John Gardner -
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– ¡Primero tenemos que salir! -contestó Smolin mientras el helicóptero se situaba directamente encima de él y las balas de las armas automáticas hacían saltar el polvo y las piedras a su izquierda. Bond levantó la cabeza y vio que el aparato giraba sobre su propio eje y se dirigía hacia ellos con sus dos enormes rotores dando vueltas a popa y a proa. Sintió que la corriente de la Hormona azotaba el vehículo como un huracán. El aparato volaba muy bajo y en posición paralela con respecto a ellos. Un hombre medio asomado a la puerta corredera de la parte de atrás sostenía en una de sus manos una pistola ametralladora.
Por su parte, Bond sostenía la ASP con la mano derecha. Efectuó dos disparos y el tirador cayó de la puerta, arrastrando consigo parte del fuselaje. Bond tomó el arma con ambas manos, la levantó ligeramente y efectuó otras dos descargas contra las hojas del rotor inferior. La Hormona vaciló antes de alejarse. El rotor anterior emitió un gemido cuando un disparo le arrancó parte de una hoja.
Smolin soltó una carcajada.
– ¡Ha alcanzado a estos hijos de puta! -gritó-. ¡A estos bastardos asquerosos! Allá van…
Bond miró a través de la ventanilla trasera y vio que el helicóptero se posaba con una sacudida que por poco le aplasta una de las ruedas del tren de aterrizaje, pegándola al fuselaje.
– Eso no se lo van a poder arreglar en el garaje del pueblo -musitó.
Después, los disparos arreciaron de nuevo y tuvo que volver a agacharse al lado del fragante cuerpo de Ebbie.
– ¡Larguémonos cuanto antes de aquí! -gritó Smolin-. ¡Agárrense fuerte! Voy a tomar un atajo.
12. Extraño encuentro
En medio de la oscuridad que sigue al crepúsculo, los faros delanteros del helicóptero derribado iluminaban el camino principal e impedían la huida por allí, a menos que uno hubiera querido suicidarse. Smolin apartó el BMW, cruzando un prado lleno de baches para ascender por una cuesta. El vehículo se inclinaba a derecha e izquierda. En determinado momento, un fuerte impacto estuvo a punto de hacerle volcar. Heather y Ebbie lanzaron un grito, y, por un instante, Bond también estuvo seguro de que iban a volcar. El impacto correspondía a una bala de grueso calibre, cuyos mortíferos efectos le eran bien conocidos. Milagrosamente, el BMW se enderezó. El castillo se encontraba ahora a su izquierda y el helicóptero quedaba muy lejos.
Los alcanzaron otros tres disparos, uno de los cuales dio en la portezuela delantera del pasajero sin causar ningún daño. Los tiradores de precisión debían de estar utilizando miras telescópicas nocturnas.
– ¿Y si probáramos a huir a pie? -le gritó Bond a Smolin sobre el trasfondo de los disparos.
– A pie nos atraparían en seguida. Por éste lado había una brecha… con mucha maleza, pero no convenientemente cerrada. -Smolin no perdió la calma cuando otra bala disparada desde arriba pasó rebotando por su lado-. Es nuestra única posibilidad.
Avanzó con los faros apagados, inclinándose hacia adelante para ver en la oscuridad mientras el motor gemía a causa del esfuerzo.
– ¡Aquí está! -gritó con aire triunfal-. Ahora, rezad.
El automóvil aminoró la marcha mientras él frenaba para bajar. Cuando viró a la derecha, las ruedas protestaron y la parte de atrás experimentó una fuerte sacudida.
– ¿Acaso ha participado usted alguna vez en un rally ?- preguntó Bond en tono burlón para distraer a las chicas de aquella alarmante experiencia.
– ¡Pues, no! -contestó Smolin, soltando una carcajada-. Pero he seguido el curso del GRU… ¡Esto es…!
Parecía que estuvieran chocando contra una impenetrable barrera de árboles.
– ¡Siga adelante! -gritó Bond.
Se produjo un violento choque y un rumor chirriante cuando la parte inferior del automóvil rozó las raíces de los arbustos y la maleza, y se oyó el susurro de las ramas y el follaje, que se separaban al paso del vehículo, el cual no se detuvo aunque se vio obligado a aminorar la velocidad. De repente, tropezaron con una alambrada de púas de unos dos metros de altura.
