Phillip Margolin - Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran".
Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado.
Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto…
Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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– Me temo que no puede entrar, señora.

– Soy la abogada del señor Darius -dijo Betsy, mostrándole al policía una de sus tarjetas de identificación. El oficial la examinó por un segundo y se la devolvió.

– Tengo orden de no dejar pasar a nadie.

– Le puedo asegurar de que eso no incluye al letrado del señor Darius.

– Señora, se está llevando a cabo un allanamiento. Usted podría interrumpir.

– Estoy aquí por el allanamiento. Una orden de allanamiento no le da derecho a la policía a prohibirle a la gente el acceso al lugar en que se llevará a cabo. Usted tiene un radio en el automóvil. ¿Por qué no llama al detective a cargo y le pregunta si puedo pasar?

La sonrisa sobradora del oficial se transformó en la mirada de Clint Eastwood, pero fue hasta el coche y usó el radio. En menos de un minuto regresó y no se mostró feliz.

– El detective Barrow dice que puede pasar.

– Gracias-contestó amablemente Betsy. Mientras avanzaba pudo observar la mirada de odio del oficial reflejada en el espejo retrovisor.

Después de ver la anticuada pared de ladrillos y el trabajo de la reja del portón de entrada, Betsy pensó que Darius viviría en una tranquila mansión colonial, pero se encontró frente a una colección de vidrio y acero, combinados con ángulos agudos y delicadas curvas que no tenían nada que ver con el siglo XIX. Estacionó junto al patrullero, cerca del extremo del camino de entrada. Un puente cubierto por un toldo azul conectaba el camino con la puerta del frente. Betsy miró a través del techo de vidrio mientras caminaba por el puente y vio a varios oficiales de policía al borde de una piscina interior.

Un policía la estaba esperando en la puerta. La guió por una corta escalinata, para entrar en una cavernosa sala. Darius estaba de pie debajo de una gigante pintura abstracta de rojos vividos y verdes brillantes. Junto a él, una mujer delgada vestida de negro. El cabello brillante le caía en cascada sobre los hombros y el bronceado de su piel hablaba de unas recientes vacaciones en los trópicos. Era sobrecogedoramente hermosa.

El hombre que estaba junto a Darius no lo era. Tenía el vientre hinchado por la cerveza y un rostro más de cantina que de un condominio en las Bahamas. Tenía puesto un traje sin planchar y una camisa blanca. Su corbata estaba desanudada y el impermeable estaba doblado sin cuidado sobre el respaldo de un sofá tapizado de blanco.

Antes de que Betsy pudiera decir algo, Darius le dio un papel.

– ¿Es ésta una orden válida? No permitiré una invasión a mi privacidad hasta que usted haya revisado esta maldita cosa.

– Soy Ross Barrow, señora Tannenbaum -dijo el hombre del traje marrón-. Esta orden fue firmada por el juez Reese. Cuanto más pronto le diga a su cliente que podemos proseguir con esto, más pronto nos iremos de aquí. Ya podría haber comenzado, pero la esperé para asegurarme de que el señor Darius tuviera representante durante el allanamiento.

Si Darius hubiera sido un traficante de drogas en lugar de un prominente miembro de la sociedad y hombre de negocios, Betsy sabría que la casa habría estado en pedazos, para cuando ella llegara. Alguien le había ordenado a Barrow que tuviera cuidado con este caso.

– La orden parece que está correcta, pero quisiera ver la declaración jurada -dijo Betsy, pidiendo el documento que la policía prepara para convencer al juez de que existe una causa probable para la emisión de una orden de allanamiento. La declaración jurada es la que contendría los hechos básicos que sustentaban la sospecha de que en algún lugar de la casa de Darius había evidencia de un delito.

– Perdón, pero la declaración jurada no estaba sellada.

– ¿Puede por lo menos decirme por qué hay que registrar la casa? Quiero decir, ¿cuáles son los cargos?

– No existe todavía ningún cargo.

– No juguemos, detective. Usted no provoca a alguien como Martin Darius sin una razón.

