Phillip Margolin - Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran".
Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado.
Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto…
Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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– Se ve como una pocilga de mierda -dijo Barrow.

– No hay nadie en casa, eso es seguro.

– ¿Qué me dices del coche?

Highsmith se encogió de hombros.

– Intentemos por la puerta del frente.

Del rostro de Highsmith chorreaba agua y casi no podía ver por las gafas. La puerta del frente no tenía llave. Barrow entró. Highsmith se quitó los lentes y secó los vidrios con el pañuelo. Barrow encendió la luz.

– ¡Jesús!

Highsmith se colocó los lentes. Había un televisor pequeño debajo de la ventana del frente. Ante él, un sofá de segunda mano. El tapizado estaba roto en varios lugares, dejando escapar el relleno. Sobre él se encontraba todo un conjunto de ropas masculinas. Highsmith vio una campera, ropa interior, un par de pantalones. Junto al televisor, empotrado en un rincón, había un viejo fichero de color gris. Todos los cajones estaban abiertos y los papeles habían sido arrojados por todas partes. De pronto Highsmith se distrajo del caos que había en la habitación. Olió el aire.

– ¿Qué es ese olor?

Barrow no contestó. Estaba concentrado en una pesada silla que estaba volcada de costado en el centro de la habitación. Cuando se aproximó, vio manchas de sangre sobre la silla y en el suelo. Tiras de cinta adhesiva que bien podrían haberse utilizado para asegurar las piernas de un hombre a los costados de la silla estaban allí. Sobre una mesa, a centímetros de ella había un cuchillo de cocina lleno de sangre.

– ¿Cómo está tu estómago? -preguntó Barrow-. Tenemos aquí un escenario de crimen y no deseo que tu desayuno caiga en el lugar.

– Ross, ya he estado antes en escenarios así. Estuve en la fosa, ¿recuerdas?

– Supongo que estuviste. Bueno, echa una ojeada a esto.

Había un recipiente plástico para sopa juntó al cuchillo. Highsmith miró y se puso verde. El recipiente contenía tres dedos cortados.

– John Doe -dijo suavemente Barrow.

Highsmith fue hasta la silla y pudo ver que el asiento estaba cubierto de sangre. Se sintió descompuesto. Además de los tres dedos, habían faltado los genitales de Doe y Randy no deseaba ser el que los encontrara.

– No estoy seguro de quién tiene aquí jurisdicción -dijo Barrow mientras iba hacia la silla-. Llama a la policía del Estado.

Highsmith asintió. Buscó el teléfono. No había ninguno en la habitación del frente. Había dos habitaciones más en el fondo de la casa. Una era un cuarto de baño. Abrió despacio, temeroso de lo que podría encontrar. En el dormitorio casi no había lugar para la cama de una plaza, el tocador y una mesa. El teléfono estaba sobre la mesa.

– Ey, Ross, mira esto.

Barrow entró en la habitación. Highsmith señaló un contestador que estaba conectado al teléfono. Una luz roja parpadeaba, indicando que la máquina tenía tres mensajes. Highsmith pasó por los mensajes antes de detenerse en uno de ellos.

– Señor Oberhurst, habla Betsy Tannenbaum. Esta es la lercera vez que lo llamo y le agradecería que me llamara a mi oficina. El número es 555-1763. Es urgente que se comunique conmigo. Tengo una autorización de Lisa Darius para permitirme hablar con usted de su caso. Por favor llámeme a cualquier hora. Tengo un servicio de llamadas que puede llegar a mi casa, si me llama fuera del horario de oficina o dentro de él.

La máquina emitió tres sonidos. Highsmith y Barrow se miraron.

– Lisa Darius contrata a Oberhurst, luego éste es torturado y su cuerpo termina en la fosa de una de las obras en construcción de Darius -dijo Barrow.

– ¿Por qué Lisa Darius lo contrató?

Barrow miró por la puerta hacia el fichero.

– Me pregunto si eso es lo que Darius buscaba, el archivo de su esposa.

– Espera, Ross. No sabemos si Darius hizo esto.

