– Las lonchas de piel de pato crujiente, envueltas en creps finas como el papel y aderezadas con cebolletas y salsa especial eran el plato favorito de la emperatriz viuda -explicó la camarera-. Y para este plato especial de lenguas de pato fritas, cubiertas con una capa de pimientos rojos como colinas bañadas en sirope de arce, ¿se imaginan cuántos patos hacen falta?
– ¿Puedo pedirle un favor? -preguntó Chen-. Los platos son asombrosos, pero ¿puede servir los que queden a la vez? Estamos iniciando una conversación importante.
– Se lo haré saber a nuestro cocinero -respondió la camarera, haciendo una profunda reverencia como una muchacha manchú antes de dirigirse hacia la puerta-. Prosigan, por favor.
– Bueno, volvamos a nuestra historia -dijo Chen-. Me estaba hablando sobre cómo murió Shang, sobre el vendedor ambulante.
– Ah, sí, era un hombre muy hablador. Hizo una descripción muy gráfica de la escena de la muerte de Shang, aunque me pregunto cómo pudo recordar todos aquellos detalles después de tantos años.
– ¿Shang murió en el acto?
– No. Dijo algo antes de perder el conocimiento.
– ¿Qué dijo?
– Que vivía en la quinta planta.
– ¿Y eso qué podía significar?
– El vendedor ambulante no tenía ni idea -respondió Diao con expresión pensativa, quitándose una espinita de pescado de entre los dientes-. ¿Quería que alguien fuera a su habitación de la quinta planta? Tal vez la hubieran torturado, o la hubieran empujado por la ventana. ¿Quería que alguien llamara a una ambulancia desde el teléfono de la habitación? En aquella época sólo había una centralita en todo el barrio. Nadie sabe qué pudo pasarle por la cabeza en los últimos momentos.
– Entonces, ¿qué sugiere usted?
– Bueno, Shang era tan «negra» que la gente ni se acercó a ella mientras yacía en el suelo. Nadie hizo nada, salvo mirar y señalarla con el dedo. Un par de hombres con brazaletes rojos salieron a toda prisa del edificio, hablando con acento pekinés…
Un momento, señor Diao. En su libro menciona a una escuadra especial de Pekín. Entonces, ¿esos hombres pertenecían a aquella escuadra?
– El vendedor ambulante no sabía quiénes eran, pero se quedaron junto a Shang, para impedir que la gente se acercara. Cuando por fin llegó una ambulancia, Shang llevaba mucho rato muerta.
– ¿Vino la policía?
– El coche de la policía tardó horas en llegar. ¿Y qué hicieron? Intentaron limpiar las manchas de sangre de la acera. De hecho, ni siquiera lo hicieron bien. Las moscas revolotearon durante días sobre las manchas de color rojo oscuro.
– ¡Qué final tan trágico!
– Un final lleno de giros inesperados -dijo Diao, tras acabarse una crep rellena de pato y limpiarse los dedos manchados de salsa con la servilleta, como si quisiera borrar sus recuerdos-. Como sabe, Shang se hizo famosa en los años cuarenta. Debió de atraer a muchos hombres ricos y poderosos, y eso le causó problemas después de 1949. Las cosas eran muy distintas a principios de los años cincuenta. Los jóvenes amantes que se besaban en el parque Bund podían ser detenidos por llevar «un estilo de vida burgués». Pero Shang continuó llevando una vida «abiertamente burguesa». Lo que es peor, su marido se metió en asuntos políticos, y aquello supuso el fin de la carrera de Shang.
»Fue entonces cuando apareció en su vida un guiren. Un guiren , ya sabe, un hombre importante que provoca un cambio de suerte en la vida de alguien. Un día, el alcalde de Shanghai le envió una nota de su puño y letra: "Camarada Shang, venga a verme, por favor". Shang se dirigió sin dilación al Pabellón de la Amistad Sino-rusa, donde Mao la recibió. Aquella noche daban un baile de gala. Mientras giraba en brazos de Mao, Shang le contó sus problemas. Poco después, volvieron a asignarle papeles en varias películas, uno tras otro. En los años cincuenta, el Estado controlaba y planificaba la industria cinematográfica. Sólo se filmaban unas cuantas películas al año. Muchos actores y actrices famosos no pudieron conseguir papeles, tuvieran o no problemas políticos. Aunque parezca increíble, Shang interpretó el papel de una miliciana, por el que llegó a ganar un premio importante. Incluso visitó varios países extranjeros como miembro de una delegación de artistas chinos. En aquella época, los dirigentes del Partido acostumbraban a recibir a los miembros de las delegaciones antes o después de cada visita al extranjero, por lo que Shang apareció fotografiada en los periódicos junto a Mao.
