Martina Cole - El jefe

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Danny Boy Cadogan era ese tipo de persona que hacía que hasta el más duro de los delincuentes se pusiera nervioso y paranoico, especialmente si le decía que quería hablar con él de algún asunto. Danny tenía la habilidad de convertir el más inocente comentario en una declaración de guerra y la frase más inocua en una amenaza real y terrorífica.” De la noche a la mañana, Danny Cadogan, a sus catorce años, tiene que abrirse camino en un mundo violento y peligroso. Debe proteger a su madre y a sus hermanos, después de que los haya abandonado su padre a las iras de los acreedores. Danny, en compañía de su inteligente amigo de infancia Michael Miles, se va a convertir con los años en uno de los más temidos capos del Smoke que llegará a extender sus negocios de tráfico de drogas y de armas hasta España. Sin embargo, el carácter despiadado de Danny no sólo se impone en las calles londinenses, sino también en el hogar familiar, condenando a una vida torturada a su mujer, Mary, y a sus hijas.

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Sin embargo, cuando entró en el casino y lo condujo hasta su pequeña oficina, Danny se sorprendió de lo seguro que parecía de sí mismo. Pakash le iba a proporcionar una pequeña fortuna, lo cual sería un catalizador para mantener una buena relación laboral de la que Danny tenía la certeza que sería más beneficiosa para él que para Pakash. Éste no era ajeno a eso, al fin y al cabo era un cockney y se percataba de la situación. Sería una fuente de ganancias, pero a cambio tendría la protección de Danny Boy, algo que valía más que el dinero, porque pensaba utilizarla para amasar más con el mínimo esfuerzo.

Danny Boy estaba tan seguro de llevar todas las de ganar que se quedó perplejo cuando Pakash le comentó que había oído en la calle ciertos comentarios sobre él y James Carlton.

Michael se dio cuenta de que, por primera vez en la vida, Danny Boy Cadogan se quedaba atónito y sin palabras.

Donald Carlton estaba sentado en el piso de su novia tomándose un whisky doble. El piso era muy pequeño en comparación con la casa en que vivía con su verdadera esposa, la misma a la que había soportado durante treinta y dos años. La mujer se había acostado con medio Londres, pero él seguía siendo lo bastante estúpido como para creerla cuando le juraba que le había sido fiel. Él era un hombre de mundo y sabía que, si se hubiera librado de ella hace muchos años, su vida habría sido mucho más fácil. Era una puta, una mujer con la moral de una gata callejera y la cara de un ángel. Había sido, en definitiva, lo único carente de sentido en su vida y, aunque tenía el don de hacerle creer lo que se le antojase, ya no estaba dispuesto a confiar en ella nunca más.

Los hombres en los que confiaba, incluso los que apreciaba y habían trabajado para él desde el principio, percibían su humillación. Jamás habían pronunciado una palabra en contra de ella y tampoco lo habían cuestionado cuando decidía acogerla de nuevo después de una de sus correrías. Pero eso se había acabado, ya no sentía nada por esa mujer que había engendrado un hijo que le había hecho creer que era suyo y que, siempre que estaba cabreada, le había dejado caer que también podía ser de un montón de hombres que le habían donado su esperma.

Donald había conocido a su nueva novia en un club nocturno de Ilford. Se había metido por unos instantes en el aseo de señoras para cobrar unas cuantas libras que le debía uno de los peces gordos de la localidad. Cuando salió vio a Deirdre Anderson en la barra y, nada más verse, ambos se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Era una chica despampanante, rubia, con los ojos grandes y un bonito cuerpo. Por su forma de vestir y de hablar, se dio cuenta de que no era la primera vez que se enrollaba con alguien, pero también sabía que se sentía tan entusiasmada por él como él por ella. Por primera vez en la vida se sentía satisfecho, una emoción que no se apreciaba tanto como se debiera.

Donald podía relajarse en aquel pequeño apartamento, relajarse de verdad. Es posible que Deirdre tuviera sólo veinte años, pero estaba seguro de que le amaba, de que le era leal y de que estaría a su lado por mucho tiempo sin importarle la diferencia de edad, pues eran espíritus gemelos.

Deirdre había decorado el apartamento con pésimo gusto, pero eso no importaba lo más mínimo porque hasta el papel chabacano que había puesto en las paredes y los muebles tan desparejos le hacían sentirse en casa. Aquello era una verdadera casa, un verdadero hogar donde las personas que vivían dentro eran más importantes que el precio del mobiliario. Era un lugar donde el tiempo parecía detenerse, donde podía disfrutar siendo un hombre y donde no le roía el recuerdo constante de la infidelidad de su esposa.

