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Phillip Margolin: Jamás Me Olvidarán

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Phillip Margolin Jamás Me Olvidarán

Jamás Me Olvidarán: краткое содержание, описание и аннотация

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran". Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado. Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto… Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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Alguien golpeó a la puerta del pasillo.

– ¡Abran! Policía.

Reardon se volvió a medias hacia la puerta, pero mantuvo los ojos clavados en Darius.

– Aléjense o los mato a todos. Tengo a Betsy Tannenbaum y a Martin Darius. Si oigo a alguien en la puerta, los mataré. Ustedes saben que lo haré.

Se produjo un movimiento en la puerta que daba al tribunal. Reardon disparó por encima de la parte superior de dicha puerta. Betsy oyó varios gritos.

– Salgan de las puertas o todos morirán -aulló Reardon.

– ¡Ya nos hemos retirado! -gritó alguien desde el pasillo.

Reardon apuntó a Betsy con el arma.

– Hábleles. Dígales lo de Kathy. Dígales que morirá si tratan de entrar aquí. Dígales que estará a salvo si hacen lo que yo digo.

Betsy estaba temblando.

– ¿Me puedo parar? -pudo alcanzar a decir.

Reardon asintió. Betsy caminó hacia la puerta del tribunal.

– ¡Alan! -gritó, luchando por evitar que su voz se quebrara.

– ¿Se encuentra bien? -le respondió a gritos Page.

– Por favor, que no se acerque nadie. La mujer que está aquí es una de las mujeres que Darius secuestró en Hunter'sPoínt. Ella ha escondido a Kathy y no le está dando alimento. Si la capturan, no nos dirá dónde tiene a Kathy y ella morirá de inanición. Por favor, que nadie se acerque.

– Muy bien. No se preocupe.

– En el pasillo, también -ordenó Reardon.

– Desea también que nadie se acerque en el pasillo. Por favor. Hagan lo que dice. No dudará en matarnos.

Reardon volvió su atención hacia Darius.

– Tuviste tiempo para pensar. Contesta la pregunta, si puedes. ¿Cómo me llamo?

Darius negó con la cabeza, y Reardon sonrió de un modo que hizo que Betsy sintiera frío.

– Sabía que no podrías decirlo, Martin. Jamás fuimos personas para ti. Eramos carne. Figuras de fantasía.

Betsy oyó gente que se movía en 1a sala del tribunal y en el corredor.

Reardon abrió la bolsa. Sacó una hipodérmica. Betsy pudo ver los elementos quirúrgicos que estaban sobre bandejas.

– Me llamo Samantha Reardon, Martin. Lo recordarás cuando haya acabado. Deseo que conozcas algo más de mí. Antes de que me secuestraras y arruinaras mi vida, yo era instrumentista quirúrgica. Las enfermeras de cirugía aprenden a curar cuerpos destrozados. Ellas ven las partes del cuerpo enfermas y retorcidas y también lo que un cirujano debe hacer para aliviar los dolores que provocan esas heridas. ¿Puedes darte cuenta de cómo dicha información podría serle útil a una persona que deseara causar dolor?

Darius sabía que era mejor no responder. Reardon sonrió.

– Muy bien, Martin. Eres un alumno sagaz. No hablaste. Por supuesto, tú inventaste este juego. Recuerdo lo que sucedió la primera vez que me hiciste una pregunta después de decirme que los perros no hablan y que yo era lo suficientemente tonta como para responder. Siento no tener a mano la picana eléctrica, Martin. El dolor es exquisito.

Reardon colocó un escalpelo sobre la mesa. Besty sintió que se descomponía. Inhaló aire. Reardon no le prestó atención. Avanzó a lo largo de la mesa y se acercó a Darius.

– Debo ponerme a trabajar. No puedo pensar que esos tontos esperarán para siempre. Después de un rato, decidirán hacer algo estúpido.

– Probablemente pensarás que voy a matarte. Te equivocas. La muerte es un regalo, Martin. Es el fin del sufrimiento. Deseo que sufras tanto tiempo como sea posible. Deseo que sufras por el resto de tu vida.

"Lo primero que haré será dispararte en las dos rodillas. El dolor de las heridas será penosísimo y te inmovilizará lo suficiente como para que no representes una amenaza física para mí. Luego aliviaré tu dolor con anestesia”.

Reardon tomó la hipodérmica.

