Resopló y se volvió a recostar.
– Sencillamente, soy demasiado viejo para eso. Ya no encuentro motivación. Lo único que deseo es algo de paz y tranquilidad.
La habitación quedó en silencio. Una bandada de gaviotas voló por delante de la ventana panorámica.
– Pero me he dado cuenta, y por fin lo he reconocido, de que lo que me ha impedido vender hasta ahora es que me asusta la soledad.
Miró a Peter que escuchaba atento. Olof cruzó los brazos.
– Si quisiera podría hacer un par de llamadas y llenar la casa con cien invitados, pero ¿quiénes serían? Sí, noventa sonrientes personas del mundo de la publicidad que saben que les interesa estar a bien con Olof Lundberg, y una decena de personas a las que quizá podría llamar mis amigos pero con las que desde luego no me gustaría hacer senderismo por el Himalaya. Todas tienen sus cosas y sus familias en las que pensar.
Bajó la mirada como si de repente se sintiese ruborizado. Peter se llenó de ternura.
– Ésa es la pura verdad, la gente olvida que una persona de éxito pueda estar sola. Yo mismo casi lo había olvidado. Pero lo cierto es que si lo analizas estoy completamente solo y la oficina funciona como un sustitutivo. Voy ahí cada mañana para tener la confirmación de que aún soy necesario, pero en realidad no tengo ni idea de quién soy fuera de mi mundo profesional. Ahora he decidido descubrirlo.
Permaneció un rato en silencio, luego alzó la vista y miró a Peter.
– Pero al mismo tiempo siento miedo e inseguridad y aquí es donde tú entras en acción, Peter.
Ambos permanecieron en silencio.
– Tengo una propuesta -continuó Olof-. ¡Que ahora no te dé un ataque, eh! Me pregunto si te gustaría vivir aquí en la casa conmigo. Sencillamente la dividiríamos por la mitad y compartiríamos cocina y salón. Si uno desea estar en paz o tiene una visita solo tiene que irse a su lado.
Peter no podía creer lo que oía. ¿Era posible que después de treinta y dos años color verde oliva ahora tuviera una oportunidad?
Miró a Olof y sonrió. Olof lo observó impaciente, como si deseara oír rápidamente su reacción.
– ¿Te estás declarando? -sonrió Peter.
Olof comenzó a reír.
– Sí, quizá sea una forma de decirlo. Pero -sonrió y levantó el dedo índice- tengo que aclarar que no hay obligaciones matrimoniales de por medio, espero que eso quede perfectamente claro. Ésas te las tienes que buscar tú mismo. Si te apetece acompañarme, me voy a Nepal dentro de tres semanas. Quizá allí encuentres a alguien.
Peter sintió cómo se extendía una agradable calidez por todo su cuerpo, y una singular y deseada tranquilidad se asentó en lo más profundo de su ser. Aún era necesario, quizá incluso más que antes.
– Quizá necesite apuntar que no me lo puedo permitir -dijo él. Olof sonrió. -Sí, sí puedes.
Peter estaba tumbado en la cama y tenía la cartera en su mano izquierda. Eran las ocho y una suave paz se había apoderado de él.
Sintió que estaba preparado.
Desdobló rápidamente la carta mientras el valor aún le asistía.
No alcanzó a leer más que las primeras palabras antes de sentir crecer en su garganta una bola dolorosa y después de un par de frases esta se soltó y se transformó en un torrente de lágrimas liberadoras que se precipitaron por sus mejillas. Leyó la carta cuatro veces e intentó llorar tan silenciosamente como le fue posible. En ese momento no deseaba compañía.
Aturdido guardó la carta de nuevo en la cartera.
Los pensamientos y los recuerdos se entrelazaban en su cabeza e intentaban componer un todo. Había dado el paso hacia el abismo y aún no sabía si volaría o caería.
