Myron atrajo la mirada de TC, sonrió y lo saludó con un movimiento de la cabeza. TC lo atravesó con los ojos y desvió su atención hacia otra parte. No se le daba muy bien hacer nuevas amistades.
Su uniforme estaba colgado donde debía. Ya habían cosido su nombre en la espalda con letras mayúsculas: BOLITAR. Lo contempló por un par de segundos. Después, lo descolgó y se lo puso. Todo se le antojaba una especie de déjà vu. El tacto suave del algodón; el cordón de los pantalones; la ligera presión en la cintura cuando se los puso; la leve tirantez de la camiseta sobre los hombros; las manos expertas que metían los faldones dentro de los pantalones; el modo de anudar las zapatillas, todo le causaba escalofríos. Hasta le costaba respirar. Cerró los ojos, se sentó y esperó a que aquella extraña sensación se desvaneciera.
Al cabo de un momento los abrió y observó que muy pocos jugadores llevaban ya suspensorios, pues preferían aquellos pantalones cortos ceñidos de licra. Myron se atuvo a lo clásico.
Después sujetó a su pierna un chisme que había recibido durante años el nombre de «rodillera». Era como si llevara un compresor metálico. Lo último que se puso fue el chándal. Los pantalones tenían docenas de broches de presión en las piernas, de modo que un jugador podía quitárselos de una manera espectacular cuando salía a la pista.
– Eh, chico, ¿cómo va?
Myron se levantó y estrechó la mano de Kip Corovan, uno de los entrenadores auxiliares del equipo. Kip vestía una chaqueta a cuadros tres tallas más pequeña. Las mangas le llegaban al antebrazo. La barriga sobresalía desafiante. Parecía un granjero en un baile de pueblo.
– Va bien, entrenador.
– Estupendo, estupendo. Llámame Kip. O Kipper. Casi todo el mundo me llama Kipper. Siéntate, relájate.
– ¿Todo bien, Kipper?
– Fantástico; nos alegra que estés con nosotros. -Kipper acercó una silla, la colocó con el respaldo hacia Myron y se sentó a horcajadas-. Seré sincero contigo, Myron, ¿de acuerdo? A Donny no le ha hecho ninguna gracia. No se trata de nada personal, compréndelo. Le gusta elegir a sus jugadores y le revienta que los de arriba interfieran en sus asuntos, ya sabes a qué me refiero.
Myron asintió. Donny Walsh era el entrenador principal.
– Bien, bien -prosiguió Kipper-. Donny es un tío legal. Te recuerda de los viejos tiempos, le gustabas mucho, pero tenemos un equipo que se dispone a jugar los play off. Con un poco de suerte, podemos ganar todos los partidos que juguemos en casa. Nos llevó un tiempo encontrar el equilibrio. Perder a Greg nos perjudicó, pero al final hemos conseguido enderezar las cosas. Ahora apareces tú. Clip no nos explica por qué, pero insiste en que te integremos en el equipo. Estupendo, Clip es el gran jefe, de modo que ningún problema, pero queremos que nuestros muchachos sigan viento en popa a toda vela, ¿comprendes?
La cháchara de Kipper estaba mareando a Myron, que sólo atinó a decir:
– Claro. No quiero causar problemas.
– Lo sé. -Kipper se levantó, devolvió la silla a su sitio-. Eres un buen tío, Myron. Siempre fuiste legal. Es lo que necesitamos ahora. Un tío de primera, ¿no te parece?
Myron asintió.
– Alguien que navegue con el viento en popa a toda vela -dijo.
– Espléndido, magnífico. Nos veremos fuera. Y no te preocupes. No saldrás a menos que arrasemos. -Kipper se subió los pantalones sobre la tripa y cruzó el vestuario y gritó-: Preparados, muchachos.
Nadie le hizo caso. Lo repitió varias veces, dio unas palmadas en la espalda a los jugadores conectados a sus walkmans para que lo escucharan. Fueron necesarios diez minutos para que doce deportistas profesionales se desplazaran menos de tres metros. El entrenador Donny Walsh entró con aires de superioridad, reclamó la atención de los jugadores y empezó a repetir los tópicos de siempre. No significaba que fuera un mal entrenador. Cuando juegas una media de cien partidos por temporada, es difícil que se te ocurra algo nuevo.
La charla duró dos minutos. Algunos de los chicos no se molestaron en desconectar sus walkmans. TC estaba muy ocupado quitándose las joyas, una tarea que exigía gran concentración y un equipo de técnicos experimentados.
