– Ellos encendieron fuego a tres de mis condominios.
– ¿Usted no ve la diferencia entre encender fuego a un objeto inanirnado y torturar a tres mujeres hasta su muerte? En esto estamos buscando a un monstruo, señor Darius. ¿A quién conoce usted que no tenga conciencia, ni compasión, que crea que la gente no vale más que un bicho y odia su persona?
Betsy no esperaba que Darius tolerara la insolencia de Steward, pero él la sorprendió. En lugar de enfadarse, se recostó en su silla, con el entrecejo mostrando preocupación como si tratara de pensar en una respuesta a la pregunta de Steward.
– ¿Lo que yo diga aquí queda entre nosotros, correcto?
– Reggie es nuestro agente. El privilegio del cliente con su abogado se aplica a todo lo que le diga a él.
– Muy bien. Me viene un nombre a la mente. Hay un proyecto del sur de Oregón para el que no pude conseguir financiación. Los bancos no creyeron en mi juicio. De modo que acudí a Manuel Ochoa. Él es un hombre que no hace mucho pero que posee mucho dinero. Jamás pregunté de dónde provenía el dinero, pero oí rumores.
– ¿Estamos hablando de los colombianos, señor Darius? ¿Cocaína, heroína? -le preguntó Reggie.
– No sé y no quise saberlo. Yo pedí dinero, ellos me dieron dinero. Hubo algunos términos a los que accedí a cumplir y estaré en problemas si estoy en la cárcel. Si Construcciones Darius va a la quiebra, Ochoa se hará de mucho dinero.
– Y los narcos matarían a una mujer o a dos sin pensarlo dos veces -agregó Steward.
– ¿Sabe Ochoa lo de Hunter's Point? -le preguntó de pronto Betsy-. No sólo buscamos a un psicópata. Buscamos un psicópata con íntimo conocimiento de su pasado secreto.
– Buen punto -dijo Steward-. ¿Quién sabía lo de Hunter's Point además de usted?
Darius de pronto se sintió mal. Volvió a colocar los codos sobre la mesa y dejó que su cabeza cayera pesada sobre las palmas de las manos.
– Ésa es la pregunta que yo mismo me he estado haciendo, Tannenbaum, desde el preciso instante en que fui inculpado. Pero es una pregunta que no puedo contestarme. Yo jamás le dije a nadie en Portland acerca de Hunter's Point. Jamás. Pero la persona que me está colocando en esta emboscada lo sabe y yo simplemente no sé cómo eso es posible.
– Café solo -le dijo Bctsy a su secretaria cuando entró volando por la puerta del frente-, y tráeme pavo, tocino y queso del bar Heathman.
Betsy arrojó su portafolio y dio una rápida mirada a su correspondencia y los mensajes que Ann le había apilado en el centro del escritorio. Betsy desechó la correspondencia que no servía en el cesto, colocó las cartas importantes en una caja y decidió que ninguno de los llamados debían ser contestados de inmediato.
– El emparedado estará pronto en quince minutos -dijo Ann mientras colocaba la taza de café sobre el escritorio de Betsy.
– Maravilloso.
– ¿Cómo fue la audiencia?
– Un zoológico. El tribunal estaba atestado de reporteros. Fue peor que "Hammermill".
Ann se marchó. Betsy tomó su café, luego llamó al doctor Raymond Keene, ex médico forense que ahora trabajaba en la esfera privada. Cuando un abogado defensor necesitaba a alguien que revisara los resultados de los forenses, ellos acudían al doctor Keene.
– ¿Qué tienes para mí, Betsy?
– Hola, Ray. Tengo el caso Darius.
– No bromees.
– No bromeo. Tres mujeres y un hombre. Todos torurados brutalmente. Deseo saber todo acerca de cómo murieron y qué se les hizo antes de morir.
– ¿Quién hizo las autopsias?
– Susan Gregg.
– Es competente. ¿Existe alguna razón especial por la que desees verificar los resultados?
– No es tanto por sus resultados. El fiscal de distrito cree que Darius hizo esto anteriormente, hace diez años en Hunter's Point, Nueva York. Seis mujeres fueron asesinadas allí, es todo lo que puedo decir. Page no cree que el sospechoso de entonces fuera el asesino. Cuando obtenga los informes de las autopsias de Hunter's Point, deseo que las compares con estos casos, para ver si existe un informe médico similar.
