Otto Penzler - Mujeres peligrosas

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Las mujeres más peligrosas son aquellas que resultan irresistibles. ¿Qué hace peligrosa a una mujer? Su gran belleza, su encanto, su inteligencia, la manera en que se aparta el cabello de los ojos, o el modo de reírse. Puede tener conciencia absoluta de su poder, o desconocerlo por completo. Utilizarlo comoa rma o protegerse detrás de él. La intención y el propósito no aumentan ni disminuyen el poder, y ése es mayor peligro de todos los que son seducidos y sometidos por él.

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Por un instante reinó el silencio en la habitación. Las hermanas se miraron.

– ¿Alguien quiere más champán? -preguntó Susan.

– A mí me encantaría un poco -dijo Jessica.

– Yo lo traigo -dijo Will, y empezó a incorporarse.

– No, no, déjame a mí -dijo Susan, y tomando el vaso de él se dirigió con los tres vasos a la cocina. Jessica cruzó las piernas. En la cocina, a sus espaldas, Will podía oír a Susan que volvía a llenar los vasos. Contempló el pie de Jessica que se sacudía, con los zapatos de taco alto semisalidos, sostenidos solamente con los dedos del pie.

– Así que toda esa escena del bar era parte de un ejercicio, ¿no? -dijo Will-. ¿Cuando me sugeriste matar a alguien? ¿Y después elegiste a tu hermana como víctima?

– Bueno, algo así-dijo Jessica.

Su zapato cayó al suelo. Ella se agachó para recobrarlo, extendiendo las piernas, el vestido negro trepándose a sus muslos. Cruzó una pierna sobre la otra, volvió a calzarse el zapato, le sonrió a Will. Susan ya estaba de vuelta con los vasos llenos.

– Todavía queda un poco más -dijo, y les alcanzó los vasos. Jessica alzó el suyo para brindar.

– En un momento así -dijo Jessica-, pongo a prueba tu amor.

– Salud -dijo Susan, y bebió.

– ¿Y qué quiere decir? -dijo Will, y bebió también.

– Está en la escena -dijo Jessica-. En realidad, está al principio de la escena. Cuando él empieza a vacilar. Al final, ella está convencida de que el rey debe morir.

– Un falso rostro debe ocultar lo que un falso corazón revela -dijo Susan, y asintió.

– Ese es el parlamento final de Macbeth. Al final de la escena.

– ¿Por eso te habías vestido como una archivista? Un falso rostro debe ocultar… ¿cómo era eso que acabas de decir?

– Lo que un falso corazón revela -repitió Susan-. Pero no, no me había disfrazado por eso.

– ¿Por qué, entonces?

– Era mi manera de intentar crear un personaje.

– Tal vez él no entendió nada, después de todo -dijo Jessica.

– Un personaje que podría matar -dijo Susan.

– ¿Para eso tenía que convertirte en una antigualla?

– Bueno, tenía que convertirme en otra persona, sí. Alguien que no se pareciera a mí en absoluto. Pero eso no resultó suficiente. También tenía que encontrar el lugar adecuado.

– El lugar es aquí -dijo Jessica.

– Y ahora -dijo Will-. Así que, señoras, si no les molesta…

– Ooooh, otra vez señoras -dijo Susan, y otra voz puso los ojos en blanco.

– … ¿podemos olvidarnos por un momento de todo ese asunto de la actuación…?

– ¿Y qué hay de tus momentos íntimos? -preguntó Susan.

– Yo no tengo momentos íntimos.

– ¿Nunca te tiras un pedo cuando estás solo, en la oscuridad?

– ¿Nunca te masturbas cuando estás solo, en la oscuridad?

Will se quedó con la boca abierta.

– Esos son momentos íntimos -dijo Jessica.

Por algún motivo, Will no pudo volver a cerrar la boca.

– Creo que está empezando a hacerle efecto -dijo Susan.

– Quítale el vaso de la mano antes de que lo deje caer -ordenó Jessica.

Will las miró con los ojos y la boca bien abiertos.

– Apuesto a que cree que es curare -dijo Jessica.

– ¿De dónde demonios podríamos sacar curare?

– ¿De las selvas de Brasil?

– ¿De Venezuela?

Las dos chicas se rieron.

Will no sabía si era curare o no. Todo lo que sabía era que no podía hablar ni moverse.

