Qiu Xiaolong - El Caso Mao

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Cuando aún no se ha repuesto de la noticia de que su antigua novia, Ling, se ha casado, el inspector jefe Chen Cao recibe la llamada de un ministro que le insta a encargarse, sin demora y personalmente, de una delicada investigación relacionada con el presidente Mao. Las autoridades temen que Jiao, la nieta de una actriz que mantuvo una «relación especial» con Mao y fue perseguida durante la Revolución Cultural, haya heredado algún documento que, de salir a la luz, empañe la figura de Mao, «intocable» aun décadas después de su fallecimiento. Jiao acaba de dejar un empleo mal pagado como recepcionista, se ha mudado a una lujosa vivienda y se ha integrado en un nuevo círculo de amistades que sólo anhela revivir nostálgicamente las costumbres y modas de la dorada Shanghai precomunista. Chen deberá infiltrase en el círculo, recuperar el comprometedor material -si existe- y evitar el escándalo, en un caso trepidante en el que se entrecruzan la fuerza de los mitos, la corrupción de la élite política y la historia reciente de China.

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– Parece que te ha ido bien en la policía -siguió diciendo Ling-. Mi padre también te mencionó el otro día.

– Si eres monje, tienes que tocar la campana en el templo, un día tras otro. -El comentario sobre el padre de Ling, un miembro poderoso del politburó en la Ciudad Prohibida, lo inquietó profundamente.

– Entonces, ¿seguirás trabajando como policía?

– Quizá sea demasiado tarde para probar algo nuevo -respondió él, reacio a continuar por ese camino, pero sin saber cómo cambiar de tema.

– Intenté escribirte -dijo Ling tomando la iniciativa, con la cabeza levemente inclinada bajo la luz vacilante de la lámpara-, pero no hay mucho que decir. Después de todo, la marea no espera.

Chen se preguntó qué quería decir Ling con «la marea no espera». ¿Significaba que ella no podía esperar más?, ¿se refería a su matrimonio o a su profesión? Emprender un negocio se describía en la actualidad como «lanzarse al mar de un salto». Existían «mareas de oportunidades» para hacer dinero. Ling había tenido éxito como empresaria, mientras que su marido, de hecho, era otro empresario que surcaba las mareas.

¿O lo habría dicho refiriéndose a Marea primaveral? Era el título de la novela rusa que habían leído juntos en el parque Beihai.

Se suponía que Chen debía decir algo pertinente sobre aquel encuentro. Era una oportunidad que no podía perder, tal y como Yong le había repetido tantas veces, una ocasión idónea para llevar a cabo su «misión de salvamento». Ling vivía ahora en casa de sus padres.

Chen tomó un sorbo de té. Té de jazmín. Le sobrevino otra sorprendente sensación de déjà vu. Aquella noche, muchos años atrás, Ling preparó té, e introdujo en la taza de Chen un pétalo de jazmín que llevaba en el pelo: «Lo transparentemente blanco se despliega en lo negro».

– Entonces, ¿has venido a Pekín por otro caso? -preguntó ella.

– No, no exactamente. Más bien estoy de vacaciones. Hace mucho tiempo que no vengo a Pekín.

– ¡Nuestro inspector jefe está disfrutando de unas vacaciones!

A Chen le dolió el sarcasmo que se adivinaba en su voz. Era ella la que se había casado con otro.

– ¿Hay algo en particular que te interese ver durante tus vacaciones? -siguió diciendo Ling sin mirarlo.

De hecho, sí que había algo, cayó en la cuenta de repente. La antigua residencia de Mao en el Mar del Sur Central, la Ciudad Prohibida. Acababa de leerlo en el tren. La residencia estaba cerrada y no guardaba una relación directa con la investigación, pero Chen tenía la costumbre de visitar a las personas involucradas en un caso o, de no ser esto posible, los lugares en que hubieran vivido, para reducir la distancia que separa al policía del delincuente. Al investigar este caso, Chen no pretendía juzgar a Mao. Con todo, una visita a su residencia podría ayudarle, aunque fuera psicológicamente, a formarse una idea sobre la persona de Mao.

Ling podría conseguirle acceso al Mar del Sur Central gracias a sus contactos en Pekín.

– Me gustaría visitar la antigua casa de Mao en el Mar del Sur Central -dijo por fin Chen-, pero está cerrada.

– ¡La antigua casa de Mao! -repitió Ling sorprendida-. ¿Desde cuándo eres maoísta?

– No lo soy, no sigo las nuevas tendencias.

– Entonces, ¿por qué quieres ir?

