– Es difícil de decir. Encontré lastimaduras y desgarros alrededor de los genitales y del recto. El desgarro indicaría la invasión allí de algún elemento extraño.
– ¿Hizo análisis de semen?
– No encontré rastros de líquido seminal.
– ¿De modo que usted no puede decir de manera concluyeme que las mujeres fueron violadas?
– Sólo puedo decir que hubo penetración y heridas serias por violencia. No hubo evidencia de eyaculación masculina.
– ¿Llegó a la conclusión de si las mujeres fueron asesinadas en la obra en construcción?
– Creo que las mataron en cualquier otro lugar.
– ¿Por qué?
– Habría habido gran cantidad de sangre en el escenario del crimen, debido a las serias heridas. También a dos de las mujeres les faltaban órganos del abdomen.
– ¿Haría desaparecer la lluvia los rastros de sangre?
– No. Fueron enterradas. La lluvia habría borrado los rastros de la superficie, pero deberíamos haber encontrado mayor cantidad debajo de los cuerpos, en sus tumbas.
– ¿De modo que usted cree que las víctimas fueron asesinadas en cualquier otro lugar y transportadas luego allí?
– Sí.
– Si hubieran sido transportadas en el baúl del BMW, ¿se podrían borrar los rastros de sangre que podrían haber quedado allí?
– Objeción -dijo Page-. La doctora Gregg no está calificada para contestar esa pregunta. Es médica, no química forense.
– La dejaré contestar, si ella puede hacerlo -ordenó el juez.
– Me temo que eso está fuera de mi área de conocimiento -contestó la doctora.
– ¿El hombre no fue destripado?
– No.
– No más preguntas.
Alan Page se puso de pie. Se mostró un tanto inseguro.
– Su Señoría, me llamaré a mí mismo como testigo. El señor Highsmith me interrogará.
– Objeción, Su Señoría. No es ético por parte de un fiscal presentarse como testigo en una causa que él está presentando.
– Eso podría ser válido en un juicio ante jurado, Su Señoría -respondió Page-, pero la Corte no tendrá problemas en decidir sobre mi credibilidad como testigo, si de eso se duda, simplemente porque yo también defiendo la posición del Estado.
Norwood se mostró preocupado.
– Esto no es común. ¿Por qué debe usted ser testigo?
– ¿Qué es lo que intenta hacer? -le preguntó susurrando Darius al oído de Betsy.
Betsy movió la cabeza. Ella estudiaba a Page. Éste no se encontraba cómodo y estaba sombrío. Algo preocupaba al fiscal de distrito.
– Su Señoría, estoy en posesión de evidencia que debe usted conocer, si debe tomar una decisión razonada sobre la fianza. A menos que yo testifique, no tendrá usted la evidencia más importante que tenemos para decir que Martin Darius es el hombre que mató a Laura Farrar, Wendy Reiser y Victoria Miller.
– Estoy confundido, señor Page -dijo Norwood, tentativo-. ¿Cómo puede usted tener esta evidencia? ¿Fue usted testigo ocular? -Norwood negó con la cabeza-. No lo comprendo.
Page se aclaró la voz.
– Su Señoría, hay una testigo. Su nombre es Nancy Gordon. -Darius respiró profundo y se inclinó hacia adelante-. Hace diez años, una serie idéntica de asesinatos ocurrieron en Hunter's Point, Nueva York. El día antes de que encontráramos los cuerpos, la detective Gordon me contó de esos asesinatos y de por qué ella creía que Martin Darius los había cometido.
– Entonces llamemos a la detective Gordon -dijo Norwood.
– No puedo. Ha desaparecido y tal vez esté muerta. Se registró en un hotel después de abandonar mi casa. La llamé por telefono varias veces comenzando alrededor de las ocho, ocho y treinta, de la mañana siguiente. Creo que algo le sucedió poco después de que se registrara en el hotel. Se ve que estaba desempacando cuando algo la interrumpió. Todas sus pertenencias estaban en la habitación, pero ella no ha regresado a buscarlas. Tengo un equipo de detectives buscándola, pero hasta ahora no ha habido resultados.