Smolin aceleró y se lanzó contra ella. Esta vez, la sacudida fue mucho más dramática. Smolin y Heather se golpearon contra el parabrisas mientras que Bond se vio lanzado contra la parte posterior del asiento de Smolin. Ebbie salió mejor librada porque se quedó tendida en el suelo. Bond profirió un ahogado grito de dolor al recibir un golpe en el brazo herido.
– ¿James? -dijo Ebbie-. ¿Se ha hecho…? ¡Ay! -gritó, cuando la sacudida la arrojó hacia atrás.
Al poco rato, el vehículo se detuvo a causa de los alambres que se habían enredado en sus ruedas. Smolin abrió como pudo la portezuela y gritó:
– ¡Salid si podéis!
Bond trató de abrir su portezuela, pero los alambres se lo impidieron y tuvo que salir por la de Smolin. Una vez fuera, ambos hombres intentaron retirar los alambres con las manos. Las púas les produjeron unos profundos cortes de los que empezó a manar sangre mientras ambos soltaban maldiciones en sus respectivos idiomas. Poco a poco, consiguieron librar el vehículo de los tentáculos que lo atenazaban.
– ¿Y ahora, qué? -preguntó Bond, respirando afanosamente.
– Tenemos que dejar éste cacharro y buscar otro -contestó Smolin, agachándose para esquivar una espiral de alambre que se había soltado de golpe, pasando a escasos centímetros de su rostro.
– ¿Dónde?
– Tengo un magnífico Land Rover Vitesse oculto en lugar secreto.
– Muy bien -dijo Bond, tirando de un alambre que se había enredado en el guardabarros posterior-. Desde luego, tiene usted el país en sus manos, Maxim, con automóviles ocultos y rutas secretas de entrada y salida.
– No sólo yo -contestó Smolin mientras ambos subían de nuevo al automóvil-. Estoy seguro de que Chernov tiene otros medios de transporte aquí cerca. Pronto tendremos que pasar otra vez por baquetas.
Smolin giró la llave de encendido y el motor carraspeó y se apagó varias veces. Al fin, se puso en marcha. Como si nada hubiera ocurrido, el coronel se dirigió hacia la carretera con los faros apagados y giró a la izquierda en dirección a la carretera Dublín-Wicklow.
– Primero, saldrán en nuestra persecución con el Mercedes, y después entrarán en acción otros dos equipos -dijo Smolin-, pero el cambio de automóviles los despistará. Éste era un as que me guardaba en la manga. Nadie sabe que lo tengo. Lo hice yo solo.
– ¿Está muy lejos? -preguntó Bond.
Necesitaba un teléfono.
– Quince minutos en línea recta, tal como suelen volar los cuervos. Pero, ¿se ha dado usted cuenta de que en éste país los cuervos no vuelan? Siempre se los ve por el suelo.
Recorrían a gran velocidad unos carriles llenos de curvas dobles, flanqueados por setos de arbustos. En la semioscuridad del interior del vehículo, Ebbie deslizó la mano en la de Bond e inmediatamente la retiró al ver la sangre que manaba de los numerosos cortes y heridas.
Sin una palabra, se levantó la falda, y dejó al descubierto una generosa porción de blanco muslo. Tras lo cual, trató de desgarrarse la braga. Cuando consiguió un buen trozo de seda, se lo puso en la boca y lo mordió para romperlo en dos mitades que luego utilizó para vendar las dos manos de Bond.
– Pobrecillo -dijo, inclinándose para besarle primero los dedos de una mano y después de la otra.
– No creo que nadie me haya besado jamás las manos de esta manera -musitó Bond-. Gracias, Ebbie.
– Espero que la vacuna antitetánica aún no haya agotado su efecto -contestó Ebbie, rompiendo el hechizo.
Tras recorrer unos cuatro kilómetros, giraron bruscamente para adentrarse en un angosto camino que conducía a la espesura de un bosque. Ya había anochecido por completo y los árboles iluminados por los faros delanteros del vehículo parecían de color gris. A cada cien metros, se podían ver montones de troncos sobre plataformas de madera. Un kilómetro más allá, penetraron en un camino que conducía directamente al interior del bosque. Un letrero proclamaba con toda claridad: PROHIBIDO EL PASO A LOS VEHÍCULOS DE MOTOR. SÓLO PEATONES.
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