– Señora Tannenbaum, usted deberá preguntarle al fiscal de distrito, Alan Page, sobre el caso. Me dijeron que todas las preguntas se las hicieran a él.

– ¿Dónde lo puedo encontrar?

– Me temo que no lo sé. Probablemente esté en su casa, pero no estoy autorizado a darle el número.

– ¿Qué clase de mierda es esto? -preguntó enfadado Darius.

– Cálmese, señor Darius -dijo Betsy-. La orden es legal y él puede hacer el allanamiento. Ahora no hay nada que podamos hacer. Si resulta que la declaración jurada no está bien, podremos suprimir cualquier evidencia que ellos encuentren.

– ¿Evidencia de qué? -exigió Darius-. Se rehusan decirme lo que están buscando.

– Martin-dijo la mujer vestida de negro, colocando una mano sobre su antebrazo-, déjalos buscar. Por favor. Quiero que se vayan de aquí y no se irán hasta que hayan llevado a cabo su cometido.

Darius retiró su brazo.

– Revisen la maldita casa -le dijo enfadado a Barrow-, pero será mejor que se consiga un buen abogado, ya que le demandaré su culo por todo esto.

El detective Barrow se alejó, con los insultos que rebotaban sin efecto a sus anchas espaldas. Justo cuando estaba por llegar a los escalones que salían de la sala, un hombre canoso con un rompevientos entró en la casa.

– La banda de rodamiento del BMW concuerda y hay un Ferrari negro en el garaje -le oyó decir Betsy. Barrow se movió hacia los dos oficiales uniformados que estaban parados en la entrada. Ellos lo siguieron hasta donde se encontraba Darius.

– Señor Darius, está bajo arresto por los asesinatos de Wendy Reiser, Laura Farrar y Victoria Miller.

El color desapareció del rostro de Darius y la mujer se llevó una mano a la cara como si fuera a vomitar.

– Tiene el derecho a permanecer callado… -dijo Barrow, leyendo desde una tarjeta que tenía en la billetera.

– ¿Qué carajo es todo esto? -explotó Darius.

– ¿De qué está hablando este hombre? -le preguntó la mujer a Betsy.

– Debo informarlo de estos derechos, señor Darius.

– Creo que tenemos derecho a una explicación, detective Barrow -dijo Betsy.

– No, señora, no lo tienen -respondió Barrow. Luego terminó de leerle los derechos.

– Ahora, señor Darius -prosiguió Barrow-, deberé colocarle las esposas. Esto es lo que procede hacer. Lo hacemos con todas las personas que están bajo arresto.

– Usted no va a esposar a nadie -dijo Darius, retrocediendo.

– Señor Darius, no se resista -dijo Betsy-. No puede hacerlo, aun si el arresto no es legal. Vaya con él. No diga nada.

– Detective Barrow, deseo acompañar al señor Darius al Departamento de Policía.

– Eso no será posible. Supongo que usted no desea que lo interroguemos, de modo que lo registraremos tan pronto como lleguemos al centro. Yo no iría a la prisión hasta mañana por la mañana. No puedo garantizarle cuándo finalizaremos con el proceso de registro.

– ¿Cuál es la fianza? -preguntó Darius.

– Ninguna por asesinato, señor Darius -contestó a Darius con calma-. La señora Tannenbaum puede solicitar el pago de fianza en la audiencia.

– ¿Qué dice? -preguntó la mujer sin creer lo que oía.

– ¿Puedo hablar con el señor Darius un momento, en privado? -pidió Betsy.

Barrow asintió.

– Pueden ir allí -le dijo, señalando un rincón de la sala, lejos de las ventanas. Betsy condujo a Darius hasta el lugar. La mujer trató de seguirlos, pero Barrow le dijo que no podía hacerlo.

– ¿Qué es esto de que no hay fianza? Yo no me voy a sentar en ninguna cárcel con un grupo de narcos y de proxenetas.

– No existe fianza automática para asesinatos o alta traición, señor Darius. Está en la Constitución. Pero hay una forma en que el juez fije una fianza. Pediré la audiencia para la fianza lo más pronto posible y lo veré a primera hora de la mañana.

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