El alguacil comenzó a anunciar los casos.
– Esta mañana he tenido un visitante -le susurró Myron a Win.
– ¿Ah, sí?
– FJ y dos gorilas.
– Vaya -dijo Win-. ¿El chico portada de Pandilleros modernos manifestó su habitual surtido de coloridas amenazas?
– Sí.
Win casi sonrió.
– Tendremos que matarlo.
– No.
– Sólo estás demorando lo inevitable.
– Es el hijo de Frank Ache, Win. No se debe matar al hijo de Frank Ache.
– Comprendo. ¿Entonces prefieres matar a alguien de una familia mejor?
La lógica de Win. Tenía sentido en la forma más horrorosa posible.
– Sólo veamos cómo avanzan las cosas, ¿vale?
– No dejes para mañana lo que puedas exterminar hoy.
Myron asintió.
– Tendrías que escribir uno de esos libros de autoayuda.
Guardaron silencio. Fueron pasando los casos: un robo con allanamiento de morada, un par de asaltos, demasiados robos de coches. Todos los sospechosos se veían jóvenes, culpables y furiosos. Siempre con el rostro ceñudo. Tipos duros. Myron intentó no hacer una mueca, intentó recordar que todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, intentó recordar que Esperanza también era una sospechosa. Pero no ayudó mucho.
Por fin Myron vio a Hester Crimstein entrar en la sala, vestida con su mejor atuendo profesional: un elegante traje beige, una camisa color crema, y un peinado con demasiada laca. Ocupó su lugar en la mesa de la defensa, y se hizo silencio en la sala. Dos guardias entraron con Esperanza por una puerta abierta. Myron la vio, y algo parecido a la coz de una mula le dio en el pecho.
Esperanza iba vestida con el mono naranja fluorescente de la cárcel. Olvídense del gris o de las rayas; si el prisionero quería escapar, iba a destacar como un rótulo de neón en un monasterio. Llevaba las manos esposadas delante. Myron sabía que Esperanza era pequeña -quizás un metro cincuenta y siete, cincuenta kilos- pero nunca la había visto tan pequeña. Mantenía la cabeza alta, desafiante. La Esperanza clásica. Si tenía miedo, no lo demostraba.
Hester Crimstein apoyó una mano amiga en el hombro de su cliente. Esperanza asintió. Myron intentó con desesperación captar su mirada. Tardó unos instantes, pero finalmente Esperanza miró en su dirección y lo miró con una resignada y leve sonrisa de «Estoy bien». Myron se sintió mejor.
– El pueblo contra Esperanza Díaz -leyó el alguacil.
– ¿Cuál es la acusación? -preguntó la jueza.
El ayudante del fiscal de distrito, un chico que apenas parecía lo bastante mayor para tener vello púbico, se levantó junto a un pedestal.
– Asesinato en segundo grado, Su Señoría.
– ¿Cómo se declara?
La voz de Esperanza era fuerte.
– Inocente.
– ¿Fianza?
– Su Señoría, el pueblo requiere que la señorita Díaz permanezca detenida sin fianza -solicitó Cara de Niño.
Hester Crimstein gritó: «¿Qué?», como si hubiese acabado de oír las más irracionales y peligrosas palabras que cualquier ser humano hubiese dicho en cualquier circunstancia.
Cara de Niño permaneció tan tranquilo.
– La señorita Díaz está acusada de matar a un hombre disparándole tres veces. Tenemos pruebas…
– No tienen nada, Su Señoría. Nadas circunstanciales.
– La señorita Díaz no tiene familia ni está arraigada en la comunidad -prosiguió el chico-. Creemos que todo ello supone un sustancial peligro de fuga.
– Es una tontería, Su Señoría. La señorita Díaz es socia de una empresa de representación deportiva muy importante en Manhattan. Es una licenciada en derecho que en la actualidad se está preparando para iniciar el ejercicio de su profesión. Tiene muchos amigos y raíces en la comunidad. Y no tiene ningún antecedente.
– Pero, Su Señoría, no tiene familia…
– ¿Y qué? -interrumpió Crimstein-. Sus padres están muertos. ¿Es eso una razón para castigar a una mujer? ¿Los padres muertos? listo es escandaloso, Su Señoría.