– Randy, piensa en si Darius descubrió lo que había en el archivo de su esposa y que era algo que lo comprometía. Quiero decir, si él hizo esto, torturó a Oberhurst, le cortó los dedos y el pene, fue porque ese archivo tenía algo que era dinamita. Tal vez algo que podía probar que Darius es el asesino de la rosa.

– Lo que estás consiguiendo… Oh, mierda. Lisa Darius. Él no pudo llegar antes, ya que ha estado en la cárcel desde que descubrieron los cuerpos.

Barrow tomó el teléfono y comenzó a discar.

4

La Corte Suprema de Oregón tiene asiento en Salem, la capital del Estado, a ochenta kilómetros del sur de Portland. La hora de viaje era lo único que a Victor Ryder le disgustaba de la Corte Suprema de Justicia. Después de todos los años de siete días de trabajo y dieciséis horas por día que había pasado en la práctica privada, el ritmo más lento de trabajo de aquella Corte representaba un alivio.

El juez Ryder era un viudo que vivía solo detrás de un alto muro cubierto de plantas, en una casa estilo Tudor, de tres pisos, situada en las alturas de Portland, en West Hills. La vista de Portland y del Monte Hood que se podía ver desde el patio de ladrillos, en la parte trasera de la casa, resultaba espectacular.

Ryder abrió la puerta del frente y llamó a Lisa. Hacía calor en la casa. Y también las luces estaban encendidas. Oyó voces que provenían de la sala de estar. Volvió a llamar a Lisa, pero ella no contestó. Las voces que el oía provenían de la televisión, pero no había nadie mirando. Ryder apagó el aparato.

Al pie de las escaleras, Ryder volvió a llamar. Aún no había respuesta. Si Lisa había salido, ¿por qué estaba encendido el televisor? Por el pasillo, se dirigió hacia la cocina. Lisa sabía que su padre siempre tomaba un refrigerio cuando llegaba a su casa, de modo que ella le dejaba notas en el refrigerador. La puerta de este estaba cubierta de recetas y caricaturas, fijadas a la superficie por medio de imanes, pero no había notas. Había dos tazas de café sobre la mesa y los restos de un trozo de pastel en un plato.

– Debe de haber salido con una amiga -se dijo Ryder para sí, pero aún estaba molesto por lo del televisor. Cortó un trozo de pastel y le dio un mordisco, luego fue a la habitación de Lisa. No había nada fuera de su lugar, nada que levantara sospechas. Sin embargo, el juez Ryder se sintió intranquilo. Estaba por ir a su habitación cuando oyó el timbre de la puerta. Dos hombres estaban protegiéndose debajo de un paraguas.

– ¿Juez Ryder? Soy Randy Highsmith de la oficina del fiscal de distrito del condado de Multnomah. Éste es el detective Barrow, de la policía de Portland. ¿Se encuentra su hija en casa?

– ¿Se refiere esto a Martin?

– Sí, señor.

– Lisa ha estado conmigo, pero ahora no está.

– ¿Cuándo fue la última vez que la vio?

– Esta mañana, en el desayuno. ¿Por qué?

– Tenemos algunas preguntas que nos gustaría que nos respondiera. ¿No sabe dónde la podemos encontrar?

– Me temo que no. No me dejó una nota y yo apenas llego.

– ¿Podría estar en la casa de una amiga? -preguntó por casualidad Highsmith, para que Ryder no notara su interés.

– Realmente no lo sé.

Ryder recordó el televisor y frunció el entrecejo.

– ¿Sucede algo, señor?-le preguntó Barrow, manteniendo un tono neutral.

– No. No realmente. Es sólo que había dos tazas de café en la mesa de la cocina, de modo que pensé que ella habría recibido a una amiga. También estuvieron comiendo pastel. Pero el televisor estaba encendido.

– No comprendo -dijo Barrow.

– Estaba encendido cuando llegué a casa. No puedo imaginarme por qué lo habrá dejado encendido si se fue a conversar con una amiga a la cocina o si salió de la casa.

– ¿Es normal en ella irse sin dejar una nota? -preguntó Barrow.

– No ha estado en casa por mucho tiempo y no ha salido de noche desde que Martin salió libre. Pero ella sabe que me preocupo.

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