Toda su vida había resultado estar basada en una mentira, o por lo menos en una verdad omitida. Ahora, cuando por fin había conseguido la clave secreta y la llave para librarse del peso que siempre le había impedido continuar adelante y dejar atrás el pasado, no podía aceptar la explicación. No se sentía ni triste ni enfadado, pero tampoco contento o aliviado.
Estaba completamente vacío.
Pensó en su madre.
Cuando murió el piso ya había sido limpiado y todo lo que había en él había sido empaquetado. Había preparado su partida hasta el más mínimo detalle. Toda la ropa estaba guardada en bolsas negras de plástico y la mayor parte de las cosas de la casa en cajas de cartón. Ella había llamado a Lions y les había pedido que fueran a buscarlo.
Toda la vida de una persona reducida a cajas de cartón cerradas y bolsas negras de plástico.
En cuatro de las cajas estaba escrito el nombre de Peter y Eva; había repartido democráticamente entre ambos todas las cosas de valor y las fotografías. Debajo del todo, en uno de los cartones de Peter, había un montón de libros anuales del Cuerpo de Bomberos, pero no había dejado ningún mensaje personal; solo había una escueta nota sobre la mesa de la cocina en la que les recomendaba la manera más sencilla de deshacerse de los muebles. Junto a la nota había dejado la llave de su caja de seguridad del banco; había dividido su dinero en dos mitades y las había colocado en un sobre para cada uno sin ningún saludo. Él creyó que ella había hecho todo esto en un desafortunado intento por evitarles problemas, pero hubiera estado más que encantado de poder pasar un par de días ordenando y limpiando la casa de sus padres. Se sintió despojado de la oportunidad de, solo y en paz, poder moverse entre las cosas del Tiempo anterior e intentar aliviar su pena.
Ahora comprendía que ella había sentido miedo. Miedo a que él encontrase papeles u otras señales que ella había procurado ocultar toda la vida.
Después de acabar de limpiar y de haber ordenado su vida ella se tumbó en su cama para, finalmente, poder reunirse con su amado.
Durante la autopsia no encontraron ni rastro de somníferos u otras señales de suicidio. Simplemente se había tumbado y había dejado de respirar.
Un par de horas más tarde se tomó el Sobril que Olof le había dado y, finalmente, cayó en un sueño liberador.
Cuando se despertó era casi de noche. Necesitó un momento antes de que todas la nuevas experiencias encontraran su lugar y permaneció tumbado con los ojos cerrados intentando ordenar todos los datos en su enorme armario de sentimientos. Deseó no estar tan agotado, pues sabía que eso no mejoraba en nada su capacidad de razonar. Un cerebro tan desconcertado y ofuscado como el suyo en un cuerpo que apenas podía levantarse de la cama no era una buena combinación en una situación como esta. Necesitaba de toda su fuerza y cordura para soportar el examen de su vida que debía realizar, sin rendirse ni entregarse al sentimentalismo o a la autocompasión.
Sería tan sencillo dejarse simplemente arrastrar a la tentadora caída… Salir de la confusión de la forma más sencilla, ahora que había conocido la verdad mientras se encontraba en lo más bajo.
Pero ahora estaba Olof.
Se encontraba en un momento decisivo de su vida. Olof ya había preparado el camino para él. Lo único que necesitaba hacer era seguir respirando, y por primera vez levantar la vista hacia el futuro en lugar de continuar mirando atrás para asegurarse de que los fantasmas le seguían.
Tenía que dejarlos marchar.
Tenía que abandonarlos aquí y, por fin, vivir su propia vida.
Si no estuviera tan cansado.
También tenía sed. Tenía la garganta seca. Giró la cabeza y sonrió al ver que Olof había colocado un recipiente con agua y un vaso en el borde del escritorio junto a la cama.
Decididamente lo olvidaba bien. Alguien había escuchado su plegaria.
Intentó incorporarse sobre un codo y alargó el brazo hacia el vaso.
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