En la casa de Quarry Road había un anticuado piano vertical que Zoe compró de muy joven por cuarenta dólares a un anciano, vecino suyo. Zoe quería desde siempre que le dieran clases de piano, pero mientras tanto había aprendido a tocar de oído, con dos dedos, melodías de las que oía en la radio o en los discos. De esa manera conocía gran número de canciones, gracias a tener mucha paciencia y a ser muy optimista. Al oír a Zoe tocar de oído melodías en el piano, Aaron escuchaba con mucha atención como si las notas del piano -unas veces titubeantes, otras fluidas- fuesen un código especial que le correspondía a él descifrar.
Cuando Aaron golpeó las teclas con sus torpes dedos, o con los puños, las cuerdas vibraron dentro con alarma, doloridas. Lleno de frustración, Aaron colocó su pulgar contra el teclado lo más hacia la derecha que pudo y lo hizo correr con fuerza y deprisa hacia la izquierda produciendo un ruido terrible y despellejándose el dedo hasta hacerse sangre.
Zoe tenía además otra esperanza: ¡escribir canciones!
Quería escribir «baladas de amor», sobre todo pensando en grabarlas con Black River Breakdown, pero cada vez que escribía una canción, aunque sonara original en un primer momento, pronto se transformaba en algo de las Supremes.
– Como si su música se me hubiera metido en el cerebro. ¡Maldita sea!
Todos los días que Zoe pasó en Nueva York llamaba a casa a las seis de la tarde, para hablar primero con Delray y luego con Aaron. Delray se mostraba brusco y huraño con Zoe diciendo muy poco antes de pasar el auricular a Aaron, que se sentía raro oyendo a su madre por teléfono, una novedad para él, y al mismo tiempo la voz le resultaba tan cálida e íntima como si se inclinara sobre él cuando estaba en la cama, soplándole en un oído y haciéndole cosquillas hasta despertarlo.
Durante las tres primeras llamadas, Zoe, llena de emoción, le contó a Aaron lo maravillosamente que lo estaban pasando, qué ciudad tan fantástica era Nueva York, la próxima vez que fuera se llevaría con ella a su familia. Pero durante la cuarta, la última tarde, Zoe se echó a llorar diciendo que le faltaba tiempo para volver a casa, que los echaba mucho de menos a todos.
Al oír a su madre llorar por teléfono, Aaron se asombró mucho. Casi se echó a llorar también él, de no haber sido porque su padre le quitó el auricular.
– ¿Zoe? Vuelve a casa ahora mismo o iré yo a buscarte.
Después de que Zoe regresara alicaída y desanimada se llegó a saber que quizá Black River Breakdown había cometido una equivocación apresurándose a presentarse en Nueva York como lo había hecho. Y al aceptar la «grabación de una prueba» que se haría en Empire Music Productions, Inc., por una suma de 1.650 dólares.
– ¡Aquel terrible «estudio»! En el piso doce del edificio más viejo y destartalado de la calle Cuarenta y tres, sólo a unas pocas manzanas de Times Square, cualquiera pensaría que era un sitio legal con una dirección como ésa, ¿verdad que sí? A nosotros nos pasó, desde luego. Después de pagar el dinero que nos habían pedido resultó que había toda clase de «pagos adicionales» («gastos ocultos») y el contrato que teníamos que firmar era tan difícil y confuso que nos rendimos y lo firmamos.