– Una vez que te encuentres inconsciente, te operaré. Trabajaré sobre tu espina dorsal, los tendones y ligamentos que te permiten mover brazos y piernas. Cuando te despiertes, estarás totalmente paralizado. Pero eso no será todo, Martin. Esa no será la peor parte.

Un brillo iluminó los rasgos de Reardon. Ella se veía embargada de emoción.

– También te sacaré los ojos, para que no puedas ver. Te cortaré la lengua, para que no puedas hablar. Te dejaré sordo. Lo único que dejaré intacto será tu mente. Piensa en tu futuro, Martin. Eres relativamente joven. Estás en buen estado. Un espécimen sano. Con qué mantenerte en la vida, vivirás treinta o cuarenta años, atrapado en la perpetua oscuridad de tu mente. ¿Sabes por qué se llama penitenciarías a las prisiones?

Darius no respondió. Reardon hizo una mueca.

– No te engaño, ¿no, Martin? Es un lugar para la penitencia. Un lugar para aquellos que le han hecho mal a otros, a fin de que puedan pensar en sus pecados. Tu mente se transformará en tu penitenciaría y estarás encerrado en ella, incapaz de escapar, por el resto de tu vida.

Reardon se colocó en posición, delante de Darius, y apuntó a su rodilla derecha.

– Usted, allí adentro. Soy William Tobias, jefe de policía. Me gustaría hablarle.

Reardon volvió la cabeza, y Darius se movió con una velocidad inusitada. Pateó con el pie izquierdo alcanzando la muñeca de Reardon. El revólver voló por la mesa. Betsy observó cómo se deslizaba hacia ella, mientras Reardon trastabillaba hacia atrás.

La mano de Betsy se cerró sobre el arma cuando Darius tomó la muñeca de Reardon para que soltara la hipodérmica. Reardon pateó con el pie y alcanzó a Darius en la canilla. Con los dedos de su mano libre, lo alcanzó en los ojos. Darius movió la cabeza y un golpe cayó en la mejilla. Reardon saltó hacia adelante y hundió los dientes en la garganta de Darius. Este gritó. Se golpearon contra la pared. Darius tenía muy fuerte la mano que sostenía la aguja. Tomó el cabello de Reardon con la mano que tenía libre y trató de separarla. Betsy vio que Darius empalidecía del dolor. Reardon luchaba por no soltar la hipodérmica. Darius soltó el cabello de la mujer y la golpeó con el puño varias veces en la cabeza. Luego Reardon aflojó su mano, y Darius se separó. La carne alrededor de la garganta estaba desgarrada y cubierta de sangre. Darius tomó a Reardon del cabello, mantuvo la cabeza alejada de él y golpeó su frente contra la nariz de la mujer, desmayándola. Las piernas de esta cedieron. Luego Martin le tomó la muñeca y la jeringa cayó al suelo. Se movió detrás de ella y colocó un brazo alrededor del cuello.

– ¡No! -gritó Betsy-. No la mate. Ella es la única que sabe dónde está Kathy.

Darius se detuvo. Reardon estaba inconsciente. Él la sostenía colgando, de modo que sólo los dedos de sus pies tocaban el suelo. Esto hizo que ella boqueara por aire.

– Por favor, Martin -rogó Betsy.

– ¿Por qué debería ayudarla? -gritó Darius-. Usted me tendió una emboscada.

– Debía hacerlo. Ella habría matado a Kathy.

– Entonces la muerte de Kathy será un buen castigo.

– Por favor, Martin -rogó Betsy-. Ella es mi hijita.

– Debería haber pensado en eso cuando decidió joderme -dijo Darius, apretando el cuello de Reardon.

Betsy levantó el revólver y apuntó a Darius.

– Martin, lo mataré si no la deja. Se lo juro. Dispararé hasta que no tenga más balas.

Darius miró por encima del hombro de Reardon. Los ojos de Betsy estaban clavados en él. Calculó las posibilidades; luego suavizó su mano y Reardon se desplomó en el suelo. Darius se separó de ella. Betsy manoteó algo detrás de ella.

– Abriré la puerta. No disparo. Todo está bien.

Betsy abrió la puerta del tribunal. Darius se sentó a la mesa con las manos a la vista. Dos policías armados entraron primero. Ella le dio a uno el arma. El otro colocó las esposas a Reardon. Betsy se dejó caer en una silla. Varios policías entraron desde el pasillo. Pronto la sala del jurado se llenó de gente. Dos oficiales levantaron a Reardon del suelo y la sentaron en una silla, ante Betsy. Ella todavía luchaba por respirar. Alan Page se sentó junto a Betsy.

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