– Está bien -dijo Darius-, sé cómo se siente. Sólo vio las fotografías. Yo vi los cuerpos de mi esposa y mi hija. Y todavía los veo, Betsy.
Betsy se sintió mal. Respiró profundo. No podía permanecer en aquella habitación tan angosta por más tiempo. Necesitaba aire. Y necesitaba descubrir más acerca de Peter Lake y de lo que había sucedido en Hunter's Point.
– ¿Se siente usted bien? -preguntó Darius.
– No, no lo estoy. Estoy muy confundida.
– Sé que lo está. Page le tendió una pesada trampa. Dicen que comparecería ante el tribunal mañana. Duerma bien esta noche y dígame lo que ha decidido hacer, entonces.
Betsy asintió.
– Sin embargo, dos cosas -dijo Darius, mientras miraba directamente a Betsy.
– ¿De qué se trata?
– Si usted decide tenerme como cliente, debe pelear por mí como el demonio.
– ¿Y lo otro?
– De ahora en más, deseo que todas las visitas sean con contacto. No más jaulas de vidrio. No quiero que mi abogado me trate como a un animal de zoológico.
Tan pronto como Rita Cohén abrió la puerta lo suficiente, Kathy se escurrió por la abertura y corrió hacia la cocina.
– ¿No compraste de nuevo ese cereal con gusto a goma de mascar, no, mamá? -preguntó Betsy.
– Es una pequeña, Betsy. ¿Quién puede soportar todo el tiempo la sana comida con que la alimentas? Déjala vivir.
– Eso es lo que trato de hacer. Si fuera por ti, ella estaría con una dieta basada en colesterol.
– Cuando yo era pequeña no sabíamos del colesterol. Comíamos lo que nos hacía felices, no lo mismo que los caballos. Y mírame. Setenta y cuatro años y todavía muy fuerte.
Betsy abrazó a su madre y le dio un beso en la frente. Rita era más baja que su hija, de modo que Betsy debió inclinarse para hacerlo. El papá de Betsy nunca fue alto. Nadie podía imaginar de dónde Betsy había heredado esa altura.
– ¿Cómo es que no hay colegio? -preguntó Rita.
– Es otro día de perfeccionamiento docente. Me olvidé de leer el aviso que enviaron a casa y no lo supe hasta ayer por la noche, cuando Kathy me lo mencionó.
– ¿Tienes tiempo para tomar una taza de café? -preguntó Rita.
Betsy miró su reloj. Eran tan sólo las siete y veinte. No la dejarían entrar en la cárcel para ver a Darius hasia las ocho.
– Seguro -dijo, dejando la mochila con las cosas de Kathy sobre la silla y siguiendo a su madre hasta la sala. La televisión estaba encendida, en el noticiario de la mañana.
– No la dejes mirar mucha televisión -dijo Betsy, que se sentó en el sofá-. Le traje algunos de sus libros y juegos.
– Un poco de televisión no la va a matar más que ese cereal.
Betsy rió.
– Un día contigo me deshace todos los buenos hábitos que yo le inculco durante un año. Eres una amenaza absoluta.
– Tonterías -contestó Rita gruñona, sirviendo dos tazas de café que había preparado mientras esperaba a Betsy-. ¿Y qué es lo que harás esta mañana que es tan importante para tener que abandonar a ese ángel con un ogro como yo?
– ¿Has oído hablar de Martin Darius?
– Por cierto que sí.
– Yo lo represento.
– ¿Qué fue lo que hizo?
– El fiscal de distrito cree que Darius violó y mató a tres mujeres que encontraron en una de sus obras en construcción. También cree que Darius torturó y asesinó a seis mujeres en Hunter's Point, Nueva York, hace diez años.
– ¡Oh, mi Dios! ¿Es culpable?
– No lo sé. Darius jura que es inocente.
– ¿Y tú le crees?
Betsy negó con la cabeza.
– Es demasiado pronto para decirlo.
– Es un hombre rico, Betsy. La policía no arrestaría a alguien tan importante sin tener pruebas.
– Si yo tomara la palabra del Estado por todo, Andrea Hammermill y Grace Peterson estarían hoy en la cárcel.
Rita se mostró preocupada.
– ¿Deberías representar a un hombre que viola y tortura mujeres después de todo el trabajo que has realizado por los derechos de la mujer?