– Se oye interesante. ¿Lo liberó ya Page?
– Se lo pregunté después de la audiencia.
– Llamaré a Sue y veré si puedo ir a la morgue esta tarde.
– Cuanto antes, mejor.
– ¿Deseas que realice otra autopsia o simplemente que revise el informe?
– Haz todo lo que creas necesario. En este punto, no tengo idea alguna de lo que puede ser importante.
– ¿Qué pruebas de laboratorio ha efectuado Sue?
– No lo sé.
– Probablemente no tantas como debería. Lo verificaré. Las presiones de presupuesto no hacen que se haga mucho trabajo de laboratorio.
– Nosotros no nos preocupamos por el presupuesto. Darius pagará lo máximo.
– Eso es lo que me gusta oír. Te llamaré tan pronto como cuando tenga algo para decirte. Dales un infierno.
– Lo haré, Ray.
Betsy colgó el teléfono.
– ¿Está lista para la comida? -Nora Sloane le preguntó dudosa desde la puerta de la oficina. Betsy levantó la mirada, asombrada.
– Su recepcionista no estaba. Esperé unos minutos.
– Oh, lo siento, Nora. Teníamos una fecha para comer, ¿no es así?
– Para el mediodía.
– Lo siento. Me olvidé de ello. Es que tengo un nuevo caso que me toma todo el tiempo.
– Martin Darius. Lo sé. Es el titular del Oregonian.
– Me temo que hoy no sea un buen día para la comida. Estoy realmente empantanada. ¿Podemos dejarlo para otro día?
– No hay problema. En realidad, estaba segura de que desearía cancelarlo. Iba a llamarla, pero… Betsy -le dijo Sloane excitada-, ¿podría seguirla en este caso, sentarme en sus conferencias, hablar con el investigador? Es una oportunidad fantástica para ver cómo trabaja en un caso de alto perfil.
– No lo sé…
– No diría nada, por supuesto. Sería confidencial. Sólo deseo ser una mosca en la pared.
Sloane se veía tan emocionada, que Betsy no deseaba desilusionaría, pero un trascendido de la estrategia de la defensa podría ser devastador. La puerta del frente se abrió y Ann apareció llevando una bolsa de papel marrón. Sloane miró por encima del hombro.
– Lo siento -dijo Ann, retrocediendo. Betsy le hizo una señal para que se detuviera.
– Hablaré con Darius -le dijo Betsy-. Él deberá darme el conforme. Luego lo pensaremos. No hago nada que ponga en peligro el caso de un cliente.
– Comprendo perfectamente -dijo Sloane-. La llamaré en unos días, para ver qué decide.
– Perdón por lo de la comida.
– Oh, no. Está bien. Y gracias.
Había una camioneta con un logotipo de la CBS y otro de ABC en la entrada de automóviles de Betsy, cuando ella estacionó.
– ¿Quiénes son ellos, mami? -preguntó Kathy, cuando dos rubias hermosamente vestidas, de rasgos perfectos, se acercaron al coche. Las mujeres tenían micrófonos y las seguían hombres musculosos que portaban cámaras de televisión portátiles.
– Monica Blake, CBS, señora Tannenbaum -dijo la mujer más baja, cuando Betsy abrió la puerta. Blake retrocedió torpemente y la otra mujer tomó ventaja de eso.
– ¿Cómo explica que una mujer que es conocida por sus fuertes convicciones feministas defienda a un hombre que es acusado de secuestro, violación, tortura y asesinato de tres mujeres?
Betsy se sonrojó. Se volvió abruptamente y miró con odio a la reportera de ABC, ignorando el micrófono que le había puesto en la cara.
– Primero, no tengo por qué explicar nada. El Estado lo hace. Segundo, soy abogada. Una de las cosas que hago es defender a la gente, sea hombre o mujer, que ha sido acusada de algún delito. A veces algunas de estas personas son acusadas injustamente, ya que el Estado comete errores. Martin Darius es inocente y yo estoy orgullosa de representarlo contra estas acusaciones falsas.
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