– Voy a bajar -dijo Page, mientras se acercaba al borde. Bordeó la pared de la fosa por el costado, apoyándose en la pendiente y asegurándose a los lados con sus zapatos. A mitad de camino, se resbaló sobre una rodilla y se deslizó por la embarrada cuesta, deteniendo su descenso al poder asirse de una raíz de árbol que sobresalía. La raíz había sido cortada por la pala de la topadora. El extremo se soltó del barro, pero Page pudo detenerse lo suficiente como para asentarse en el flojo terreno y detener su deslizamiento.
– ¿Estás bien? -llamó Highsmith en el viento.
– Sí. Randy, ven aquí. Alguien ha estado cavando hace poco.
Highsmith echó una maldición, luego comenzó a bajar la pendiente. Cuando llegó al fondo, Page chapoteaba lentamente en el suelo barroso, estudiando todo lo que el rayo de su linterna iluminaba. El suelo se veía como que había sido removido hacía poco. Lo examinó lo más cerca que le fue posible, en medio de la oscuridad.
El viento dejó de soplar, y Page creyó oír un sonido. Algo se arrastraba en las sombras, justo fuera de su visión. Se puso tenso, tratando de oír por encima del viento, mirando inútilmente en la oscuridad. Cuando se convenció de que era víctima de su imaginación, se volvió e iluminó cerca de la base de una viga de acero. Page se irguió de pronto y retrocedió un paso, enganchándose el talón en un trozo de madera que estaba enterrado en el barro. Trastabilló y la linterna cayó, con el rayo que giró sobre la tierra empapada de lluvia, iluminando algo blanco. Una piedra o un vaso de papel. Page se arrodilló rápidamente y recuperó la linterna. Caminó hacia el objeto y se agachó sobre él. Contuvo la respiración en su pecho. Saliendo de la tierra había una mano humana.
El sol estaba saliendo cuando desenterraron el último cuerpo de la tierra. El horizonte se cubrió de un tinte escarlata cuando los oficiales levantaron el cadáver en la camilla. Alrededor de ellos, otros oficiales caminaban lentamente sobre el suelo barroso de la obra en construcción, en busca de otras tumbas, pero el área había sido requisada en forma tan minuciosa que ninguno esperaba encontrar nada.
Un patrullero de la policía estaba al borde de la fosa. La puerta del lado del conductor estaba abierta. Alan Page estaba sentado en el asiento delantero con un pie en el suelo, con una taza llena de café hirviendo, tratando de no pensar en Nancy Gordon y sin poder pensar en otra cosa.
Page descansaba su cabeza contra el respaldo del asiento. Cuando cedió la oscuridad, el río comenzó a tomar su dimensión. Observó el hilo negro tornarse líquido y turbulento en el rojo del amanecer. Creyó que Nancy Gordon estaba en la fosa, enterrada debajo de capas de barro. Se preguntó si había algo que él pudiera haber hecho para salvarla. Se imaginó la rabia y la frustración de Gordon al morir en manos del hombre que ella había jurado detener.
Había dejado de llover poco después de que llegara el primer coche de la policía. Ross Barrow se hizo cargo del escenario del crimen, una vez que consultó con los técnicos del laboratorio sobre la mejor manera de manejar las pruebas. Desde el borde del pozo, potentes luces iluminaban a los trabajadores. Las áreas especiales de búsqueda se marcaron con cinta amarilla. Para evitar a los curiosos se pusieron caballetes a modo de barreras. Tan pronto como Page estuvo seguro de que Barrow se podía manejar sin él, fue con Highsmith a comer algo a un restaurante de la zona. Para cuando regresaron, Barrow había identificado positivamente el cuerpo de Wendy Reiser y un oficial había localizado una segunda tumba.
A través del parabrisas, Page observó a Randy Highsmith dirigirse hacia el automóvil. Había estado en la fosa mientras Page se tomaba un descanso.
– Esa es la última -dijo Highsmith.
– ¿Qué tenemos?
– Cuatro cuerpos e identificaciones positivas de Laura Farrar, Wendy Reiser y Victoria Miller.
