Phillip Margolin - Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran".
Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado.
Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto…
Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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Alan Page miró su reloj. Eran las diez treinta en Washington D. C.

– Con esto no vamos a ninguna parte. Quiero ir al funeral de Rick Tannenbaum y, créanme o no, tengo un trabajo que hacer que no tiene nada que ver con Martin Darius ni con el asesinato de Rick Tannenbaum. Háganme conocer de inmediato los acontecimientos.

– ¿Quieres que te deje un pastel? -le preguntó Barrow.

– Seguro. ¿Por qué no? Debería tener por lo menos una cosa buena en el día de hoy. Ahora salgan y déjenme trabajar.

Ross Barrow le dio a Alan una masita y siguió a Highsmith por el pasillo. Tan pronto como se cerró la puerta de la oficina, Page disco el número de la oficina del senador Colby y pidió hablar con Wayne Turner.

– Señor Page, ¿en qué puedo servirlo? -preguntó Turner. Page pudo notar la tensión en la voz del asistente administrativo.

– He estado pensando en la información del senador durante todo el fin de semana. Mi situación es desesperada. Inclusive puedo decirle que mi personal está comenzando a dudar de la culpabilidad del propio Darius. Sabemos que Darius asesinó a las tres mujeres de Hunter's Point, incluyendo a su esposa e hija, pero el juez está comenzando a verlo como una víctima inocente y a mí como a su abogado del diablo. Si Darius recupera su libertad, no tengo dudas de que volverá a matar. No veo ningún otro camino que pedirle al senador que testifique sobre el perdón.

Se produjo un silencio en la línea. Cuando Wayne Turner habló, lo hizo con tono de resignación.

– Esperaba su llamado. Yo haría lo mismo si estuviera en sus pantalones. Se debe detener a Darius. Pero creo que podría haber un modo de proteger al senador. Betsy Tannenbaum parece ser una persona responsable.

– Lo es, pero no puedo contar con que ella siga en el caso Darius. Alguien asesinó a su esposo y secuestró a su pequeña hija el viernes.

– ¡Dios mío! ¿Está ella bien?

– Trata de mantenerse entera. El funeral del marido es esta tarde.

– Eso podría complicar los hechos. Tenía esperanza de que pudiéramos convencerla de que le dijera al juez Norwood sobre el perdón en la cámara. De esa manera él podría utilizar información para denegar la fianza sin que llegara a tomar público conocimiento.

– No sé -dijo Page, con dudas-. Tendrá muchísimos problemas constitucionales si trata de prohibir a la prensa. Además, Darius debería dar su visto bueno. No puedo imaginarlo sin tratar de hundir al senador Colby junto con él.

– Haga el intento; ¿lo hará? El senador y yo hemos estado hablando de ello. Podríamos capear la tormenta, pero no deseamos hacerlo si no debemos.

2

Había nubes cargadas de tormenta que proyectaban tenebrosas sombras sobre las personas presentes al lado de la tumba, cuando comenzó el servicio. Luego comenzó a caer una lluvia fina. El padre de Rick abrió un paraguas sobre la cabeza de Betsy. Unas gotas heladas volaban debajo de él. Betsy no las sentía. Trató de prestar atención a los panegíricos, pero su mente continuaba vagando hacia Kathy. Estaba agradecida por el interés que todos habían demostrado por su hija, pero cada mención de la niña era como un cuchillo que se le clavaba en el corazón. Cuando el rabino cerró su libro de oraciones y los asistentes comenzaron a dispersarse, Betsy se quedó junto a la tumba.

– Dejemos que tenga un momento privado con él -oyó Betsy que su madre le decía a los padres de Rick. El padre de Rick colocó el paraguas en la mano de ella.

El cementerio se extendía por una baja y ondulante colina. Las lápidas que estaban cerca de la tumba de Rick se hallaban deterioradas por el tiempo, aunque bien cuidadas. Un nogal proporcionaría sombra en el verano. Betsy miró la lápida de Rick. Lo que había quedado del cuerpo de su marido fue cubierto por la tierra. Su espíritu ya había volado. El futuro que ellos podrían haber tenido juntos se había convertido para siempre en un misterio. El sentido de final la aterrorizó.