– No sabemos que haya torturado a nadie, mamá, y esta etiqueta de feminista fue algo que la prensa me puso. Deseo trabajar por los derechos de la mujer, pero yo no soy sólo una abogada de mujeres. Este caso me ayudaría a verme más que en una sola dimensión. Podría hacer mi carrera. Y, más importante, tal vez Darius sea inocente. El fiscal de distrito se niega a decirme porqué Darius es culpable. Eso me hace tener sospechas. Si él tuviera los cargos que pesan sobre Darius, sería lo suficientemente confidente como para decirme lo que tiene.
– Simplemente no deseo que te lastimen.
– No lo harán, mamá, haré un buen trabajo. Aprendí algo cuando gané el caso de Grace. Tengo talento. Soy muy buena abogada en los juicios. Tengo habilidad para hablar a los jurados. Soy extremadamente buena en los interrogatorios. Si gano este caso, la gente de todo el país sabrá lo buena que soy y esa es la razón por la que tengo tantos deseos de tenerlo. Pero voy a necesitar de tu ayuda.
– ¿Qué quieres decir?
– El caso durará por lo menos un año. El juicio puede durar meses. Con el Estado pidiendo la pena capital, voy a tener que luchar cada paso que demos y el caso es extremadamente complejo. Me consumirá todo mi tiempo. Estamos hablando de hechos que sucedieron hace diez años. Debo encontrar todo lo que hay que saber de Hunter's Point, de los antecedentes de Darius. Eso significa que estaré trabajando muchas horas y fines de semana, y necesitaré de tu ayuda con Kathy. Alguien debe pasar a retirarla del colegio, si yo estoy atada en la Corte, prepararle la cena…
– ¿Y qué hay de Rick?
– No se lo puedo pedir. Tú sabes por qué.
– No. No sé por qué. Él es el padre de Kathy. Es también tu marido. Él debería ser tu mayor aliado.
– Bueno, no lo es. Jamás aceptó el hecho de que fuera una verdadera abogada con una práctica con éxito de la profesión.
– ¿Qué pensó él que harías cuando abriste tu estudio?
– Creo que pensó que sería algún entretenimiento como coleccionar estampillas, algo para mantenerme ocupada cuando no estuviera cocinando o limpiando.
– Bueno, él es el hombre de la casa. A los hombres les gusta pensar que están a cargo de lodo. Y aquí estás tú, en los titulares de los diarios y hablando por televisión.
– Mira, mamá, no deseo hablar de Rick. ¿Te importa? Simplemente me molesta.
– Muy bien, no hablaré de él y, por supuesto, te ayudaré.
– No sé cómo podría hacerlo sin ti, mamá.
Rita se sonrojó y le hizo a Betsy un gesto con la mano.
– Para eso están las madres.
– Abuelita -gritó Kathy desde la cocina-, no puedo encontrar el jarabe de chocolate.
– ¿Por qué desearía jarabe de chocolate a las siete y media de la mañana? -preguntó Betsy amenazadora.
– No es tu problema -le contestó Rita impetuosamente-. Ya voy, mi vida. Está muy alto para ti. No puedes alcanzarlo.
– Debo llamar -dijo Betsy, con un movimiento resignado de cabeza-. Y por favor, que no vea mucha televisión.
– Esta mañana sólo leeremos Shakespeare y estudiaremos álgebra -le contestó Rita, mientras desaparecía en la cocina.
Reggie Steward estaba esperando a Betsy en un banco próximo al escritorio de visitas de la cárcel. Steward había hecho varios trabajos desagradables antes de llegar a descubrir que tenía talento para la investigación. Era un hombre muy alto y delgado, de hirsuto cabello marrón claro y brillantes ojos azules, que se sentía más cómodo con camisas de franela, botas de vaquero y pantalones de denín. Steward tenía una extraña forma de mirar los hechos y un aire sarcástico que molestaba a alguna gente. Betsy apreciaba la forma en que utilizaba su imaginación y su habilidad para hacer que la gente confiara en él. Estos atributos resultaron ser invalorables en los casos de Hammermill y Peterson, donde las mejores pruebas de abuso provinieron de los parientes de la víctima y habrían permanecido enterradas debajo de capas de odio y orgullo familiar si no hubiera sido por la persuasión e insistencia de Reggie.
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