Nelson Demille - El juego del León

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Desde un puesto especial de observación en el aeropuerto JFK de Nueva York, miembros de la Brigada Antiterrorista esperan la llegada de un pasajero desde París: Asad Khalil, un terrorista libio conocido como «El León» que va a pasarse a Occidente. Todo se está desarrollando conforme a lo previsto; el avión con sus centenares de pasajeros, incluido Khalil y sus escoltas del FBI, llega puntual a su destino. Sin embargo, pronto queda claro que algo marcha mal, terriblemente mal, y que lo ocurrido en este vuelo es sólo un preludio del terror que se sucederá a continuación…
John Corey, que sobrevivió a tres heridas de bala mientras fue miembro de la policía neoyorquina, sabe que ha agotado su cupo de buena suerte. No obstante, se alista como agente contratado al servicio de la Brigada Antiterrorista del gobierno federal y es asignado a la peligrosa sección de Oriente Medio. Kate Mayfield, su compañera en esta misión, tiene mayor graduación que John y menos edad, lo que constituye una combinación desastrosa para ambos. Aun así, ella consigue mantenerse firme frente al estilo temerario de John. Ahora, Corey y Mayfield deberán unir sus fuerzas y enfrentarse a un ser sin escrúpulos, un asesino cuya maldad no tiene límites.

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Recorrimos el pasillo escudriñando la media docena de cuerpos masculinos que ocupaban la cabina de la cúpula. Uno de los pasajeros tenía sobre las piernas una novela de Stephen King, lo cual resultaba muy apropiado. Vi a un tipo que tenía el cuerpo completamente cubierto con dos mantas de viaje. Llevaba un antifaz negro, y al quitárselo vi que le había salido un tercer ojo en medio de la frente. Llevaba una camisa azul marino de la policía y un pantalón de uniforme de combate. Sobre la camisa había un emblema de la policía de la Autoridad Portuaria. Dejé caer las mantas al suelo y le dije a Kate:

– Éste tiene que ser el miembro del Servicio de Emergencia que subió al avión.

Ella asintió y preguntó:

– ¿Qué ha pasado aquí?

– Nada bueno.

Se supone que uno no debe tocar nada en el escenario de un crimen, a menos que esté intentando salvar una vida o crea que el culpable está por los alrededores, y se supone que en tal caso uno debe utilizar guantes de látex, pero yo nunca he llevado encima ni tan siquiera un condón. No obstante, examinamos los demás cuerpos pero todos estaban muertos y ninguno era Asad Jalil. Buscamos, pero no encontramos ningún casquillo de bala. Abrimos también todos los compartimentos de equipajes de mano, y en uno de ellos Kate encontró un traje ignífugo y un equipo de oxígeno con mascarilla contra incendios, todo lo cual pertenecía evidentemente al tipo del Servicio de Emergencia muerto.

Kate volvió junto a Phil Hundry. Le abrió la chaqueta para dejar al descubierto su pistolera, que estaba vacía. Prendida en el forro de la chaqueta había una placa del FBI; se la quitó. Luego le cogió la cartera y el pasaporte.

Yo me acerqué a Peter Gorman, le abrí la chaqueta y le dije a Kate:

– A Gorman también le falta la pistola.

Recogí la documentación que lo acreditaba como miembro de la CÍA, el pasaporte, la cartera y también las llaves de las esposas, que, evidentemente, habían sido devueltas al bolsillo de Gorman después de ser utilizadas para liberar a Jalil. Lo que no encontré fue ningún cargador de repuesto.

Revisé la rejilla de equipaje. Había una cartera de mano en ella. No estaba cerrada con llave, la abrí y vi que pertenecía a Peter Gorman.

Kate cogió la cartera de mano de Hundry y la abrió también.

Exploramos el interior de las carteras, que contenían sus teléfonos móviles, documentos y varios efectos personales, como cepillos de dientes, peines, pañuelos de papel, pero ningún cargador. No había maletines porque los agentes deben viajar con libertad de movimientos, solamente con carteras de mano. En cuanto al verdadero Jalil, lo único que le dejaban tener era la ropa que llevaba puesta, y, por lo tanto, su doble muerto también estaba limpio.

– Jalil no les ha quitado a Phil ni a Peter ninguno de sus efectos personales. Ni los pasaportes, ni las credenciales, ni siquiera las carteras -me dijo Kate.

Abrí el billetero de Gorman y vi unos doscientos dólares en efectivo y unos cuantos francos franceses.

– Tampoco ha cogido el dinero de Gorman. Nos está diciendo que tiene recursos de sobra en Estados Unidos y que podemos quedarnos con el dinero. Tiene todos los documentos de identidad y todo el dinero que necesite y, además, ahora tiene el pelo rubio y es una mujer.