– Betsy.

Levantó la mirada. Samantha Reardon estaba de pie junto a ella. Tenía un impermeable negro y un sombrero de ala ancha que dejaba su rostro en la sombra. Betsy miró a su alrededor por ayuda. La mayoría de los asistentes caminaban deprisa hacia los automóviles para escapar de la lluvia. Su hermano caminaba junto al rabino. Rita hablaba con dos de sus amigas. La familia de Rick se había reunido en un grupo, dando la espalda a la tumba.

– Se suponía que hoy sería la audiencia.

– Es el funeral. No pude…

– No habrá retrasos, Betsy. Yo contaba con usted y me defraudó. Fui a la Corte y no estaba allí.

– Es el funeral de Rick.

– Su marido está muerto, Betsy. Su hija aún está viva.

Betsy vio que sería inútil tratar de razonar con Reardon. Su rostro carecía de toda compasión. Sus ojos estaban muertos.

– Puedo llamar al juez -dijo Betsy-. Lo haré.

– Será mejor que lo haga, Betsy. Me molesté tanto que se retrasara la audiencia que me olvidé de alimentar a Kathy.

– Oh, por favor -suplicó Betsy.

– Usted me hizo enfadar, Betsy. Cuando usted lo haga, yo castigaré a Kathy. Una comida por día es todo lo que ella tendrá hasta que haya dicho lo que dice ahora. Habrá sólo suficiente alimento y agua para que pueda seguir viva. La misma dieta que yo recibí en Hunter's Point. Kathy sufrirá pues usted me desobedeció. Cada lágrima que derrame será por culpa suya. Verificaré en la Corte. Será mejor que me entere que se ha fijado una fecha para la audiencia.

Reardon se alejó. Betsy la siguió unos pasos; luego se detuvo.

– Se olvidó de su paraguas -le dijo Alan Page.

Betsy se volvió y lo miró sin expresión en el rostro. El paraguas se le había caído de las manos mientras Reardon le hablaba. Page se lo sostenía.

– ¿Cómo lo está soportando? -le preguntó Page.

Betsy meneó la cabeza, sin confianza en sí misma para hablar.

– Se sobrepondrá a esto, Betsy. Usted es una persona fuerte.

– Gracias, Alan. Aprecio todo lo que ha hecho por mí.

Fue difícil manejar la pena en una casa llena de extraños. Los agentes del FBI y la policía trataban de no molestar, pero no había forma de estar sola sin esconderse en su dormitorio. Page había sido maravilloso. Había llegado con la primera invasión el sábado por la noche y se había quedado en la casa hasta el amanecer del otro día. El domingo, Page regresó con emparedados. El gesto simple y humanitario la hizo llorar.

– Por qué no se va a su casa. Lejos de esta lluvia -le sugirió Page.

Ambos se alejaron de la tumba. Page la cubrió con el paraguas mientras subían la colina hacia donde estaba Rita Cohén.

– Alan -dijo Betsy, deteniéndose de repente-, ¿podemos arreglar la audiencia de Darius para mañana?

Page se mostró sorprendido por el pedido.

– No conozco la agenda del juez Norwood, pero ¿por qué desea ir a la Corte mañana?

Betsy trató de buscar una explicación racional para su pedido.

– No puedo soportar quedarme sentada en casa. No creo que el secuestrador llame, si no lo ha hecho hasta ahora. Si… si esto es un secuestro por rescate, debemos darle una oportunidad al secuestrador para que se comunique conmigo. Tal vez él haya adivinado que los teléfonos están intervenidos. Si yo estoy en la Corte, en medio de una multitud, él podría intentar acercarse a mí.

Page trató de pensar en una razón para disuadir a Betsy, pero lo que ella decía tenía sentido. No había habido intento de telefonear o de escribirle a Betsy a su casa ni a su oficina. Él comenzaba a aceptar la posibilidad de que Kathy estuviera muerta, pero no deseaba decírselo a Betsy. Acompañarla en sus decisiones le proporcionaría a Betsy alguna esperanza. Ahora mismo, eso era todo lo que él podía hacer.

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