– ¿Fueron asesinadas como Patricia Cross?
– No miré de cerca, Al. A decir verdad, casi lo perdí. La doctora Gregg está allí abajo. Ella puede darte el informe correcto cuando suba.
Page asintió. Estaba acostumbrado a enfrentarse con casos de muertes, pero esto no significaba que le gustara mirar un cadáver más que a Highsmith.
– ¿Qué sucede con la cuarta mujer? -le preguntó inseguro Page-. ¿Concuerda con mi descripción de Nancy Gordon?
– No es una mujer, Al.
– ;Qué!
– Es un hombre adulto, también desnudo, cuyo rostro y huellas digitales fueron borradas por haber sido quemado con ácido. Tendremos suerte si logramos identificarlo.
Page vio a Ross Barrow salir del barro y entonces se bajó del automóvil.
– ¿No te detendrás, Ross?
– No hay nada más allí. Puedes mirar si lo deseas.
– Estaba seguro de que Gordon… No tiene sentido. Ella escribió la dirección.
– Tal vez se encontró con alguien y se fue con ellos -sugirió Barrow…
– No encontramos huellas digitales -le recordó: Highsmith-. Tal vez no encontró manera de entrar.
– ¿Encontraste algo allí abajo que nos ayude a imaginar quién hizo esto?
– Nada, Al. Mi suposición es que los cuatro fueron asesinados en otro lugar y transportados hasta aquí.
– ¿Por qué eso?
– A algunos de los cuerpos les faltan órganos. No los hemos encontrado, ni ningún trozo de hueso o de carne. Nadie pudo limpiar el área tan bien.
– ¿Crees que tenemos lo suficiente como para arrestar a Darius? -preguntó Page a Highsmith.
– No sin Gordon o alguna prueba concreta de Hunter's Point.
– ¿Qué sucede si no la encontramos a ella? -preguntó ansioso Page.
– En una captura, podrías jurar por lo que ella te contó. Podríamos conseguir una orden del juez con eso. Ella es policía. Será de confiar. Pero no lo sé. Con algo como esto, no deberíamos precipitamos.
– Y no tenemos una conexión sólida entre Darius y las víctimas -agregó Barrow-. El encontrar sus cuerpos en una obra en construcción de Darius no significa nada. En especial cuando no hay nadie y nadie pudo haber entrado.
– ¿Sabemos si Darius es Lake? -le preguntó Page a Barrow.
– Sí. Las huellas concuerdan.
– Bueno, es algo -dijo Highsmith-. Si podemos encontrar alguna similitud entre esas huellas de neumáticos y las de algún coche de Darius…
– Y si podemos encontrar a Nancy Gordon -dijo Page, mirando la fosa. Deseaba con desesperación que Gordon estuviera viva, pero había estado demasiado en contacto con las muertes violentas como para abrigar esperanzas.
1
– Detective Lenzer, habla Alan Page de Portland, Oregón. Hablamos el otro día.
– Sí. Iba a llamarlo. Aquel archivo que solicitó está perdido. Instalamos computadoras hace siete años, pero yo verifiqué de todas formas. Cuando no lo pude encontrar en la lista, hice que una secretaria fuera a los archivos. No hay una ficha ni un archivo sobre el caso.
– ¿Alguien lo sacó?
– Si lo hicieron, no siguieron el procedimiento. Se supone que en caso de que se necesite un archivo hay que llenar una hoja de registro y no hay tal hoja en este caso.
– ¿Pudo la detective Gordon haberlo tomado? Ella tenía una tarjeta de huellas digitales. Probablemente provenía del archivo.
– El archivo no está con sus cosas en la oficina y no está contra las normas del departamento de Policía llevarse un archivo a la casa a menos que no se llene la hoja de registro. No hay información de que alguien se lo haya llevado. Además, si hubo seis mujeres muertas, habría sido el número más alto de víctimas que se tuvo aquí. Es probable que hablemos de un archivo que ocuparía un estante completo. Tal vez más. ¿Para qué estaría ella cargando algo tan grande? Diablos, se necesitarían dos valijas para llevárselo a la casa.
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