– Pero lo lógico sería que se hubiese llevado todo esto, a modo de desafío. Suelen hacerlo para presumir ante sus compañeros. O ante sus jefes.

– Es un profesional, Kate. No quiere que lo cojan con pruebas comprometedoras.

– Se ha llevado las pistolas -indicó ella.

– Las necesitaba -respondí.

Kate asintió, y luego guardó todos los objetos en las carteras.

– Eran buenas personas -dijo.

Vi que estaba consternada y que le temblaba el labio inferior.

Cogí de nuevo el teléfono y llamé a Foster.

– Faltan las pistolas y los cargadores de Phil y Peter -dije-. Pero sus credenciales están intactas. Y el tipo del Servicio de Emergencia está muerto, un tiro en la cabeza. Exacto. El arma del crimen fue probablemente una de las Glock que faltan. -Le puse rápidamente al corriente de la situación y añadí-: Considero que el culpable está armado y es peligroso. -Corté la comunicación.

Estaba empezando a hacer calor en la cabina, y un olor tenue y desagradable comenzaba a llenar el aire. Se oía el sonido de gases que salían de los cadáveres.

Kate había vuelto junto al hombre esposado y le estaba palpando la cara y el cuello.

– Decididamente, está más caliente -dijo-. Murió hace cosa de una hora como mucho.

Yo estaba tratando de encajar aquel rompecabezas, y tenía varias piezas en la mano, pero había otras esparcidas por el avión y otras más permanecían en Libia.

– Si no murió con todos los demás, ¿cómo murió? -preguntó Kate.

Le abrió la chaqueta pero no había rastro de sangre. Le echó la cabeza y los hombros hacia adelante en busca de heridas. La cabeza, que había estado confortablemente apoyada en el respaldo del asiento, se torció de manera antinatural hacia un costado. Ella se la volvió y dijo:

– Tiene el cuello roto.

Dos policías del Servicio de Emergencia de la Autoridad Portuaria subieron por la escalera de caracol. Miraron a su alrededor y luego nos miraron a Kate y a mí.

– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó uno de ellos.

– FBI -respondió Kate.

Yo le hice una seña para que se acercara.

– Este hombre y el que está detrás de él son agentes federales -informé-, y el que está esposado es su… era su prisionero. ¿Entendido? -Asintió con la cabeza y yo continué-: Los del laboratorio criminológico del FBI querrán fotos y toda la pesca, así que dejemos esta sección tal como está.

Uno de los policías estaba mirando por encima de mi hombro.

– ¿Dónde está McGill? -Me miró-. Perdimos el contacto por radio. ¿Ha visto aquí a un miembro del Servicio de Emergencia?

– No -mentí-. Sólo muertos. Tal vez haya bajado. Bueno, vámonos de aquí.

Kate y yo cogimos las carteras de mano y nos dirigimos hacia la escalera.

– ¿Puede aterrizar solo este avión? -pregunté a uno de los del Servicio de Emergencia-. ¿Con piloto automático, quiero decir?

– Sí… el piloto automático lo podría hacer… pero… Dios santo, ¿cree que están todos muertos? Sí… el vacío de radio…

Los dos policías del Servicio de Emergencia empezaron a hablar rápidamente. Oí las palabras vacío de radio, inversores de marcha, gases tóxicos, algo llamado el caso Saudí y el nombre de Andy, que supuse que era McGill.

Ya estábamos todos en la zona despejada de abajo, y me dirigí a uno de los policías de la Autoridad Portuaria:

– Quédese, por favor, en esta escalera y no deje subir a nadie a la cúpula hasta que lleguen los del laboratorio del FBI.

– Conozco el sistema.

Las cortinas que daban paso a las secciones turista y de primera clase habían sido descorridas, y pude ver que la cabina estaba libre pero seguía habiendo gente congregada en las puertas de la escalera móvil.

Oía golpes y ruidos bajo los pies, y comprendí que los descargadores estaban vaciando la bodega.

– Detenga la descarga de equipajes -dije a uno de los agentes-, y, por favor, ordene que todo el mundo se aleje del aparato.

Entramos en el compartimento de primera clase, que estaba compuesto por veinte butacas solamente, la mitad de las cuales estaban vacías. Practicamos un rápido registro de la zona. Aunque yo quería salir de aquel avión, éramos los dos únicos federales allí -los dos únicos federales vivos- y teníamos que recoger cuanta información pudiésemos. Mientras lo observábamos todo, Kate dijo:

– Yo creo que Jalil gaseó todo el aparato.

– Eso parece.

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