– Bueno, sí sabe que no hicimos todo el viaje hasta el Amazonas para conseguir un veneno -dijo Jessica.

– Claro, sabe que eres enfermera -dijo Susan.

– Beth Israel, como bien sabes.

– Y allí tienes acceso a pilas de drogas.

– Incluso drogas con curare sintético.

– Hay miles de esas.

– Puedes hacerle una lista, Jess.

– No quiero aburrirlo, Sue.

– El curare hay que inyectarlo, ¿sabías, Will?

– Los nativos empapan sus dardos en curare.

– Y lanzan esos dardos con cerbatanas.

– Las víctimas quedan paralizadas.

– Indefensas.

– La muerte se produce por asfixia.

– Eso significa que no puedes respirar.

– Porque los músculos respiratorios se paralizan.

– ¿Ya tienes problemas para respirar, Will?

A él no le parecía que tuviera problema para respirar. ¿Pero qué era lo que decían? ¿Estaban diciendo que lo habían envenenado?

– Las drogas sintéticas vienen en forma de tableta -le dijo Susan.

– Es fácil pulverizarla.

– Fácil disolverla.

– Hay miles de usos legítimos para las drogas con curare sintético -dijo Jessica.

– Siempre que uno sea cuidadoso con la dosis.

– Nosotras no fuimos particularmente cuidadosas con la dosis, Will.

– ¿Tu champán no sabía un poco amargo?

Él quiso menear la cabeza para decir no. Su champán estaba muy rico. ¿O había estado demasiado borracho para sentirle el sabor? Pero no podía menear la cabeza, no podía hablar.

– Observémoslo -dijo Susan -. Estudiemos sus reacciones.

– ¿Por qué? -preguntó Jessica.

– Bueno, podría ser útil.

– No para la escena que estamos haciendo.

– Matar a alguien.

– Matar a alguien, sí, Susan.

Matándome a mí, pensó Will.

De veras me están matando.

Pero, no…

Chicas, pensó, están cometiendo un error. Esta no es la manera de hacerlo. Volvamos al plan original, chicas. El plan original era descorchar una botella de espumante y meternos juntos en la cama. El plan original era compartir esta encantadora noche tres días antes… en realidad ahora eran dos días, ya bien pasada la medianoche… dos días antes de Navidad, compartir esta noche agradable y poco complicada, se supone que todo lo que debía ocurrir acá era un acto de hermanas con un tercero servicial. Entonces, ¿cómo se puso tan seria la cosa de repente? No había motivo para que ustedes se pusieran tan serias con eso de las lecciones de actuación y los momentos íntimos, de veras, se suponía que esta noche íbamos a divertirnos y a jugar un rato. Entonces ¿por qué tuvieron que ponerme veneno en el champán? Quiero decir, por Dios, chicas, ¿por qué tuvieron que hacer eso cuando nos llevábamos tan bien?

– ¿Sientes algo? -preguntó Susan.

– No -dijo Jessica-. ¿Y tú? -Creí que sí sentiría algo…

– Yo también.

– No sé… algo siniestro o eso.

– Quiero decir… ¡matando a alguien! Creí que sería algo especial. Pero…

– Te entiendo. Es sólo como observar a alguien que… no sé, se está haciendo un corte de cabello o algo así.

– Tal vez deberíamos haber intentado otra cosa.

– ¿No veneno, quieres decir?

– Algo más dramático.

– Algo más terrorífico, eso quieres decir.

– Provocarle alguna reacción.

– En vez de tenerlo simplemente ahí sentado.

– Sentado ahí como un drogón muriéndose.

Las chicas se inclinaron sobre Will y escrutaron su rostro. Sus rostros se veían distorsionados de tan cerca que estaban. Parecía que los ojos azules se les escapaban de la cara.

– Haz algo -le dijo Jessica.

– Haz algo, pendejo -le dijo Susan.

Siguieron observándolo.

– Supongo que todavía podemos apuñalarlo -dijo Jessica.

Por favor, no me apuñalen, pensó Will. Los cuchillos me dan miedo. Por favor, no me apuñalen.

– Veamos qué hay en la cocina -dijo Jessica.

De pronto estuvo solo.

Las chicas habían desaparecido.

A sus espaldas…

No podía girar la cabeza para verlas.

…podía escucharlas a sus espaldas mientras revolvían lo que supuso era una de las gavetas de la cocina, alcanzó a escuchar el tintineo de los utensilios…

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