En el cuarto piso se detuvo y escuchó. No podía oír otra cosa más que su propia respiración y continuó subiendo hasta el último piso.
La puerta de Anja Frid había sido forzada, eso estaba perfectamente claro; luego la policía había colocado una especie de cerradura provisional y había puesto un cartel que indicaba que el lugar estaba precintado debido a una investigación criminal.
Escuchó a través de la puerta. El interior del piso estaba en silencio y a través del agujero de la cerradura pudo ver que no había ninguna lámpara encendida. Fuera había empezado a amanecer y se abstuvo de encender de nuevo la luz de la escalera después de que se apagara, prefería apañarse con la luz que se introducía a través del ventanal de la escalera. Probó la cerradura. Era fuerte pero no tanto como para no ceder a su resuelta fortaleza. La cerradura saltó con un estruendo y él permaneció completamente quieto escuchando la reacción de la escalera.
No ocurrió nada.
No podían haber pasado más de veinte horas desde que había salido del piso. Nunca se hubiera podido imaginar que tuviera tanta prisa por regresar.
La puerta se abrió y Peter entró por segunda vez en su vida por la puerta sin dudarlo. El piso estaba en silencio. Encendió la luz y se puso de rodillas en la habitación en la que había estado preso y comenzó a buscar entre la basura del suelo. Prosiguió por la cocina y la otra habitación, aun cuando sabía que no la podía haber perdido ahí. Sintió cómo el valor comenzaba a abandonarle. Debió deslizarse de su bolsillo de camino al hospital. Se dejó caer en el suelo con las rodillas recogidas y se pasó los brazos por la cabeza.
No podía ser cierto.
Los pantalones olían mal.
¡El cuarto de baño!
Corrió al recibidor y abrió la puerta del cuarto de baño. El olor a orina le golpeó como si chocara contra una pared pero se lanzó al suelo sin dudarlo y comenzó a rebuscar.
La encontró al fondo, detrás del retrete. Una liberación tan fuerte como una inyección de calmantes se extendió por su mente. Cogió la carta y leyó una vez más el sobre.
Había visto bien.
En el recibidor colgaba su chaqueta, la cartera aún estaba en el bolsillo. Sin mirar atrás salió del piso y dejó la puerta abierta de par en par.
Mientras bajaba por las escaleras guardó cuidadosamente la carta en la cartera y vio que todo su dinero aún estaba en la billetera.
En la calle paró el primer taxi que encontró.
Tan pronto como se sentó en el asiento del taxi su cuerpo comenzó a hacerse notar. La fría caminata había acabado con sus últimas fuerzas y ahora cada parte de su cuerpo gritaba pidiendo descanso y satisfacción.
Le pidió al taxista que le llevase a Saltsjö-Duvnäs. Olof debería de estar en casa a esta hora del día y si por alguna razón no estuviera, aún tenía la llave de Lotta en el bolsillo.
Cuando llegó a la puerta dudó. El reloj en el salpicadero del taxi marcaba las seis menos diez. ¿Debía llamar al timbre o simplemente abrir con su propia llave? La solución fue un compromiso entre ambas. Sacó su llave y abrió la puerta al mismo tiempo que gritaba tanto como le permitía su voz que era él quien entraba. La luz roja de la alarma parpadeaba enfadada y marcaba en la pequeña pantalla que pronto pensaba ponerse en marcha si alguien, inmediatamente, no pulsaba la clave correcta. Aún la recordaba y la luz dejó de parpadear.
No le dio ni siquiera tiempo a quitarse los zapatos antes de que Olof apareciera en el recibidor. Llevaba la bata sin abrochar y parecía tan cansado que era sorprendente que pudiera mantenerse de pie.
– ¿Qué haces aquí? ¿No estabas en el hospital?
Parecía tanto enfadado como sorprendido.
– No aguantaba más. ¿Puedo entrar?
Peter bajó la vista al darse cuenta de que él mismo ya se había permitido entrar. Eso apenas le dejaba a Olof la posibilidad de decidir por sí mismo.
– ¡Pasa y siéntate! Pareces más muerto que vivo.
Él podía decir lo mismo de Olof pero se abstuvo. Olof le condujo hasta el sofá, buscó una colcha y se la pasó por los hombros.