Ling lo miró con suspicacia.

Chen no respondió de inmediato, e intentó recordar si le había hablado alguna vez acerca de Mao.

– ¿Recuerdas aquella vez en el parque Jingshan? «Se extendía la noche sobre los aleros inclinados del palacio.» Nos sentamos juntos y «susurramos palabras en chino».

Le volvió a la memoria la imagen de Ling, sentada sobre una losa de piedra gris cogiéndole de la mano. Él se había fijado en el letrero blanco, colgado de un árbol, que rezaba: el árbol en el que se ahorcó el emperador chongzhen, de la dinastía ming, y se puso a temblar al recordar la pizarra que le colgaron al cuello a su padre durante la Revolución Cultural…

– Aún conservo aquel poema -respondió Ling, sacando del bolso un objeto parecido a un móvil pero más grande, del tamaño de la palma de la mano, que Chen no había visto nunca. A continuación apretó varias teclas del artilugio-. Aquí está -dijo Ling, empezando a leer en voz alta lo que ponía en la pantalla de cristal líquido.

Fue en una ladera, en el parque Jingshan, de la Ciudad Prohibida

donde el emperador Qing había sucedido

al emperador Ming; nos sentamos

sobre una losa de piedra, contemplando

cómo se extendía la noche sobre los aleros inclinados

del palacio, antiguo y majestuoso.

Allá abajo, fluían oleadas de autobuses

por la calle Huangchen, que cientos de años atrás fuera un foso.

[Susurramos

palabras en chino, luego en el inglés

que estábamos aprendiendo. La cigüeña de bronce

que tiempo atrás había escoltado a la viuda del emperador Qing

nos miraba fijamente. Sueñas que nos convertimos

en dos gárgolas, me dijiste

en el salón imperial de Yangxing, gorjeando

durante toda la noche, en un idioma que sólo nosotros

comprendíamos. La neblina

envolvía la colina. Vimos un árbol

del que colgaba un letrero blanco, en el que ponía

«En este árbol se suicidó

el emperador Chongzhen». El letrero me recordó

la pizarra que le colgaron al cuello a mi padre

durante la Revolución Cultural. La noche

me pareció fría de repente.

Nos fuimos del parque.

– Sí, el poema. Te agradezco mucho que lo hayas conservado…

– Lo copié en el avión. No hay nada que hacer durante esos vuelos de negocios.

El inspector jefe no pudo evitar disgustarse, de forma casi irracional, al imaginarla viajando con su marido el empresario, sentados uno junto a otro, y leyéndole sus poemas. Chen le había dado varios. Comenzó a preguntarse si Ling los habría guardado, y dónde.

– ¡Ah! Esos poemas, los escribí para ti, Ling. No he conservado los originales, sólo algunos papeles sueltos aquí y allá. Si aún los tienes, ¿te importaría devolvérmelos?

– ¿Quieres que te los devuelva?

Chen lamentó habérselos pedido así, de forma tan impulsiva y abrupta. ¿Cómo lo interpretaría ella?

Pero Ling cambió de tema.

– Tengo un amigo que trabaja en el Mar del Sur Central. Supongo que podrá organizar una visita a la antigua casa de Mao.

Ya que habían vuelto a hablar de Mao, Chen decidió desafiar a la suerte una vez más.

– ¡Ah! El médico personal de Mao parece que ha escrito un libro. ¿Sabes algo de eso?

– Todo esto tiene que ver con una investigación relacionada con Mao, ¿verdad? -preguntó ella, mirándolo a los ojos-. Tienes que contarme más cosas de tu trabajo.

Chen le habló de la información que buscaba, aunque sin entrar en detalles. Sabía que sólo si era sincero conseguiría su ayuda.

– Parece que eres alguien en tu profesión, inspector jefe Chen…

El móvil de Ling empezó a sonar, y ella lo cogió con expresión contrariada. Pese a su reticencia inicial, al reconocer la voz de su interlocutor se puso a hablar animadamente. Debía de ser una llamada importante relacionada con algún negocio.

– El porcentaje no es ningún problema…

Chen se levantó, sacó un paquete de cigarrillos y los señaló con un gesto. Después abrió la puerta y salió al patio.

El patio estaba aún más vacío de lo que había imaginado. La casa sihe se resistía tenazmente a los planes urbanísticos. Chen contempló la silueta de Ling, recortada al trasluz contra la ventana de papel mientras sujetaba el teléfono contra la mejilla. Era como un antiguo espectáculo de sombras chinescas. En aquel preciso instante, Ling pareció alejarse de la ventana.

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