Cuando Donald oyó que Deirdre dejaba entrar a su invitado, suspiró y se bebió el whisky de un solo trago. Se sirvió otra copa, se sentó en el sofá Dralon que quizá era demasiado grande para un salón tan pequeño y se preguntó qué vendría a pedirle. Puso cara de no saber nada y dibujó una sonrisa forzada cuando vio entrar en el salón a Big Danny Cadogan. Su cuerpo tullido se movía con torpeza y todo el que lo veía recordaba lo que le podía suceder a quien actuaba irreflexivamente, una lección que él había aprendido a manos de los Murray.

– ¿Qué te trae por aquí, Dan?

Big Dan Cadogan se dejó caer en un sillón, dolorido. Luego, con la misma forzada jovialidad que había empleado Donald, le respondió:

– Sírveme una copa y te lo digo.

La atmósfera estaba impregnada de una desconfianza mutua y de insinuaciones guardadas en secreto. Ambos habían sufrido a manos de sus hijos, ambos habían tenido que aprender a vivir con ese peso, pero eso no significaba que hubiesen asimilado lo que les había sucedido.

Deirdre se sentó en la cocina para tomarse un café; disfrutaba viendo que su amante se sentía tan a gusto en su apartamento como para considerarlo un lugar propicio para hacer sus negocios. Era una chica con buen carácter que se había quedado embarazada a los diecisiete años, pero había perdido el niño al poco de nacer. Después de esa traumática experiencia, llegó a la conclusión de que la vida era demasiado corta para despreciarla. Todo consistía en disfrutar de lo positivo y no darle vueltas a lo negativo.

– Pakash sólo ha repetido lo que se oye en las calles, Danny.

Louie Stein había prestado atención a todo lo que se decía con su interés acostumbrado. Cuando Michael hizo ese comentario, asintió reafirmando sus palabras y añadió:

– Él tiene razón. Te has portado como un capullo.

Pronunció esas palabras con la clara intención de ofender al muchacho. Lo habían pillado, lo habían delatado y ahora necesitaba resolver el asunto lo antes posible.

Danny Boy buscó consejo en Louie, algo que llevaba años sin hacer. Sin embargo, como había sucedido frecuentemente en el pasado, estaba dispuesto a escuchar lo que tenía que decir al respecto.

– Dime la verdad, Louie, ¿crees que saldré de ésta?

Louie sonrió débilmente. Había envejecido y su cráneo empezaba a adoptar la forma de una calavera. Danny y Michael lo miraban como si fuese un anciano, una de esas muchas personas a las que estaban dispuestos a dejar fuera de combate y arrebatarles todo aquello por lo que habían luchado en la vida.

A diferencia de los demás, Louie sabía que ese par de mequetrefes lo necesitaban porque aún recurrían a él para pedirle su opinión, y sus consejos eran bien recibidos. Sabía de sobra que, si no tenía cuidado, algún día podía llegar a encontrarse en el mismo bote que Kenny, Mangan o Carlton. No obstante, confiaba en la lealtad de Danny Boy porque él exigía lo mismo de los demás. Louie creía que había apostado por el caballo ganador, pero sólo el tiempo le diría si había acertado.

Louie le dio una profunda calada a su habano y, soltando el humo con lentitud, miró las volutas que formaba alrededor de su cabeza. Luego se irguió en su asiento y, mirando fijamente a Danny Boy, les explicó la situación en la que se habían metido y la forma de salir de ella con el mínimo daño posible. Señalándole con el dedo, le dijo:

– A veces vosotros dos me ponéis malo. Jamie Carlton es de los que no pueden tener la boca cerrada ni debajo del agua. Padece de diarrea verbal y cree que todos disfrutan tanto como él oyendo su jodida voz. Ahora todo el mundo lo escucha, pero es porque tiene a su favor el nombre que lleva, el que le dio el hombre al que tanto desea matar. Ahora vosotros estáis en el punto de mira de cualquier cosa que le pueda suceder a Donald Carlton, aunque sea por accidente. Si lo atropellan, si se cae en la bañera o si se ahorca con los cordones de sus zapatos, alguien, en algún lugar, os vinculará con eso. Aunque no lo creáis, nuestro mundo depende del chismorreo, aunque los capos llamen a eso recopilar información. Pues bien, recopilar información es lo que os pone por encima del resto de las personas. Ahora os han visto tratando con Jamie en más de una ocasión y eso, aunque no os hayáis dado cuenta, ha sido observado por los capos y ha suscitado muchos debates. El único consejo que os puedo dar es que lo dejéis o lo resolváis de una vez por todas. En cualquiera de los casos, tenéis que dejar claro a todo el mundo cuáles son vuestras intenciones y qué esperáis obtener de vuestras acciones. Después de esta noche, os aconsejo que, sea lo que sea lo que decidáis, más vale que raye lo extremo. Donald es apreciado por mucha gente, al contrario que Mangan, precisamente porque supo ganarse a muchas personas que en realidad pretendían despojarlo. Y lo hizo asegurándose de que todos ganasen un buen dinero a su costa, lo cual, muchachos, es el secreto del éxito en nuestro mundo.

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