Al cabo de otro par de minutos la puerta del vestuario se abrió. Todos se desprendieron de sus minicasetes y salieron. Myron comprendió que se dirigían hacia la pista.
El partido iba a empezar.
Se puso al final de la fila. Tragó saliva varias veces. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Mientras subía por la rampa, oyó una voz que chillaba por la megafonía: «¡Y ahoraaaaaa, vuestros New Jersey Dragons!». Sonó la música estruendosa. El equipo se puso a correr.
La ovación fue ensordecedora. Los jugadores se dividieron automáticamente en dos hileras para realizar los ejercicios de precalentamiento. Myron lo había hecho en infinidad de ocasiones tiempo atrás, pero por primera vez pensó en lo que estaba haciendo. Cuando uno era una estrella o un principiante, calentaba sin prisas, con calma. No había motivos para esforzarse. Tenía todo el partido para demostrar al público de lo que era capaz. Los suplentes (algo que Myron nunca había sido) se tomaban los calentamientos de dos maneras. Algunos salían, daban saltitos, movían los brazos como aspas. En una palabra: se exhibían. Otros se quedaban al lado de las superestrellas, les entregaban el balón, se comportaban como un sparring con un boxeador.
Myron se dirigió hacia la zona de tiros libres. Alguien le pasó el balón. Durante el calentamiento, estás convencido de manera inconsciente de que todos los ojos están pendientes de tus movimientos, aunque, en realidad, la mayoría de la gente aún no ha encontrado su asiento, está comprando algo para comer, charlando o contemplando a la multitud; ni siquiera los pocos que prestan atención a la pista se preocupan de ti. Myron hizo dos fintas y encestó. Joder, pensó. El partido aún no había empezado y ya no sabía qué hacer.
Cinco minutos después, los jugadores empezaron a ensayar tiros libres. Myron buscó a Jessica con la mirada. No fue difícil localizarla. Fue como si un foco la iluminase, como si avanzara y la multitud retrocediera, como si fuera un Da Vinci y las demás caras un nuevo marco. Jessica le sonrió y Myron experimentó una oleada de calor.
Sintió algo parecido a un sobresalto; se dio cuenta de que era la primera vez que Jessica iba a verlo jugar un partido que no fuera amistoso. Estos pensamientos le hicieron detenerse. Y recordar. Durante breves segundos su mente retrocedió hacia el pasado. El dolor y la culpa se apoderaron de él, hasta que un balón rebotó en el tablero y le golpeó en la cabeza. Aquel pensamiento, sin embargo, siguió resonando.
«Estoy en deuda con Greg.»
Sonó el timbre y los jugadores se acercaron al banquillo. Walsh volvió a repetir algunos tópicos y se aseguró de que cada uno de sus muchachos supiera a quién debía marcar. Los jugadores asintieron, sin escuchar. TC seguía echando chispas por los ojos. Myron quiso creer que esos comportamientos se debían a la tensión, aunque, en realidad, no estaba muy seguro de ello. Tampoco dejaba de vigilar a Leon White, el compañero de habitación de Greg cuando jugaban fuera y su mejor amigo dentro del equipo. El grupo se dispersó. Los jugadores de ambos equipos se acercaron al círculo central, se saludaron con apretones de manos y palmadas. Empezaron a hacerse señas con la mano a fin de averiguar quién marcaba a quién, puesto que no lo habían escuchado medio minuto antes. Los dos entrenadores anunciaron a gritos las tácticas defensivas, hasta que el balón se alzó en el aire.
Por lo general, el baloncesto es un deporte de cambios de ritmo en el cual el marcador está muy disputado hasta los minutos finales. Aquella noche no. Los Dragons arrasaron. Ganaban por doce puntos al terminar el primer tiempo, por veinte en el segundo y por veintiséis al final del tercer período. Myron empezó a ponerse nervioso. La ventaja era la suficiente para que lo dejaran jugar. No había contado con ello. Una parte de él animó en silencio a los Celtics con la esperanza de que redujeran las distancias y pudiera seguir con el culo pegado al banquillo de aluminio. Pero ya no había remedio. Cuando faltaban cuatro minutos, los Dragons ganaban por veintiocho puntos. Walsh echó un vistazo al banquillo. Nueve de los doce jugadores va habían jugado. Walsh murmuró algo a Kipper. Éste asintió y se acercó al banquillo, hasta detenerse delante de Myron, quien sintió que se le aceleraba el corazón.
Читать дальше