– Su Señoría -dijo Betsy-, si el señor Page va a testificar sobre las declaraciones de esta mujer, para probar que mi cliente asesinó a algunas mujeres hace diez años, será por puros trascendidos. Sé que la Corte le da al señor Page libertad de acción, pero el señor Darius tiene derechos que le confiere la Constitución estatal y federal, a fin de confrontar testigos en su contra.
Norwood asintió.
– Eso es cierto, señora Tannenbaum. Le diré, señor Page, que esto me molesta. ¿No hay otro testigo de Hunter's Point al que pueda llamar para testificar por estos crímenes?
– No en tan poco tiempo. Conozco los nombres de los otros detectives que trabajaron en el caso, pero ellos ya no trabajan más para la policía de Hunter's Point y no los he buscado.
Norwood se recostó sobre el respaldo del asiento y casi desapareció de la vista. Betsy moría por saber lo que la detective desaparecida le había contado a Page, pero debía evitar el testimonio si esta era la munición que Page necesitaba para mantener en la cárcel a Martin Darius.
– Son las once y quince, señores -dijo Norwood-. Se suspende la audiencia hasta la una y treinta. Oiré entonces los argumentos legales.
Norwood se puso de pie y salió de la sala. Harvey Cobb golpeó el martillo y todos se pusieron de pie.
– Ahora sé por qué Page cree que yo maté a esas mujeres -le susurró Darius a Betsy-. ¿Cuándo podemos hablar?
– Iré ahora a la cárcel.
Betsy se volvió hacia uno de los guardias.
– ¿Puede poner al señor Darius en una sala de entrevistas? Deseo hablar con él.
– Seguro, señora Tannenbaum. Vamos a esperar que se retire la gente de la sala para llevarlo. Si lo desea, puede venir con nosotros en el ascensor de la cárcel.
– Gracias, así lo haré.
El guardia le colocó las esposas a Darius. Betsy miró hacia la parte trasera de la sala. Lisa Darius estaba cerca de la puerta, hablando con Nora Sloane. Lisa miró a Betsy. Ésta le sonrió. Lisa no le sonrió, sino que hizo un gesto hacia ella. Betsy levantó la mano para hacerle saber que iría para allí. Lisa le dijo algo a Sloane. Ésta sonrió y le palmeó el hombro; luego abandonó la sala.
– Iré a hablar con Lisa por un momento -le dijo Betsy a Darius.
– Lisa estaba esperando en la puerta, mirando nerviosa por el vidrio a los periodistas que esperaban.
– Esa mujer me dijo que trabaja con usted en un artículo para el Pacific West -dijo Lisa.
– Es cierto. Vendrá con nosotros mientras yo llevo a cabo el juicio de Martin, para ver cómo trabajo.
– Me dijo que le gustaría hablar conmigo. ¿Qué debo hacer?
– Nora parece ser una persona responsable, pero usted toma la decisión. ¿Cómo lo está soportando?
– Esto es terrible. Los reporteros no me dejan en paz. Cuando me mudé a la casa de mi padre, me vi obligada a hacerlo por los bosques, para que no se enteraran del lugar adonde me dirigía.
– Lo siento, Lisa. Esto no será nada fácil para usted.
Lisa dudó y luego le preguntó:
– ¿Dejará el juez libre a Martin bajo fianza?
– Hay una buena posibilidad de que lo haga. Hasta aquí la evidencia presentada por el Estado ha sido muy débil.
Lisa se mostró preocupada.
– ¿Hay algo que la preocupa?
– No -contestó demasiado rápidamente.
– Si sabe algo de este caso, por favor dígamelo. No deseo tener ninguna sorpresa.
– Son los reporteros los que en realidad me inquietan -dijo Lisa, pero Betsy sabía que estaba mintiendo.
– Estamos prontos -le dijo el guardia a Betsy.
– Debo hablar con Martin. Él desea que lo visite.
Lisa asintió, pero sus pensamientos parecían estar muy lejanos.
– ¿Quién es Nancy Gordon? -le preguntó Betsy a Darius. Estaban sentados uno junto al otro en el estrecho lugar de la sala de visitas de la prisión del tribunal.
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