesen estado visitando otro planeta en lugar de otro país. También llovía con fuerza. Bajaron la escalerilla a la carrera y entraron en la limusina, que ya tenía las puertas abiertas.

Se sacudieron un poco.

– Supongo que te quedarás conmigo -dijo Win.

Myron había estado viviendo en un ático en Spring Street con Jessica. Pero eso era antes.

– Si te va bien.

– Me va bien.

– Podría irme con mis padres…

– Acabo de decir que me va bien.

– Me buscaré un lugar.

– No hay prisa -dijo Win.

La limusina se puso en marcha. Win unió los dedos para formar una capillita. Siempre lo hacía. Quedaba muy bien. Con los dedos unidos, apoyó los índices en los labios.

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