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Harlan Coben: El último detalle

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Harlan Coben El último detalle

El último detalle: краткое содержание, описание и аннотация

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso. En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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Clu era un desastre adorable. Aficionado sin límites a las fiestas; por no mencionar todo lo que podía meterse por la nariz o por las venas. Nunca acudía a una fiesta que no le gustase. Era un tipo pelirrojo con una barriga de osito de peluche, apuesto, con aire juvenil, un cantamañanas de cuidado e inmensamente encantador. Todo el mundo amaba a Clu. Incluso Bonnie, su sufrida esposa. Su matrimonio era un bumerán. Ella le echaba, él daba vueltas en el aire por un tiempo, y ella lo pillaba en el retorno.

Clu parecía haber estado aflojando un poco la marcha. Después de todas las veces que Myron le había sacado de los problemas -suspensiones por dopaje, acusaciones de conducir borracho, lo que fuese-, Clu había engordado, llegado al final de su reino del encanto. Los Yankees lo habían fichado, lo habían sometido a un duro régimen y le habían dado una última oportunidad para la redención. Clu se había mantenido a raya por primera vez. Había asistido a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Su pelota rápida había vuelto de nuevo.

Win interrumpió sus pensamientos.

– ¿Quieres saber lo que pasó?

– No estoy seguro -respondió Myron.

– Ah.

– La última vez la jodí. Tú me avisaste, pero no hice caso. Un montón de personas murieron por mi culpa. -Myron sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos. Las contuvo-. No tienes idea lo mal que acabó.

– ¿Myron?

Se volvió hacia su amigo. Sus miradas se encontraron.

– Recupérate -dijo Win.

Myron soltó un sonido: una parte sollozo, dos partes de risa.

– Detesto cuando me mimas.

– Quizá preferirías que te soltase unas cuantas frases hechas inútiles -añadió Win. Hizo girar el licor en la copa y bebió un sorbo-. Por favor, selecciona una de las siguientes y después seguiremos adelante: la vida es dura; la vida es cruel; la vida es un juego de azar; algunas veces las personas buenas se ven obligadas a hacer cosas malas; algunas veces mueren personas inocentes; sí, Myron, la has jodido, pero esta vez lo harás mejor; no, Myron, no la has jodido, no es culpa tuya; todo el mundo tiene un límite y ahora conoces el tuyo. ¿Puedo dejarlo ya?

– Por favor.

– Entonces comencemos con Clu Haid.

Myron asintió, bebió otro trago de Yoo-Hoo, se acabó la lata.

– Al parecer todo le iba de maravilla a nuestro viejo compañero de facultad -dijo Win-. Lanzaba bien. Parecía reinar en el paraíso doméstico. Pasaba los análisis de dopaje. Cumplía con el toque de queda con horas de sobras. Todo eso cambió hace dos semanas cuando un análisis de dopaje por sorpresa dio un resultado positivo.

– ¿Qué sustancia?

– Heroína.

Myron sacudió la cabeza.

– Clu no les dijo ni una palabra a los medios -continuó Win-, pero en privado afirmó que el análisis había sido un montaje. Que alguien le había echado algo en la comida y más tonterías por el estilo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Esperanza me lo dijo.

– ¿Acudió a Esperanza?

– Sí, Myron. Cuando Clu no pasó el análisis, naturalmente buscó a su agente para que le ayudase.

Silencio.

– Vaya -dijo Myron.

– No quiero entrar en el fiasco que es ahora mismo MB SportsReps. Basta decir que Esperanza y Big Cyndi hicieron todo lo que pudieron. Pero es tu agencia. Los clientes te contratan a ti. Muchos se habrán mostrado muy disgustados por tu súbita desaparición.

Myron se encogió de hombros. Quizás algún día se preocuparía.

– Así que Clu no pasó el análisis.

– Lo suspendieron de inmediato. Los medios olieron la sangre y fueron a por él. Perdió todo los patrocinadores. Bonnie le echó de casa. Los Yankees lo desheredaron. Sin nadie más a quien acudir, Clu visitó repetidas veces tu despacho. Esperanza le dijo que no estabas disponible. Su temperamento se hizo más violento con cada visita.