Deberíamos habernos dado cuenta de que aquel edificio era una mala señal, porque delante había yonquis y vagabundos (en Nueva York los llaman «personas sin hogar») acampados en la acera, prácticamente tuvimos que pisarlos para entrar. Y el tal «señor Goetsche», que se presentó como «director de la compañía», se quedó con nuestro dinero, un cheque bancario, y luego había un «ingeniero de sonido» y una habitación que se suponía que era un «estudio de grabación» y nos pasamos allí por lo menos seis horas haciendo unos discos muy breves que se pueden escuchar, quiero decir que son verdaderos discos, pero pequeños, y te los dan y me daba vergüenza preguntar, ¿esto es todo? ¿Tanto dinero y todo lo que conseguimos a cambio son esos discos pequeños de plástico con canciones de Black River Breakdown de las que ya tenemos cintas y casetes en casa? El señor Goetsche nos dijo que tendríamos noticias suyas en un día o dos sobre nuestra «prueba» (si podríamos dar el paso siguiente) y mientras tanto nos alojábamos en un motel Howard Johnson en la calle Cuarenta y siete, y había cucarachas en los cuartos de baño, un ruido terrible durante toda la noche (sirenas, ambulancias, camiones de bomberos, ¿fuegos artificiales, quizá disparos?) como en las peores historias que hayas podido oír sobre Nueva York y que te hayan parecido exageradas. ¡Dios del cielo! Sólo te digo que estuve buscando chinches en mi cama. ¡Todavía me parece que siento esos bichos repugnantes trepándome por todas partes! Durante el día salíamos a hacer turismo, subimos por ejemplo al Empire State Building y al Rockefeller Center que no nos pareció que fuese tan impresionante, y por la noche veíamos espectáculos como el de las Rockettes, de manera que estaba bien pero muy caro, peor incluso de lo que la gente aquí pueda pensar y todo el dinero que había ahorrado con mi trabajo en Honeystone's casi ha desaparecido y eso hace que me sienta muy triste. Me pongo enferma sólo de pensarlo… Así que pasó un día, y luego otro, y una mañana más, y no sabíamos nada del señor Goetsche, que nos dijo que enviaría nuestros «discos de prueba» a distintos agentes, compañías musicales, pinchadiscos de la radio y algunas personas de televisión para conocer sus reacciones pero no nos había llamado y» u nido intentábamos llamarlo nosotros, la telefonista nos decía que la línea estaba ocupada. Así que se me ocurrió (estaba tan desesperada al llegar a aquel punto que me pareció que ya no tenía nada que perder) volver yo misma a ver al señor Goetsche, y como no podía ser menos había otro grupo haciendo una prueba, daban la sensación de ser críos en edad escolar que trataban de imitar a Mick Jagger, y el señor Goetsche me miró y fingió no reconocerme, dijo que no tenía tiempo para mí en aquel momento, pero le contesté que más le valía encontrarlo, porque de lo contrario iba a ir a la policía. El señor Goetsche casi se me rió en la cara, debí de parecerle completamente tonta.
»Tenía más años de lo que me pareció el primer día. Piel grasienta, cara hinchada y un inconfundible aroma a whisky, aunque todavía no eran las doce. Me tomó de la mano y me la apretó, como si hubiera algún vínculo especial entre nosotros, y me llevó a su despacho, que era deprimente y estaba abarrotado y lo único que se veía por la ventana era una pared desnuda y yo le dije, Señor Goetsche, sé que en música hay toda clase de aficionados con esperanzas de ser descubiertos, sólo quiero que me diga si hay alguna posibilidad para Black River Breakdown o para mí. Y el señor Goetsche empezó diciendo, Sí, claro que sí, querida Zoe, estamos en los Estados Unidos y siempre existe la posibilidad del éxito, pero luego se paró como si se hubiera quedado sin impulso, me obsequió con una sonrisa triste que era casi una mueca, revolvió en un cajón, sacó un mapa grande en papel satinado de las carreteras de los Estados Unidos, lo abrió sobre la mesa como podría hacerlo un profesor de instituto, se puso las gafas, bifocales, respiró ruidosamente por las ventanas de la nariz, llenas de vello, con un lápiz dio golpecitos en aquel mapa de carreteras, norte y sur, este y oeste, mientras decía con voz lúgubre, Zoe, pareces una joven encantadora y buena persona y sé que tienes muchísimo "corazón" y que podrías ser una intérprete legendaria, pero voy a ser sincero contigo, cariño, como te mereces: ¿ves todos estos pueblos?, ¿ciudades?, ¿por todas partes, en todos los estados? En cada uno hay por lo menos una chica muy guapa con buena voz, una voz «prometedora», que espera hacer carrera en el «mundo del espectáculo», que espera llegar a ser lamosa y rica y que su familia esté orgullosa de ella y que sus compañeras de instituto se pongan verdes de envidia, y también sueña con que un día personas que no conoce se le acerquen por la calle y le pidan un autógrafo y retratarse con ella. Hasta en los estados más remotos de este país, en todas las metrópolis, ciudades, pueblitos desolados en cruces de carreteras que tardarán muy poco en convertirse en poblaciones fantasma, cubiertas por el polvo en las próximas décadas, sin que quede nadie para acordarse de ellas ni para que a nadie le importen un pimiento; no son más que puntos en el mapa, ¿ves? Y la tragedia es, Zoe, que sois demasiadas. Demasiadas "Zoe Kruller", sin sitio suficiente. Como criaturas marinas en el océano, todas muy hambrientas y sin comida suficiente. De manera que las mismas criaturas marinas tienen que convertirse en alimento. Si no existieran todas las otras "Zoe", más las "estrellas", desesperadas por agarrarse como puedan a lo que ya tienen, cuyos nombres sin duda conoces, tendrías una posibilidad. Pero el caso es que existen, ¿lo entiendes, Zoe?, y no la tienes.
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