– Dios mío, te tiembla todo el cuerpo. ¿Quieres algo?
Peter asintió.
– Me sentaría bien un poco de té.
Olof se fue a la cocina y él se reclinó y cerró los ojos. Se preguntó cuánto podía uno abusar de su cuerpo antes de que este simplemente decidiese tumbarse y morir.
Olof regresó con una taza de té y le ayudó a llevársela a la boca. El cerebro aún estaba perfectamente claro, pero sentía el cuerpo completamente extenuado.
– Tienes que intentar beber, eso dijeron en el Karolinska. ¿Sabe alguien que estás aquí?
Negó con la cabeza.
– Quizá deberíamos llamar y comunicárselo para que no te pongan en busca y captura.
Se suponía que era una broma pero él no tenía ni fuerzas para reír. Olof fue a buscar el teléfono y llamó a información. Le pasaron con la centralita del Karolinska.
– Desearía hablar con alguien de la planta cincuenta y tres. Gracias.
Peter volvió a cerrar los ojos.
– Me llamo Olof Lundberg y solo deseaba notificarles que el paciente Peter Brolin que ha desaparecido esta noche está en mi casa.
Silencio.
– Sí está muy cansado y estoy procurando que beba algo. ¿Hay algo más que pueda hacer?
Silencio de nuevo.
– Vale. No, se quedará aquí. No soporta los hospitales. ¿Sería posible que venga alguien a casa para atenderle durante el día?
Olof dio su dirección y colgó.
– Gracias -susurró Peter.
– Ahora tranquilízate, te sentirás mejor si consigues dormir de verdad. Dijeron que tenías que beber mucho, pero sobre todo descansar. Aseguraron que estabas extenuado. ¿Es eso cierto?
Peter lo miró. Olof sonrió y esta vez le devolvió la sonrisa.
– ¿Qué fue lo que ocurrió en el piso realmente? -preguntó Olof seriamente-. ¿Tienes fuerzas para contármelo?
– Mañana -contestó él.
Olof asintió.
– ¿Deseas acostarte o prefieres que estemos sentados aquí un rato? Tus sábanas aún están en la cama.
Peter no deseaba estar solo. Ahora había luz fuera y se sentía menos amenazado pero sabía que no podría dormirse si se quedaba solo en el cuarto de invitados.
– ¿Tienes fuerzas para quedarte aquí un rato? -preguntó Peter-. Tú tampoco has dormido mucho esta noche.
– Sí, hombre, unas tres horas.
Olof se había sentado en el sillón frente a él y ahora se recostó.
Peter le miró interrogante. Olof dejó que las yemas de los dedos repiquetearan por el reposabrazos del sillón.
– He tomado una gran decisión estos últimos días.
Tomó un trago de té.
– Lo he estado pensando algún tiempo, pero finalmente me he decidido durante esta última semana. Voy a vender la agencia.
La habitación quedó en silencio.
– Creía que era importante para ti -dijo Peter al cabo de un rato.
Olof dejó descansar sus dedos.
– Sí lo ha sido, pero el tiempo pasa. Hace un mes cumplí cincuenta y siete años y el tiempo no avanzará más despacio por eso. Durante treinta y siete años no he hecho otra cosa que trabajar y durante estos últimos diez años la agencia ha estado en la cima, de modo que no es fácil encontrar una buena razón para continuar.
He ganado ya tanto dinero que tendré que esforzarme si quiero gastármelo antes de morirme, y por eso he pensado empezar a hacerlo ahora.
De pronto se sentía completamente despejado, se inclinó hacia delante y continuó como si quisiera convencer tanto a Peter como a sí mismo.
– No tengo ni hijos ni familia. Ni siquiera tengo hermanos, y te aseguro que el dinero que he ganado en mi vida no va a ir a parar a Hacienda. He soñado hacer miles de cosas. Senderismo por el Himalaya, bucear en la Gran Barrera de Coral en Australia, ir de safari a África, y entonces me pregunto ¿por qué no lo hago? Pues porque cada día voy a mi oficina y me siento a pensar cómo poder convencer a la gente para que compre Via en lugar de Ariel y de que no pueden vivir un día más si no se compran rápidamente una antena parabólica que les proporcionará cuatrocientos dieciocho canales de televisión.
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