La jueza, una mujer de unos cincuenta años, se echó hacia atrás.
– Su petición para negar la fianza parece extrema -le dijo a Cara de Niño.
– Su Señoría, creemos que la señorita Díaz tiene una gran cantidad de medios a su disposición y buenas razones para huir de la jurisdicción.
Crimstein continuó con un apopléjico:
– ¿De qué está hablando?
– La víctima del crimen, el señor Haid, retiró hace poco una suma de dinero superior a los doscientos mil dólares. Ese dinero falta en su apartamento. Es lógico asumir que el dinero fue sustraído durante la consumación del asesinato…
– ¿Qué lógica? -gritó Crimstein-. Su Señoría, esto es una tontería.
– El abogado de la defensa mencionó que la señorita Díaz tiene amigos en la comunidad -continuó Cara de Niño-. Algunos de ellos están aquí, incluido su empleador, Myron Bolitar. -Señaló a Myron. Todas las miradas se volvieron hacia él. Myron permaneció muy quieto-. Nuestra investigación demuestra que el señor Bolitar ha estado ausente por lo menos durante una semana, quizás en el Caribe, incluso en las islas Caimán.
– ¿Y qué? -gritó Crimstein-. Deténganle si eso es un crimen.
Pero Cara de Niño no había acabado.
– Junto a él está Windsor Lockwood de Lock-Horne Securities. -Cuando todas las miradas se volvieron hacia Win, él asintió y respondió con un leve gesto regio-. El señor Lockwood era el asesor financiero de la víctima y responsable de la cuenta de donde se retiraron los doscientos mil.
– Pues arréstenle a él también -vociferó Crimstein-. Su Señoría, esto no tiene nada que ver con mi cliente, excepto, quizá, para demostrar su inocencia. La señorita Díaz es una concienzuda trabajadora hispana que se abrió camino estudiando por la noche. No tiene antecedentes y debe ser puesta en libertad de inmediato. En caso contrario, tiene derecho a una fianza razonable.
– Su Señoría, hay demasiado dinero dando vueltas -afirmó Cara de Niño-. Los doscientos mil dólares desaparecidos. La posible conexión de la señorita Díaz con el señor Bolitar y, por supuesto, el señor Lockwood, que proviene de una de las familias más ricas de la región…
– Un momento, Su Señoría. Primero, el fiscal de distrito sugiere que la señorita Díaz ha robado y ocultado ese dinero presuntamente desaparecido y que lo utilizará para fugarse. Luego sugiere que le pedirá al señor Lockwood, que no es más que un asociado comercial, que le provea de fondos. ¿Cuál de las dos posibilidades? Y mientras la oficina del fiscal del distrito intenta inventarse una conspiración monetaria, ¿por qué a uno de los hombres más ricos del país le parece apropiado conspirar con una pobre mujer hispana para cometer un robo? Toda la idea es ridícula. La fiscalía no tiene un caso, así que se han inventado toda esta tontería del dinero que suena tan creíble como un avistamiento de Elvis…
– Es suficiente -dijo la jueza. Se apoyó en el respaldo y golpeó con los dedos en el estrado. Miró a Win por un segundo, y después a la mesa de la defensa-. Me preocupa el dinero desaparecido -señaló.
– Su Señoría, le aseguro que mi cliente no sabe nada del dinero.
– Me sorprendería que su posición fuese otra, señorita Crimslein, pero los hechos presentados por el fiscal de distrito son preocupantes. Se niega la fianza.
Crimstein abrió los ojos como platos.
– Su Señoría, esto es un ultraje…
– No es necesario gritar, abogada. La oigo muy bien.
– Protesto enérgicamente…
– Ahórreselo para las cámaras, señorita Crimstein. -La jueza golpeó con el mazo-. Siguiente caso.
Se oyeron los murmullos contenidos. Big Cyndi comenzó a aullar como una viuda en un noticiario de guerra. Hester Crimstein acercó la boca a la oreja de Esperanza y le susurró algo. Esperanza asintió, pero no parecía escucharla. Los guardias se la llevaron hacia una puerta. Myron intentó de nuevo cruzar una mirada con ella, pero Esperanza no quiso -o tal vez no deseaba- mirarle.
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