– Se ha documentado mucho, señor Diao.
– Permítame que le cuente algo acerca de mi investigación. Incluso las publicaciones oficiales reconocieron la pasión de Mao por el baile. Después de 1949, el baile como actividad social fue condenado y prohibido por formar parte del estilo de vida burgués, pero en el interior de los altos muros de la Ciudad Prohibida, Mao seguía bailando siempre que le apetecía. Según la interpretación que ofrecía el Diario del Pueblo, Mao trabajaba tan duramente por el bien de China que aquellas fiestas eran necesarias para que el gran líder se relajara. Pero eso es una tontería. En cuanto a lo que sucedía después de que Mao bailara con Shang, no creo que haga falta entrar en detalles.
– No, no hace falta -respondió Chen-. Aunque hay algo que quiero preguntarle. Durante aquellos años, tal vez en la Ciudad Prohibida no hubiera demasiadas mujeres que supieran bailar. Dado que fue una actriz célebre antes de 1949, Shang debía de bailar muy bien. ¿Le parece posible que Mao recurriera a ella por esa razón?
– Una joven aprende a bailar como una profesional en un par de horas. Mao no era un gran bailarín. No hacía falta que se molestara en buscar parejas de baile en otra ciudad. En aquella época, tenía otros rivales en las altas esferas. Incluso le habían instalado micrófonos ocultos en su tren especial. ¿Qué diría la gente sobre su relación con una actriz tan criticada? -siguió explicando Diao, después de meterse en la boca una crujiente lengua de pato-. Pero Mao no pudo resistirse. Cuando la conoció, ella tenía treinta y tantos años y estaba en la plenitud de su belleza. Era elegante, muy culta y venía de una buena familia. Su forma de bailar era como el oleaje rizado por la brisa, como las nubes que flotan en el cielo. Y puede que Mao hubiera visto sus películas ya en Yan'an. La señora Mao también era actriz, no lo olvidemos.
– ¿Quiere decir que Mao tenía una fijación con las actrices?
– Llámelo como quiera, la cuestión es que la suerte de Shang cambió de la noche a la mañana.
– ¿No podrían algunos cuadros locales haber contribuido a ese cambio? Quizás al ver que era la pareja de baile favorita de Mao, intentaron congraciarse con ella para ganarse el favor del presidente. Tal vez Mao ni siquiera fuera consciente de ello.
– No se habrían esforzado tanto por una de sus parejas de baile -repuso Diao-. Tenía muchísimas, y ellos lo sabían. Y los poemas que Mao le escribió eran evidentes.
– Poemas como «La miliciana», ¿no?
– ¿Usted también ha oído hablar de ese poema? De hecho, hay otro, «Oda a la flor de ciruelo».
– ¡No me diga! -exclamó Chen, recordando lo que le había contado Long acerca de los poemas-. ¿Está seguro? ¿Llegó a ver el pergamino con el poema que Mao escribió a Shang?
– No, no lo vi, pero el significado del poema es obvio. «Tan bella, no quiere apropiarse de la primavera / y se contenta con ser su heraldo. / Cuando las colinas se llenan de flores silvestres, / entre ellas sonríe.» Sigue el estilo del Poemas. En el primer poema de ese volumen, la virtuosa mujer de un emperador se alegra de que su marido haya encontrado un nuevo amor. Creo que Shang nunca hubiera exhibido un pergamino así en su casa -dijo Diao con aire pensativo-. Entrevisté a algunos de sus vecinos, y, según uno de ellos, Shang tenía colgado un pergamino con un poema en su dormitorio. Pero el poema era de Wang Changling, un poeta de la dinastía Tang, y se titulaba «Concubina imperial abandonada en la habitación de Changxing».
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