Myron cerró los ojos.

– Hace cuatro días Clu se enfrentó a Esperanza fuera del despacho. Para ser más precisos en el aparcamiento Kinney. Discutieron.

Se dijeron palabras muy duras y un tanto insultantes. Según los testigos, Clu le dio un puñetazo en la boca.

– ¿Qué?

– Vi a Esperanza al día siguiente. Tenía la mandíbula hinchada. Apenas si podía hablar, aunque así y todo decidió decirme que me metiese en mis propios asuntos. En mi opinión, creo que hubiese sufrido más si varios de los otros empleados del aparcamiento no los hubiesen separado. Al parecer, Esperanza hizo amenazas del tipo te haré-pagar-por-esto-hijo-de-puta-picha- floja mientras les tenían separados.

Myron sacudió la cabeza. No tenía sentido.

– A la tarde siguiente a Clu lo encontraron muerto en el apartamento que alquilaba en Fort Lee -prosiguió Win-. La policía se enteró del altercado anterior. Luego se firmaron una serie de órdenes de registro y encontraron el arma asesina, una pistola de nueve milímetros, en tu oficina.

– ¿En mi oficina?

– Sí, en la oficina de MB.

Myron sacudió la cabeza de nuevo.

– Tuvieron que ponerla allí.

– Sí, quizá. También había fibras que se correspondían con la moqueta del apartamento de Clu.

– Las fibras no significan nada. Clu estuvo en la oficina. Es probable que las llevase él mismo hasta allí.

– Sí, quizá -dijo Win de nuevo-. Pero las manchas de sangre en el maletero del coche de la compañía pueden ser más difíciles de explicar.

Myron casi se cayó.

– ¿Sangre en el Taurus?

– Sí.

– ¿La policía confirmó que la sangre era de Clu?

– El mismo grupo sanguíneo. La prueba del ADN llevará varias semanas.

Myron no podía creer lo que estaba oyendo.

– ¿Esperanza había usado el coche?

– Aquel mismo día. Según los registros de peaje, el coche cruzó el puente de Washington de regreso a Nueva York en menos de una hora del asesinato. Como dije, le mataron en Fort Lee. El apartamento está a unos tres kilómetros del puente.

– Esto es una locura.

Win no dijo nada.

– ¿Cuál es el móvil? -preguntó Myron.

– La policía todavía no tiene uno firme. Pero se han ofrecido varios.

– ¿Cuáles?

– Esperanza es una nueva socia de MB SportsReps. Se había quedado al mando. El primer cliente de la compañía estaba a punto de marcharse.

Myron frunció el entrecejo.

– Un motivo bastante débil.

– Él también acababa de atacarla. Quizá Clu la culpaba por todas las cosas malas que le estaban sucediendo. Quizás ella quería vengarse. ¿Quién sabe?

– Antes dijiste algo de que no quería hablar contigo.

– Sí.

– ¿Así que le preguntaste a Esperanza por los cargos?

– Sí.

– ¿Y?

– Me dijo que tenía el asunto controlado -respondió Win-. También me dijo que no me pusiese en contacto contigo. Que no quería hablar contigo.

Myron pareció extrañado.

– ¿Por qué no?

– No tengo ni idea.

Se imaginó a Esperanza, la belleza hispana que había conocido en los días que actuaba como luchadora profesional con el nombre de Pequeña Pocahontas. Hacía una vida de eso. Había estado con MB SportsReps desde el principio: primero como secretaria y ahora que había acabado abogacía, como socia de pleno derecho.

– Pero yo soy su mejor amigo -dijo Myron.

– Como bien sé.

– ¿Entonces por qué diría algo así?

Win juzgó que la pregunta no requería respuesta. Guardó silencio.

La isla estaba ahora fuera de la vista. En cualquier dirección no había otra cosa que el agua azul del Atlántico.

– Si no me hubiese largado… -comenzó Myron.

– ¿Myron?

– ¿Qué?

– Otra vez te estás lamentando. No soporto los lamentos.

Myron asintió y se apoyó en la madera de teca.

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